EL TALENTO
“El talento… no conozco peor manera de equivocarse con respecto a uno mismo”. Este aforismo de Cioran me persigue desde hace mucho.
Albergué por primera vez la posibilidad de ser un tipo con talento a los ocho años, cuando la clase coreó mi nombre en la cancha del colegio después de un despeje acrobático a dos metros de la portería. Pensé que era la primera de una larga serie de encuentros con la gloria, pero no, fue la última. Fui un niño no demasiado bien socializado, algo autista y con dificultad para entender la lógica de algunas normas de funcionamiento básicas que mis compañeros solían interpretar sin gran dificultad. Eso, que acaso no es más que mi manera eufemística de decir que soy gilipollas, explica que ya en 3º de EGB, donde ahora no pasan de aquello de “necesita mejorar” para que el chiquillo no se traumatice, yo ya coleccionaba suspensos por medias docenas. Por obra y gracia de algunas lecturas inadecuadas, sublimé mi condición de tonto en la adolescencia cambiándola por la de inadaptado, lo cual me hizo sentir muy bien conmigo mismo, aunque las chicas no me hicieran demasiado caso. “Están equivocadas”, pensaba, “van detrás de cualquier cenutrio que vale menos que yo solo porque hace voz de macho, viste Levi´s y fuma porros”. No entendían que yo tenía talento. ¿Y qué cojones era eso, payaso?, le pregunto ahora a ese adolescente que fui, pero no sabe contestarme.
No sé pues muy bien de qué estamos hablando, pero la idea se respira en el aire de cualquier conversación, el bloque de viviendas donde usted habita está sin duda tan lleno de hijos con talento como el mío, los psicólogos han informado a muchos padres de que su niña –da igual que a usted le parezca una cretina- es una superdotada… Y a poco que escarbemos, verá que por todas partes aparecen personas enfadadas con el mundo porque ha montado una conspiración para evitar que triunfara. Hay pues una mitad de la humanidad que va sobrada de talento. La otra mitad se conforma con soportar a ésta, sobrevivir en su mediocridad al desbordante talento de tanto listo como va por el mundo.
“Se lo han dado en una tómbola”, reconocerán al talentoso por este tipo de aseveración. Los telediarios, las cátedras universitarias, los desfiles de modelos, los premios literarios, las orquestas… todo está lleno de tipos grises a los que alguien ha enchufado por una recomendación, por sobornos, porque se acostaban con no sé quien, porque los mediocres apoyan a los que son como ellos para que no le hagan sombra… “lo que sea con tal de no reconocerme a mí, que soy tan genial que hasta doy miedo”, piensa el talentoso.
“Todo es una mierda”, esta frase tan constructiva la empieza a decir el talentoso no reconocido a partir de cierta edad. Yo entiendo perfectamente que a alguien no le guste cómo es el mundo –a mí tampoco me gusta, por cierto, y eso que no tengo talento, pero el significado de la frase que pronuncia en realidad es “qué mundo tan feo que no me convierte en su Premio Nobel”. Adopta entonces una actitud cínica, esa sonrisa irónica cada vez que uno se atreve a mostrar admiración por lo que alguien ha conseguido. Por lo visto, esa costumbre que algunos tenemos de felicitarnos por que un congénere ha pintado un hermoso cuadro o ha dado un ejemplo de audacia o de solidaridad, nos condena a la categoría de “ingenuos” según el talentoso, pues no hemos entendido que a ese al que elogiamos también le concedieron su triunfo en una tómbola.
“Odio esta ciudad”, o “este país”, da lo mismo. Ya puede vivir en Vitigudino, en Madrid o en el corazón de Los Ángeles, el entorno siempre le es desfavorable, siempre se le queda pequeño, siempre es un freno a sus inmensas posibilidades. Probablemente no es más que un vago y un cobarde. No tiene redaños para acometer las empresas que dice pretender y las luminosas ideas que incesantemente se le ocurren y que transmite con proverbial verborrea. Tan chisposos como inconsistentes, el castillo de artificios de sus luminosos proyectos desaparecerá en el aire a los pocos segundos de haber nacido… tan sencillo como que para huir a Florida hay que echarse al agua en una barca y arriesgarse a los monstruos de las profundidades, para realizar una obra maestra hay que trabajar como un cabrón, para tener una familia hay que tener agallas para cuidar de otras personas sin desmayo y para ser juez hay que estudiar oposiciones como un hijo de puta.
