Saturday, December 06, 2008







HUESOS








Mi amigo Paco Fuster me ha hecho llegar un libro con el que francamente estoy disfrutando, El infierno imbécil, una colección de artículos publicados en distintos diarios por Martin Amis durante los años ochenta. Alguna vigencia, algún encanto particular deben tener estos textos para que a una editorial española se le haya ocurrido traducirlos veinte años después. Amis le pasa factura a algunos de sus autores norteamericanos predilectos, desde Saul Bellow hasta Philip Roth, pasando por la pendencia tabernaria entre Norman Mailer y Gore Vidal. No tiene pierde, como diría mi abuela, el artículo en que relata su entrevista con el enigmático e irritante Truman Capote o el de las horas que pasó Amis en Palm Beach, la milla y media más cara y deseada del mundo, donde sintió hasta que punto la riqueza obscena que cultivan los yanquis puede llegar a ser asfixiante y digna de lástima.


Igualmente nos relata, con precisión de reportero que oculta la ironía del intelectual en campaña, las reuniones y festivales de fanáticos religiosos que apoyaron con toda su alma a Ronald Reagan y a su "Revolución Conservadora". La vigencia de este artículo proviene de lo que pueda tener de profético. Hay un hilo conductor entre el espanto que sugiere el estúpido griterio eufórico del hatajo de fanáticos de la Biblia que nos relata Amis y el paisaje que, dos décadas más tarde, dibuja Richard J. Bernstein en El abuso del mal sobre el legado -siniestro e inquietante- que nos queda de esa y de las anteriores revoluciones conservadoras que han ido triturando todas las leyendas que, desde la promulgación de la constitución en Filadelfia en 1787, nos han hecho creer en los Estados Unidos de América como la guía espiritual de la democracia en el mundo.



El Mal, el mal con mayúsculas... la desfachatez con la que el dogmatismo religioso se pasea obscenamente por las villas de América explica que un ciudadano medio, formado en el rigor moral del pietismo o el culto a la ética del enriquecimiento heredado de la tradición protestante, se sienta seguro deambulando por el mundo sin tener ninguna duda respecto a quienes son los buenos y quienes los malos. Uno de los ejes del mal es nada menos que el evolucionismo. Con frecuencia escuchamos noticias respecto a los problemas que en tal o cual universidad del Middle West tienen los profesores de Biología para saltarse las Sagradas Escrituras. Pero no debería extrañarnos teniendo en cuenta que un zote como Bush ha gobernado durante ocho años la Nación, que en la América profunda hay una corriente atávica de rechazo hacia los intelectuales, y que en los USA, cualquier estrella mediática -desde Oprah Winfrey hasta un telepredicador con evidente aire de timador- constituyen garantía de verdad más respetable que todas las Universidades de Harvard que queramos levantar sobre el suelo.






Quizá por eso veo de vez en cuando con cierto agrado una serie que me han recomendado alguno de mis alumnos, Bones. Los autores han conseguido crear un sistema de equilibrios bastante razonable con la media docena de personajes que forman el elenco protagonista. En torno a la protagonista, una antropóloga forense llamada Brennan -y apodada justamente Bones- que se inspira al parecer en un personaje real que puso al servicio del FBI sus conocimientos sobre huesos humanos para solucionar crímenes, la serie consigue el encanto de convertir cualquier trozo de cartílago en un rastro para llegar hasta un asesino. Los sinuosos meandros de la atracción que surge entre los personajes en el recinto de la institución donde trabajan -el Smithsonian-, con ese juego de miradas y pueriles instintos de posesión que, si es inteligentemente dirigido, confiere cierto erotismo difuso a la trama, son sin duda parte esencial del éxito de Bones... Pero yo me quedaría con esa decidida vocación científica que consiste en darle sentido a un indicio aparentemente nimio. Tras haber acostumbrado a nuestros niños a que un idiota que sabe artes marciales se dediqué a fulminar a los malos a hostias, reconforta pensar que un estudiante de la ESO entienda que el verdadero héroe no va al gimnasio ni lleva una pistola con forma fálica, más bien usa la cabeza, no está seguro de a quien ama, tiene miedo cuando hay tiros ... y, para colmo, resulta que es mujer, pero no sexy ni explosiva.


