Friday, August 29, 2008








EL MAL DE CAÍN
Referirse a la envidia supone incursionar en los cenagosos territorios de la sospecha. Cuando acuso a los envidiosos de haber escampado desde su padre Caín la semilla del mal por el mundo, presiento el riesgo del error -creer que los demás me envidian, es decir, creer que me consideran importante- y el de impostura -presentarme ante los demás como libre de tan feo vicio-. "Las lenguas envidiosas sean fritas", dice hace siglos el francés F. Villon insistentemente en el más famoso de sus poemas. "La envidia, deporte nacional", dice de sí mismo el español, tan aficionado
a autofustigarse como a considerarse ajeno a las vilezas que critica.
Es sensato pues desconfiar de las imputaciones de envidia, aunque solo sea por la prudencia intelectual de aceptar que no todo ataque a un personaje exitoso viene determinada por la pasión cainita. Recuerdo, por ejemplo, cuantas veces se insultó -en ocasiones de forma preventiva, antes de que nos pronunciáramos- a todos los que no considerábamos a Cela merecedor del Nobel, los cuales éramos no solo envidiosos sino además "malos españoles". Por lo visto, felicitarse de que un ilustre pelmazo, por no hablar de la repugnancia ética que a algunos nos merecían algunas de sus intervenciones públicas, era más meritorio que desear el premio para un escritor infinitamente más interesante que hubiera nacido en las selvas de Borneo... pero nadie ha dicho que el patrioterismo barato acabara cuando murió Franco y dejaron de emitir el No-Do.
Recelado por la auto-advertencia, me deslizo más confortado hacia la diatriba: creo que la envidia es el peor de los males. No me siento especialmente afectado sin embargo por su veneno, creo que porque mis insomnios no están especialmente poblados por sus demonios, o acaso también porque como la gente piensa que estoy un poco loco no soy objeto de excesivos rencores por mis riquezas materiales o espirituales, las cuales son por cierto más bien magras. Y sin embargo, he visto demasiadas veces a la envidia pasearse por las aceras de la vida como una emperatriz... y el daño es inimaginable. La ira de la bruja ante el espejo que le recuerda que Blancanieves es más bella... ¿cuánto mal habrá hecho?
Un sencillo ejemplo tomado de la vida real y que viví de cerca. Una joven trabajadora sin ese lujo que se llama contrato ejerce su labor de manera entregada y admirable. Se le van encomendando faenas cada vez más sofisticadas y, ante la sorpresa de la jefa, que hasta entonces la consideraba una pobre niña tonta, demuestra estar a la altura una y otra vez. Un mal día, la bruja conoce al novio de la joven y comprueba que él es mucho más de lo que ella ha tenido nunca... observa entonces que la joven es popular por su simpatía entre sus compañeros... Es entonces cuando se desencadena la furia destructora de la envidiosa. Llega el acoso, las acusaciones falsas de inoperancia y falta de destreza, el trato vejatorio... Una mañana la joven advierte que la bruja repugnante incluso compra la misma ropa que ella... No hay duda, se trata de destruir a aquel al que los dioses han entregado dones que la bruja cree merecer para sí. Un soldado llega un día a la oficina con el corazón de la joven dentro de un cofre. Esta ha abandonado el lugar porque no quiso tragarse más humillaciones a cambio de un sueldo miserable. El respeto a sí misma, a su propia dignidad, se convierte en virtud más envidiable que la belleza o la juventud.
Deberíamos temer mucho más la venganza del rencoroso cuando obtenemos un éxito -que a él en nada tendría por qué afectar- que cuando le hemos atacado directamente dejándole la cara marcada de un zarpazo. El triunfo es más escandaloso e intolerable...la propia mediocridad la soporta el envidioso solo al precio de que en sus alrededores nadie salga del barro. Recuerdo el caso de una joven bellísima a la que algunas de sus amigas amedrentaban continuamente, manteniéndola en silencio, sin derecho a opinar ni a manifestar sus sentimientos... solo así podría tolerarse su hermosura.
Conozco personas que se han criado juntas. Cuando uno del grupo empezó a respirar el aire del triunfo, los demás entregaron su vida al deseo de verlo morder el polvo. Cuando esto al fin sucedió, cuando vieron al exitoso caer de bruces a tierra, elevaban el puño al cielo, canallas miserables, agradeciendo al destino que les hubiera concedido tan sublime placer. Pírrica victoria, pues el derrotado mantenía la frente alta, digno también ante el fracaso... de manera que era, una vez más, el envidioso el que mostraba a los dioses que no se habían equivocado con ninguno de los dos.
Envidia - in video- la mirada del envidiosoes torcida y aviesa... profunda, sí, pero dañina. No es extraño que la más antigua de las maldiciones -el Mal de Ojo- sea provocado precisamente por un juego de miradas. Sí creo pese a todo en la posibilidad de la mirada no dañina. Un pintor me confesó una vez que durante toda su vida había odiado los cuadros de Velázquez... hasta que descubrió que lo que no soportaba era la genialidad de aquel pincel inspirado por los ángeles que a él jamás le asistirían tan generosamente. Admirable honestidad la de este envidioso. Yo, por mi parte, he aprendido a entender que el mundo podrá pasarse sin mí más fácilmente que sin Velázquez, por no hablar de Rafael, no el pintor de Urbino, sino el presidente de mi comunidad de vecinos, o del enfermero que atendió a mi hermana durante meses en el hospital... Envidio su coraje, su talento, su resistencia... Quizá después de todo la envidia pueda ser la antesala de la admiración. Vayan siempre que puedan a la sala Velázquez del Museo del Prado, morirán de envidia, hijos de la estirpe maldita de Caín.