Los españoles que ahora alcanzan la edad anciana conocen bien esta historia. Podría hablarse, sobre todo entre los hombres, de una especie de generación perdida. “Si yo hubiera hecho eso y no esto”, “si hubiera estudiado” “yo hubiera podido”. A todos les echó a perder una cartilla de racionamiento, los maestros del franquismo o la falta de visión de futuro de sus padres. Siempre hay un hermano con éxito al que reprocharle que “a ti los papas te dieron las posibilidades que no me dieron a mí”. Uno debía haber sido artista, tenía dotes y no hay más que ver algunas de las láminas al carboncillo de cuando era crío, pero claro, “cometí el error de casarme, luego vinieron los niños, tantas horas de oficina”. Es una actitud muy de varón, pero cuidado, al mismo tiempo que las mujeres van adoptando cada día, pobrecitas, más maneras de macarra –vengan a mi barrio y lo verán-, también van olvidando ciertos principios de recato y discreción que les enseñaron las monjas. “Adivinad quien es la única profe a la que sus alumnos han hecho un regalo en Navidad”, “tú, tonta del culo”, me gustaría contestar, “porque saben cómo luego nos lo restriegas a los demás y así a lo mejor luego les apruebas”. “Paso de los tíos, la mayoría son idiotas”, gran verdad de no ser porque la interfecta olvida que son los tíos los que pasan de ella porque su ego les espanta. “Las amigas me envidian porque ellas son feas”… de lo cual deducimos que tú eres poco menos que una sirena del Mississippi… y así una larga lista de estupideces.
Relajémonos, siempre hay alguien a quien echarle la culpa por lo regularcita que ha sido nuestra vida. Recuerdo a un ex-futbolista de cierto prestigio que, comentando un partido de la selección holandesa, dijo lo siguiente: “viendo jugar a Marco Van Baasten me doy cuenta de lo malo que yo era.” ¿Humildad?, yo creo que no, la humildad es una virtud monjil que consiste en no mostrar a los demás la propia grandeza, como para no ofenderles; yo hablaría más bien de lucidez… virtud rara en cualquier caso, más que un perro verde.
No obstante, y si usted es todavía lo suficientemente imprudente como para querer ser admirado por la sociedad, debería empezar por borrar la palabra talento de su manual de instrucciones de uso para la vida. Los verdaderos tipos con éxito son de un grisor apabullante. Si usted no ha estado en la Universidad se espantaría si le hablara de ciertos personajes. Acaso tampoco sabe hasta qué punto puede llegar a ser ignorante un caballero dedicado a las finanzas que nada en verdaderas fortunas… pero no hay pesebre para la mediocridad, se lo aseguro, como la política. No desprecie al indigente moral sin escrúpulos que conoció en el colegio, pues puede llegar a ser alcalde de su pueblo. Es posible que otro con más poder le fue promocionando precisamente por lo tonto que era y porque un tipo sin dignidad siempre está más dispuesto a hacer según qué faenas… de acuerdo, pero no se engañe, ese sí es un triunfador, mientras que usted, con todo su talento, vive en el anonimato de su apartamento mientras mira la televisión por las noches.
Yo, por mi parte, ya he aprendido a asumir mi condición de fracasado. Moriré pobre. Pero, al menos, seguiré insistiendo en mirar al mundo con los ojos de la lucidez. Seguiré declarando sin ambages mi admiración a quienes tengan la audacia y la tenacidad que a mí me falta. ¿Tiene usted talento? Déjeselo olvidado detrás de la puerta. Le irá mejor, ya lo verá.
4 comments:
Me ha encantado el post. Nunca lo había pensado, pero ahora que reflexiono me doy cuenta de lo imbécil que puedo llegar a ser. Tal vez porque ninguna de mis amigas está haciendo una licenciatura yo me creo que soy la pera, y pienso "Ay si me dieran una oportunidad para lucirme, cuanta gente se callaría la boca". Pero me las han dado a puñados, y aun no veo a nadie felicitandome, así que debe de ser que no tengo tanto talento como yo pensaba.
Seamos realistas, a no ser que tengamos claro que somos unos cazurros, todos lo hemos hecho alguna vez eso de pensar que tenemos un talento oculto que la gente no sabe ver. Pero es una ilusión nuestra, sin la que es difícil vivir, pues es el aliento de pensar que eres diferente, que eres distinto a los demás en algo.