La historia de la paleoantropología está por lo visto repleta de muescas de actos delictivos. Brennan es honesta, insoportablemente honesta en sus métodos y en su conducta moral, pero temo que el árbol genealógico de los buscadores de esqueletos está repleto de sinvergüenzas y manipuladores. Y es que la comunidad científica no necesita en realidad ser hostilizada por pietistas y creacionistas... lo que de verdad le gusta a los científicos es -como dice Woody Allen que pasa con los mafiosos- putearse entre ellos.


No sé si conocen la historia del "Hombre de Piltdown", pero la cosa tiene su miga. Apareció en 1922 en una cantera de Sussex, es decir, en plena Gran Bretaña. Se trataba de un cráneo humano con una mandíbula tremendamente primitiva. Por fin, pensaron los sabios de la época, el eslabón perdido, y encima entre nosotros, "aquí" en Inglaterra. Resulta pues que Adán era inglés y el paraíso, pese al viento tan chungo que corre por el Támesis, lo situó Dios un poquito al sur de la city. Lástima que el cráneo tuviera un par de años y la mandíbula que habílmente le encasquetó el desaprensivo que enterró el cráneo en el sitio adecuado para que alguien lo descubriera fuera nada menos que de un orangután. Un fraude científico como un castillo de grande, vamos. Lo curioso es que la comunidad científica no descartara definitivamente la validez del Hombre de Piltdown hasta cuarenta años después de su descubrimiento.


Hay varias teorías sobre el origen de esta impostura que habría hecho desear a Miss Bones nacer en esos tiempos. Según Stephen Jay Gould -imprescindible leer cualquiera de los ensayos de este excepcional naturalista y divulgador- el verdadero artífice de toda esta impostura fue justamente el presunto descubridor del cráneo, el paleontólogo William Dawson, el cual vio cómo en algún momento la bromita se le escapaba de las manos sin tener ya valor para echar la marcha atrás. Hay quien también incluye en la nómina de sospechosos nada menos que a Teilhard de Chardin, aquel fraile que, convencido de la imposibilidad de resistirse al torbellino evolucionista, optó por tratar de acomodar las nuevas teorías al dogma religioso, resultando una simpática ensalada por la cual las especies mutaban pero, cuando llegaba el momento de que el simio se volviera un poco loco y empezara a hacer cosas raras como bajarse de los árboles o fundar asociaciones de librepensadores, Dios intervenía para dotar de alma al barbilampiño de marras. (¿No les recuerda al monolito de Kubrick en 2001?)



Pero de todas las hipótesis, mi preferida es la que apunta José Antonio Pascual en su interesante ensayo (Revolucions en les ciències naturals. La nova visió de la Terra i de la vida), donde se baraja la posibilidad de que el verdadero autor del crimen fuera nada menos que Arthur Conan Doyle cuya residencia se encontraba muy cerca de la cueva de Piltdown. He aquí al padre de Sherlock Holmes creando la trama perfecta para que su personaje cobrara vida y terminara descubriendole a él -justamente a él- como autor del crimen. Y solo hubiera faltado que Sherlock se llamara Brennan, fuera una mujer y no hubiera llegado de Baker Street sino del Smithsonian de Washington. Un poco retorcido, pero sugerente.



Bromas aparte, no tengo ninguna duda de que la historia de la ciencia es la de la presencia de la política en todos los regímenes de verdad que han ido compitiendo en cada campo y a cada momento. Cuenta José Antonio Pascual que, apenas unos años después de que estallara la bomba de Piltdown, el anatomista sudafricano Raymond Dart se encontró con un cráneo al que terminó considerando como ejemplo de una especie antecesora a la nuestra, es decir, que aquel descubrimiento silencioso convierte al "Niño de Taung" en un verdadero "eslabón perdido", si es que les gusta a ustedes esta denominación últimamente en desuso. ¿Por qué se tardó tanto en aceptar la hipótesis de Dart -hoy ya no cuestionada- y se dio por bueno al Hombre de Piltdown sin apenas contrastar las pruebas? Es bien sencillo, si Piltdown no era una impostura, resulta que Adán era inglés, fumaba en pipa y era hincha del Liverpool... si la verdad estaba en Taung, resulta que nuestro origen es África.


