SI EL PRESIDENTE LO HACE...
-“¿Está diciéndome que el Presidente puede hacer cosas ilegales?”
-“Lo que estoy diciéndole es que si lo hace el Presidente, entonces es legal.”
Esta afirmación es lo que ha quedado para la historia del desafío Frost-Nixon, nombre que se la ha dado al encuentro que preparó un afamado presentador televisivo británico, David Frost, que consiguió así la primera entrevista realizada a Richard Nixon después de su legendaria dimisión.
La película es magnífica. No creo que sea ajena a su luminosa factura la presencia del guionista de The Queen (Stephen Frears), Peter Morgan, cuyo manejo de los tempos narrativos me parece ejemplar, y cuya credibilidad sospecho que supera con creces a la de el director Ron Howard. Me trae sin cuidado si Howard ha explotado con este film, si es obra suya en el sentido de autor que manejamos en Europa o si es que hasta ahora las presiones mercadotécnicas le habían obligado a estrangular su talento. Lo cierto es queda una película redonda, muy poco que ver con Nixon, de Oliver Stone, donde se rompía con las convenciones del biopic mucho menos de lo que el propio Stone deseaba.
En realidad, El desafío… no pretende relatar la tragedia de un cadáver político que bracea estérilmente para no ahogarse y de paso sacar un buen puñado de dólares a las televisiones a las que tanto odiaba. Tampoco es exactamente una de esas shakesperianas reflexiones sobre el poder –el tirano en su laberinto, casi haciéndonos sentir lástima por él y por el vacío de las ambiciones humanas-. Esa fórmula podría funcionar con un equipo tan brillante como el que ha hecho valer Ron Howard para llevar a buen puerto el film, empezando por los interpretes, Frank Langella - Nixon menos sobreactuado y lecteriano que el de Hopkins-, secundado por Martin Sheen y Kevin Bacon.
¿Qué es lo realmente enigmático de este film? Cuando se nos relata una determinada trama política en clave de thriller, como en la ya muy envejecida Todos los hombres del Presidente, lo que se pretende es iluminar las trastiendas del espacio político. No muy lejos de la lógica de la conspiración, los grandes malvados y corruptos de este tipo de relatos nos permiten creer que nuestras vidas son gobernadas por oscuros mandarines que se juegan nuestras cabezas a los dados en lóbregas estancias. De una manera u otra, siempre hay un Juez Garzón o un periodista con espíritu de mosca cojonera capaz de marear a un pringado de Palacio para convertirlo en Garganta Profunda y empezar a tirar de un hilo que se va calentando hasta quemarse, cuando un grupo de empleados directos del candidato son sorprendidos ridículamente por el FBI en plena faena de espionaje. “Compadezco a los presidentes de la URSS, nunca saben si están rodeados de micrófonos”, ese chiste y algún otro de Nixon, muy del imaginario yanqui de la época en torno a la KGB y los enemigos comunistas, refleja la inconsistencia moral del personaje.
Michael Moore contra Bush, Woodward y Bernstein contra Nixon, Erin Brockovitch contra las multinacionales… la historia del cine norteamericano está preñada de este tipo de cantares de gesta de un common man que decide enfrentarse a los capos mafiosos del universo y termina recordándole a la ciudadanía que las leyes están siempre por encima del juego del poder, que son los hombres los que sirven a las instituciones y no al revés, que el crimen es más execrable cuando proviene justamente de lugar donde hemos colocado a aquellos en quienes hemos depositado nuestra confianza, que el principio de que el más pequeño de los hombres puede ser presidente es tan válido como el de que el más pequeño de los hombres puede derribar al más grande… Acaso lo difícil sea hallar tramas políticas que no nos aleccionen moralmente con la misma historia: siempre la necesidad de los héroes, siempre la perversidad inequívoca de los corruptos terminando por aparecer tal cual, sin incómodas ambigüedades, para que podamos confortarnos con la convicción de que “yo no soy como ellos”.