Hay una cosa curiosa; mi manía de intentar ser diferente a todos los demás, de destacar en algo. La verdad es que si viese a alguien con la misma ropa que yo por la calle, me daría un ataque de ansiedad. Parece de coña, pero es muy cierto.
Los humanos es lo que tenemos, que todos y cada uno de nosotros somos especiales, y eso no nos gusta, nos gusta pensar que todos son iguales menos nosotros que superamos con creces al resto de la humanidad, pero que al ser tan sumamente imbéciles no nos comprenden. Es otra muestra más de la estupidez humana, que no tiene límites.
No creo Ana que seas imbécil, o, en todo caso, tienes como yo la capacidad para ser admirable en determinados momentos y absolutamente débil e indefensa en otros. Cuando le reprochamos al mundo no tener vista suficiente para reconocer nuestro talento nos olvidamos de lo poco prestos que estamos nosotros mismos a veces para reconocer el talento de otros. A lo mejor el talento consiste sumamente en eso, en saber percatarse de él, en saber advertirlo y sentir esa emoción humana tan especial que uno siente ante una exhibición de genio y esfuerzo.
Conozco personas que se sienten tan especiales que, tras envanecerse por apreciar a ciertos genios, se alejan de ellos y pasan a despreciarlos en el momento en que otros empiezan también a rendirles admiración. La de distinguirse debe ser por lo visto una necesidad casi genética. El problema del talento autoproclamado, se invista de los signos de los que se invista, es que suele ser el primer indicio de que el tipo engolado que tenemos delante va a ser un tostón, de manera que mejor pasar de él. David.
Al contrario que mi tocaya Ana, he de confesar que yo pertenezco a otro sector de la población: los que crecimos rodeados de triunfadores natos desde la cuna, de pedigrí, personas que cual tarzanes urbanitas se ufanaban golpeándose el pecho; los mismos que ahora están desaparecidos en combate y se extrañan al verte en algún puesto de responsabilidad. Todo esto deja secuelas y, al contrario que le pasa a mi tocaya, lo que sucede es tener la duda permanente de tu valía, y el continuo esfuerzo diario para demostrarla, lo cual lleva al círculo vicioso de aumentar la mencionada duda personal.
Pero, qué duda cabe,también conozco a ese tipo de persona "talentosa" que David ha perfilado magistralmente en su post. Cumplen con el perfil punto por punto: pocas cosas o personas escapan a su mirada hipercrítica, como corresponde a alguien con talento para enjuiciar lo divino y lo humano , por lo que difícilmente pueden disfrutar con nada (una música agradable en un bonito entorno, una ciudad extraña o propia), ni de nadie. Si, todo a su alrededor es una mierda (son pitufos gruñones). Pero dentro de esta especie de talentosos, hay dos subgéneros: los imbéciles(amargados, pero no conscientes de su mediocridad), y los medianamente inteligentes. Estos, amargados también, no lo están sólo por el entorno, sino por su íntimo conocimiento interior, el que les hace darse cuenta de que son incapaces de llevar a cabo, a la realidad, los proyectos que diseñan magistralmente en el papel o de tener relaciones personales que trasciendan la virtualidad.
En cuanto a la lucidez, ay, David, esta es una linterna interior que puede hacer sufrir mucho, aunque te mantiene con los pies en la tierra. Por eso hay quien,aún teniéndola, opta por no ponerle pilas, ¡y ya está !
Saludos calurosos.
Ana C.
No había pensado en eso de los "desaparecidos en combate". Si desempeñas un puesto de responsabilidad, tranquila, siempre habrá quien se pregunte por qué tú y no él, quien te enchufó, cómo puedes tener tanta suerte. Yo conozco personas que no tienen el coraje de presentarse a una oposición, lo cual por cierto supone prepararla, y que se pasan el día quejándose de que la función pública otorga al trabajo una inestabilidad inmerecida, que eso es la causa de todos los males de la economía, etc... Curiosamente esa persona no está tan en desacuerdo con que a él le haya caído en herencia varias casas. ¿No es eso obtener una posición ventajosa en la gran competición que es la vida? Sin duda, debe creer que él "merece" esos regalos del destino. Es lo que tiene el talento.
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