Vaya, que llegamos aquí en una patera. Permitir a los biólogos hacer su trabajo tiene estos riesgos. Qué bien lo sabían Reagan y los telepredicadores.

6 comments:

Carles Esquembre said...

Curiosamente ahora que hablas del fraude del hombre de Piltdown y de Conan Doyle, me haría ilusión que me dieras tu opinión sobre unos escritos que he publicado en mi blog que creo te podrían interesar!

Por cierto David, la otra tarde estaba leyendo esta frase en tu blog: "y podrán seguir siendo algo más que un Descartes solitario en una cabaña en medio del invierno hablándole a una estufa" y me acordé de las tus clases de filosofía en el instituto de Pinoso. Sé que no fui un buen estudiante, pero te aseguro que desde que aquel año nos descubriste a Descartes y la duda de "¿y si no soy más que un cerebro en una cubeta?" cada vez me he interesado más por la filosofía.

Lástima que cuando llegué a la universidad y entré por primera vez a la clase de "estadística y probabilidad" de la carrera de filosofía (duré una semana, luego me aceptaron en historia del arte, donde duré poco más de un año también jeje) en la pizarra el profesor escribía "si X es el hermano de Y e Y el sobrino de Z, ¿cuantos primos tiene X?"...lo siguiente que recuerdo fue salir del aula llorando. Estuve 2 años peleándome para conseguir dar el paso y olvidarme de las matemáticas para siempre (que me resulten fascinantes no quiere decir que las estudie o las entienda) y justo cuando parece que salgo de la sartén caigo en el fuego!

Lamento haber sido tan mal estudiante y no haber aprovechado más la presencia de profesores como tu en el instituto. Así que si algún alumno tuyo lee esto espero que le anime a no ser arrogante y estúpido como lo fui yo.

Espero no haberte dado mucho la plasta con este comentario, jeje. Lo dicho, si tienes tiempo pásate por mi blog.

Un abrazo!

David P.Montesinos said...

Entre tus defectos, viejo amigo, no está ciertamente el de ser plasta. Sí quizá el de haber sido un mal estudiante, pero eso es difícilmente criticable para mí, pues yo fui aún peor estudiante que tú. Yo lo suspendía casi todo, y, ¿sabes?, con el paso del tiempo me he acostumbrado a no buscar excusas, ni siquiera a decir que es que las clases me aburrían, simplemente fui un tipo que hacía lo que le daba la gana, y ser disciplinado con los estudios no era uno de mis gustos. Me alegra que te acuerdes de Descartes y que te interese la filosofía. Gracias por tus amables palabras y entro de inmediato en tu blog. El último cómic tuyo que me hiciste llegar es excelente, no desperdicies ese don.

Anonymous said...

Nunca he reparado en la serie Bones pero soy bastante aficionado a las historias de huesos. Sabrás que en Cincinnatii hay un museo del creacionismo, un atractivo turístico más de la ciudad, y que según las últimas encuestas prácticamente un cincuenta por cien de los norteamericanos son creacionistas estrictos. “Dios contra Darwin” titulaba un artículo de El País, es como si no hubiera pasado nada desde aquel famoso debate de 1860 en el que Thomas Huxley dejó en el más completo de los ridículos al campeón del creacionismo, el obispo Samuel Wilberforce. Los más espabilados entre los creacionistas han adaptado las simpáticas teorías de Teilhard y se decantan por el llamado “diseño inteligente”, que viene a ser una puesta al día del creacionismo con una leve pátina de respetabilidad. Los más toscos siguen pensando que el evolucionismo, como el marxismo o el movimiento obrero, son producto de una conspiración masónica. Léase al efecto el impagable discurso del Papa León XIII a propósito de la difusión del darwinismo.