Creo que El desafío: Nixon vs Frost va de otra cosa. Lo que hay en juego sobre el tablero creado por Frost para saltar definitivamente a la celebridad mediática no es la posibilidad de que Nixon regrese como es su deseo a Washington o que los americanos aten los últimos cabos sobre las contradicciones de su sistema… Todo eso está, desde luego, entre otras cosas porque es demasiado evidente que Gerald Ford indultó a su predecesor con las mismas corruptas malas artes que le enseñó su predecesor en la Casa Blanca. Pero el trasfondo que verdaderamente debemos atisbar es el del secreto traslado del poder desde los tradicionales foros institucionales –deliberativos o secretos- hacia las luces de la verdad catódica, es decir, hacia los media.
¿Qué revela la larga entrevista en cuatro tramos de Frost al ex-Presidente? Planteado tal cual un combate de boxeo, lo que Frost pretende, tras quedarse sin financiación, es grabar un auténtico boom periodístico, un producto que desenmascare de tal manera a Nixon que las televisiones que antes han rechazado el producto se pongan de rodillas después para adquirirlo en exclusiva. Durante las primeras sesiones su fracaso es total. Tras una entrada agresiva muy de aspirante a campeón, el periodista se va desinflando como un bluff. Nixon lanza de vez en cuando golpes imprevistos, como cuando pregunta a David unos segundos antes de empezar la segunda entrevista si “fornicasteis anoche”, desestabilizándole por completo. Después, el entrevistado hace uso de toda su maestría, forjada en décadas de lucha sórdida por instalarse en el poder desde la nada, y sostiene inanes e interminables soliloquios para mantener a distancia al oponente y no dejarle marcar los ritmos del combate. Todo parece ir de maravilla para Nixon. Está pegándole un revolcón impresionante a Frost… Hay quien entre los asistentes imparciales incluso sugiere que debería volver a la Casa Blanca.
Todo cambia cuando llega la cuarta de las entrevistas, dedicada monográficamente al Watergate. La hipótesis que maneja esta narración no es la de que Nixon se descompuso por la presión de Frost. Una noche antes Nixon llama por teléfono al periodista de forma imprevista. Frost se siente derrotado, pero Nixon, que después no recordará nunca haber realizado esa llamada –al parecer tenía algún problema con el alcohol- le da algunas claves decisivas para la entrevista del día siguiente. Nixon está convencido de su genialidad, pero no cree que sea su conducta ilegal o las matanzas ordenadas en Camboya las que hayan sepultado su carrera, cuyo final se resiste a aceptar. “Nos odian, a usted también, no pueden soportar que tipos salidos del arroyo puedan alcanzar el éxito”. Nixon cree representar la consumación del american dream: es su talento el que le ha llevado a ir escalando cada uno de los obstáculos hasta alcanzar la condición suprema. Si no ha podido seguir es solo por el resentimiento de los señores feudales que dominan la nación, hombres taimados, vestidos con elegantes trajes que conspiran en la sombra para que nadie les quite el sitio.
A la mañana siguiente Nixon entierra delante de la cámara toda su credibilidad. Es su final, y el gesto de su equipo de asesores cuando pronuncia la famosa frase –"If the Presidente does it…"- no deja lugar a dudas, los acaba de sepultar también a ellos. Tras unos minutos de pausa forzados por la violenta irrupción en el plató del primer secretario, Nixon decide hacerse el harakiri, renuncia a las estrategias de púgil tramposo y explica de una vez por todas quien es, por qué hizo lo que hizo y por qué cree estar siendo objeto de una terrible injusticia. Al final de la entrevista, el equipo de Frost celebra mezquinamente con champán su triunfo mientras el campeón derrotado se aleja hacia la jubilación definitiva. Pero Nixon no ha sido exactamente derrotado por Frost.