4 comments:

Anonymous said...

Hola, David. Regreso de unas cortas vacaciones y leo apresuradamente de qué van tus últimos post.
Unas lineas acerca de la envidia, el más estúpido de los "pecados" ya que no te proporciona ningún placer, como el resto, sino que por el contrario corroe las entrañas. Creo que los envidiosos pueden ser de ds clases:
A) Los mediocres conscientes de su mediocridad y que odian todo lo que es mejor que lo que ellos hacen
B) Y los prepotentes, ególatras, que se preguntan contínuamente cómo es que fulano o mengano tienen éxito o reconocimiento si son infinitamente peores que ellos (que saben de todo y mejor que todos).
Unos y otros son unos desgraciados, pero yo sobrellevo fatal al segundo tipo, con el que, por cierto, me he topado.
Un inciso: ¿cómo van tus obras, sobrevives?
saludos, ya más fresquitos.
Ana C.

David P.Montesinos said...

Me he encontrado a los dos estilos de envidiosos a los que te refieres. Me alegra tu regreso. Y sí, sobrevivo, incluso creo que he pasado lo peor, tengo incluso cierto síndrome de Estocolmo con mis obreros, como cuando a uno le operan de algo doloroso y termina cogiéndole cariño al que le ha estado haciendo chichinas. A fin de cuentas lo que hacen es curarte de tus males. Gracias por reaparecer. David

Álvaro said...

Querido David:
Creo sinceramente que la envidia es la admiración del que no puede imaginar.
Somos, y me incluyo porque a veces miro para abajo cuando me ducho, ovejas que miran a la de al lado, lo seremos siempre, porque necesitamos al rebaño. Y al mirar uno descubre que el de al lado es un catálogo fantástico y real de cosas que nosotros no tenemos y que, mirándolo a él, descubrimos que deseamos tener pues consideramos siempre que merecemos más que el vecino pues sólo nosotros conocemos nuestras virtudes más íntimas que de ello nos harían merecedores a ojos de todos.
Acto seguido, podemos optar por dos actitudes, o bien le echamos imaginación e intentamos a partir de las sugerencias de las otras ovejas descubrir qué es lo que en ellas admiramos y cómo podemos enriquecernos imaginando y superando esas posesiones materiales, intelectuales, viriles... O bien, cosa harto menos costosa, dejamos la imaginación para desear el mal ajeno y de ese modo, ya que nosotros no hemos sabido imaginar o trabajar para lograr lo mismo, sólo podemos desear que el vecino lo pierda y así, sin apenas esfuerzo imaginativo, devolverlo a nuestra resignada miseria.
Te lo digo de corazón, yo envidio el pelo de todos los tíos que veo, si por mí fuera, se quedarían todos calvos mañana. Es cierto, no hay nada que más me plazca que comprobar que un coetáneo mío ha pasado a vida de calvo antes que yo.
Si embargo, si hay algo que me ha salvado de morir envenenado por mi propia lengua es leer, concretamente envidiar a tantos y tantos personajes que he leído; pues ellos me permiten ese vicio, el envidiarlos y, ya que no voy a poder desear su caída pues ya se escribió su fin, al menos intentar imitarlos en lo que pueda hacer. Ello me ha permitido envidiar a Gerald Durrell jugando con las hormigas, a Bernarda Alba cuando me sentaba en el corral de mi abuela, a Edmundo Dantés cuando planeaba mi peor venganza, a... a todos los que me han enseñado a imaginar qué es lo que me haría más feliz si fuera ellos.
A ti, sinceramente, ni te envidio ni te admiro, sólo te miro cuando rumio algún bocado de hierba y pienso... La de cosas raras e interesantes que tiene este tío en la cabeza. Lo que haría yo si supiera tanto. Seguramente, tendría tu blog, que a veces, sinceramente, envidio.
Idem, cabrón.

Anonymous said...

Hermoso comentario, no te vas a librar de mí tan fácilmente, envidiosa. Nos vemos en los bares.David.