La historia del cráneo de Piltdown es apasionante. En realidad ni los paloantropólogos norteamericanos ni los europeos del continente se creyeron nunca la veracidad del hallazgo de Dawson; al parecer la casi unanimidad de los británicos aceptando el cráneo se debió a que apareció en el momento adecuado, encajando perfectamente con las principales líneas de investigación que se venían desarrollando. Se habían creado unas concepciones mentales antes de que los hechos empíricos las corroboraran, ¿no te suena esto familiar?

El problema de la paleoantropología es que la información es tan limitada que siempre ha sido dominio de las conjeturas. Ciertamente y conforme avanza la ciencia y la interdisciplinariedad se impone, esas conjeturas están cada vez mejor fundamentadas pero hay mucho de mito al elaborar teorías sobre los orígenes humanos. Un mito científico funcionando como un espejo que refleja el concepto que de sí misma tiene la humanidad en un momento concreto.

Este carácter especulativo ha fomentado continuas disputas sobre los “huesos”, sin duda la parte más divertida de esta ciencia. Las controversias, desacuerdos y disputas personales son extraordinariamente frecuentes; hay un contenido emocional en la búsqueda de restos humanos que nos desvelen nuestro origen, por eso los profesionales desarrollan sentimientos posesivos hacia “su” yacimiento y “sus” fósiles. Hay un hecho que siempre me ha sorprendido pero que ahora entiendo bastante bien: cuando un investigador encuentra algo, tiene verdadero afán por dar nombre a una nueva especie, antes de investigar ya ha bautizado al que puede ser el “eslabón perdido” de la humanidad. Es esa pequeña dosis de inmortalidad, que proporciona el dar nombre a una especie, tal vez nuestra antecesora, lo que muestra una vertiente muy poco científica de la paleoantropología y lo que da alas a aquellos que siguen pensando que el evolucionismo es un fraude.

David P.Montesinos said...

El razonamiento que haces demuestra que la historia de los juegos de verdad es indisociable de la del poder, de tal manera que "saber" y "poder" terminan convirtiendo en caras diferentes de una misma moneda. No se trata -y obviamente estoy tratando de cargar con la herencia de Nietzsche, en un sentido cercano al de Foucault- de diluir la verdad en un puro juego retórico, reducir eso a lo que llamamos historia de la ciencia a una simple historia política... Pero sí creo que es ya irremediable que la historia asuma la necesidad de que el historiador -el de las ideas, el de la ciencia, el de lo que sea- asuma que todo eso a lo que llamamos "hecho" histórico tiene sentido dentro de un orden discursivo que no ha sido constituido solo por "amor a la verdad"... El discurso es discurso de Poder en toda la extensión de la palabra... Es el poder el que establece cuál es el régimen de lo decible y de lo indecible, cuál es la metodología que da lugar a la verdad y cuál es inaceptable, qué protocolos pueden aplicarse, quien es propiamente dicho el sujeto habilitado para investigar y cuál es exactamente el "objeto" de investigación. Si no entendemos que la verdad es un constructo histórico seguiremos viviendo con el mito, muy caro a los historiógrafos, de que "fenómenos" y "valores" son realidades disociables. Algún día estaría bien, por ejemplo, historiar el sida y el devenir de la búsqueda de vacunas o medicamentos retrovirales... Como diría Heráclito, no es más que la historia de ambiciones, voluntades heroicas o perversas, proyectos de aplicación condicionados por los gestores, codicia... la historia de la guerra a fin de cuentas.

Cuando se dice, por ejemplo, que el lamarckista Lyssenko, por su amistad con Stalin, retrasó medio siglo la ciencia en la URSS, se está insinuando que la imbecilidad caprichosa del dictador, que consideraba el evolucionismo de Lamarck más "marxista" que el de Darwin, cuyo concepto de la lucha por la existencia le sonaba a "liberal", también se nos intenta hacer creer que las cosas son siempre así, es decir, que podemos en cada mirada a la historia disociar la verdad objetiva de la mera manipulación política. Pero no es tan sencillo. Respecto a las prácticas científicas que ahora mismo se están llevando a cabo por ejemplo en relación a la medicina, ¿realmente creemos que no están a cada paso directamente determinadas por la competencia entre departamentos universitarios, la necesidad de obtener financiación de tal o cual institución, los vínculos personales de los gestores, las corrientes de opinión instaladas entre la gente desde la prensa, la televisión o hasta las series de la tele? Dijo Foucault que "el saber no ha sido hecho para el conocimiento, sino para hacer tajos". Creo que hay que pensar en ello.