Hay algo misterioso en el Nixon de Langella, algo como un deseo inconsciente de ser derrotado. Cree ser mejor que Frost, que todos los canallas de la prensa y que las serpientes de Washington… Pero hay algo que le genera un permanente desasosiego y que se concreta en el auténtico McGuffin del relato: unos zapatos italianos sin cordones que usa Frost y sobre los que Nixon parece interesarse. “Son algo afeminados”, le dice su asesor. Esos zapatos, que al final le son regalados por Frost, simbolizan lo verdaderamente crucial de esta historia: Nixon no ha sido derrotado por la Justicia ni por la oposición parlamentaria, ha sido derrotado por la prensa y, más en concreto, por la televisión. “Me sudaba el labio inferior y la gente se dio cuenta, por eso perdí en el debate electoral, la gente lo advirtió a través del televisor; sin embargo los que lo oyeron por la radio me dieron ganador”. Nixon nunca creyó haber hecho nada que no hubiera hecho ya cualquier otro Presidente, empezando por Kennedy, su verdadera bestia negra. Kennedy era atractivo y carismático, era un líder, “yo nunca gusté, es eso lo que nunca me han perdonado”.
Décadas de una carrera deslumbrante echadas al garete en un solo primer plano de labio sudoroso. Horas y horas de combate televisivo derrotando sin paliativos al periodista para acabar por darle la carnaza que desea, reconociendo su delito, y mostrando en primer plano su diente retorcido y su mirada colérica cual Luis XVI: “El Estado soy yo, ¿qué os creíais?”
En los peores momentos del proceso, cuando el fracaso parece irremediable, uno de los asesores insinúa a Frost que a fin de cuentas él solo es un showman. Y es cierto, Frost ha destacado por entrevistar brillantemente a estrellas de la farándula. “¿Por qué no a Nixon?”, se dice. Hoy sigue siendo un tipo encantador y la encarnación del personaje mediático, con esas fiestas anuales de las que todo el mundo habla en Londres y sus elegantes trajes y zapatos italianos. Con los zapatos que a última hora le regala, Frost está traspasando su secreto a su oponente, pero para Nixon ya es muy tarde. Al menos, a éste le sirve para entender por qué siempre detestó tanto a los Kennedy. Nixon representaba un modelo en extinción. No creía en la democracia sino en el poder, desde luego, pero nunca pensó que fuera la democracia la que acabara con él, fueron esos primeros planos desafortunados, ese trabajo en las cloacas del Washington Post que desató el escándalo, esos zapatos de Frost que él nunca se atrevió a llevar porque podían resultar afeminados.
Eso es lo que deja traslucir esta luminosa y ejemplar construcción fílmica, poseedora a la vez de una sombría belleza. Sabemos que Obama nada tiene que ver con Nixon. Ojalá la suya no sea la sonrisa amable tras la que se ocultan los nuevos criminales. Pero eso, me temo, ahora mismo ni siquiera él lo sabe. De momento da bien en primer plano y no le suda el labio inferior.
-“Lo que estoy diciéndole es que si lo hace el Presidente, entonces es legal.”
Esta afirmación es lo que ha quedado para la historia del desafío Frost-Nixon, nombre que se la ha dado al encuentro que preparó un afamado presentador televisivo británico, David Frost, que consiguió así la primera entrevista realizada a Richard Nixon después de su legendaria dimisión.
La película es magnífica. No creo que sea ajena a su luminosa factura la presencia del guionista de The Queen (Stephen Frears), Peter Morgan, cuyo manejo de los tempos narrativos me parece ejemplar, y cuya credibilidad sospecho que supera con creces a la de el director Ron Howard. Me trae sin cuidado si Howard ha explotado con este film, si es obra suya en el sentido de autor que manejamos en Europa o si es que hasta ahora las presiones mercadotécnicas le habían obligado a estrangular su talento. Lo cierto es queda una película redonda, muy poco que ver con Nixon, de Oliver Stone, donde se rompía con las convenciones del biopic mucho menos de lo que el propio Stone deseaba.