Una curiosidad, ¿sabes por qué el esqueleto de homo antecessor que encontró el equipo de Leakey en África se llamó Lucy?

Anonymous said...

Una cosa antes de lo de Lucy. Has nombrado a Raymond Dart y tienes razón, una de las causas de la resistencia a aceptar sus teorías fue que establecía nuestro origen en Africa. Sin embargo, Dart no se libró de esa mitología de la que hablaba: la idea rectora que se deducía de Darwin y que investigadores como Dawson continuaron era que el simio había fracasado en su evolución porque ya estaba satisfecho con sus circunstancias, los trópicos favorecían la indolencia. En cambio, las dificultades del hábitat del género de nuestros antecesores hicieron que estos, gracias a su esfuerzo y tenacidad, evolucionaran hasta ese momento culminante que es el hombre. Reconocerás fácilmente el optimismo positivista del XIX.

Los descubrimientos de Dart se producen en el periodo de entreguerras, bajo el influjo del desastre de la Primera Guerra Mundial y con una segunda en perspectiva. El noble y espiritual antepasado pasa a convertirse en un mono asesino. Dart, equivocándose en la interpretación de los elementos asociados a los huesos de australopithecus, consideró que había indicios de violencia asesina. Su mensaje era claro: los humanos son invariablemente brutales, están poseidos de un deseo innato de matarse entre sí. Puede que recuerdes un libro de Robert Ardrey, “La evolución del hombre: la hipótesis del cazador”, pues bien, en esta obra Ardrey dramatiza aún más las ideas de Dart e insiste en la perversidad humana. Estaba fresco el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial.

Respecto a Lucy precisamente tengo el libro que escribieron su descubridor, Donald Johanson y el periodista Maitland Edey , “El primer antepasado del hombre”, título significativo como podrás ver y que está en la línea de lo que comentaba anteriormente. Lucy no es un homo antecesor, fue clasificada como australopithecus afarensis y según Johanson estaba en nuestra línea evolutiva (las nuevas investigaciones han cambiado algo esta tesis). Johanson y su colaborador Tim White dieron el nombre de Lucy a este esqueleto completísimo porque se trataba de una hembra y porque en el magnetófono del campamento sonaba con frecuencia la canción de los Beatles “Lucy in the sky whith diamonds”.

El asunto Lyssenko se ha puesto un poco de moda últimamente en ciertas discusiones historiográficas sobre la Guerra Civil, ya sabes, los Moa frente a la “Cofradía de la checa”, porque desde ambas trincheras se acusan mutuamente de comportarse como “Lyssenkos”. En fin, yo tengo perfectamente claro quién va a los archivos, quién analiza documentos y quién opina simplemente al servicio de determinados intereses políticos.

David P.Montesinos said...

Ya veo que sabías lo de Lucy y la canción de los Beatles. La tesis de Ardrey me parece plausible, no tanto por la cuestión tan hobbesiana de la maldad intrínseca del ser humano, como por las implicaciones que arrastra respecto al origen de la configuración de las comunidades humanas, pues entiendo que Ardrey está desechando la tradición que atribuye a las prácticas agrícola-ganaderas el primer esbozo de organización comunitaria en base a la división del trabajo y la configuración de regímenes jerárquicos.
Moa me parece un personaje altamente olvidable.Conviene analizar por qué fracasó la República, pero no echaremos ninguna luz sobre el asunto si hacemos caso a quienes se limitan a compararla con las prácticas del estalinismo. Lo que distingue al pensamiento reaccionario no es tanto su voluntad presuntamente conservadora -en eso no radica su impostura- sino en el simplismo manipulador con el que presenta sus análisis, los cuales parecen hechos a la medida de lectores a los que les gusta que el guionista de la película le deje claro desde el principio quienes son los buenos y quienes los malos.