En realidad, El desafío… no pretende relatar la tragedia de un cadáver político que bracea estérilmente para no ahogarse y de paso sacar un buen puñado de dólares a las televisiones a las que tanto odiaba. Tampoco es exactamente una de esas shakesperianas reflexiones sobre el poder –el tirano en su laberinto, casi haciéndonos sentir lástima por él y por el vacío de las ambiciones humanas-. Esa fórmula podría funcionar con un equipo tan brillante como el que ha hecho valer Ron Howard para llevar a buen puerto el film, empezando por los interpretes, Frank Langella - Nixon menos sobreactuado y lecteriano que el de Hopkins-, secundado por Martin Sheen y Kevin Bacon.
¿Qué es lo realmente enigmático de este film? Cuando se nos relata una determinada trama política en clave de thriller, como en la ya muy envejecida Todos los hombres del Presidente, lo que se pretende es iluminar las trastiendas del espacio político. No muy lejos de la lógica de la conspiración, los grandes malvados y corruptos de este tipo de relatos nos permiten creer que nuestras vidas son gobernadas por oscuros mandarines que se juegan nuestras cabezas a los dados en lóbregas estancias. De una manera u otra, siempre hay un Juez Garzón o un periodista con espíritu de mosca cojonera capaz de marear a un pringado de Palacio para convertirlo en Garganta Profunda y empezar a tirar de un hilo que se va calentando hasta quemarse, cuando un grupo de empleados directos del candidato son sorprendidos ridículamente por el FBI en plena faena de espionaje. “Compadezco a los presidentes de la URSS, nunca saben si están rodeados de micrófonos”, ese chiste y algún otro de Nixon, muy del imaginario yanqui de la época en torno a la KGB y los enemigos comunistas, refleja la inconsistencia moral del personaje.
Michael Moore contra Bush, Woodward y Bernstein contra Nixon, Erin Brockovitch contra las multinacionales… la historia del cine norteamericano está preñada de este tipo de cantares de gesta de un common man que decide enfrentarse a los capos mafiosos del universo y termina recordándole a la ciudadanía que las leyes están siempre por encima del juego del poder, que son los hombres los que sirven a las instituciones y no al revés, que el crimen es más execrable cuando proviene justamente de lugar donde hemos colocado a aquellos en quienes hemos depositado nuestra confianza, que el principio de que el más pequeño de los hombres puede ser presidente es tan válido como el de que el más pequeño de los hombres puede derribar al más grande… Acaso lo difícil sea hallar tramas políticas que no nos aleccionen moralmente con la misma historia: siempre la necesidad de los héroes, siempre la perversidad inequívoca de los corruptos terminando por aparecer tal cual, sin incómodas ambigüedades, para que podamos confortarnos con la convicción de que “yo no soy como ellos”.
Creo que El desafío: Nixon vs Frost va de otra cosa. Lo que hay en juego sobre el tablero creado por Frost para saltar definitivamente a la celebridad mediática no es la posibilidad de que Nixon regrese como es su deseo a Washington o que los americanos aten los últimos cabos sobre las contradicciones de su sistema… Todo eso está, desde luego, entre otras cosas porque es demasiado evidente que Gerald Ford indultó a su predecesor con las mismas corruptas malas artes que le enseñó su predecesor en la Casa Blanca. Pero el trasfondo que verdaderamente debemos atisbar es el del secreto traslado del poder desde los tradicionales foros institucionales –deliberativos o secretos- hacia las luces de la verdad catódica, es decir, hacia los media.
¿Qué revela la larga entrevista en cuatro tramos de Frost al ex-Presidente? Planteado tal cual un combate de boxeo, lo que Frost pretende, tras quedarse sin financiación, es grabar un auténtico boom periodístico, un producto que desenmascare de tal manera a Nixon que las televisiones que antes han rechazado el producto se pongan de rodillas después para adquirirlo en exclusiva. Durante las primeras sesiones su fracaso es total. Tras una entrada agresiva muy de aspirante a campeón, el periodista se va desinflando como un bluff. Nixon lanza de vez en cuando golpes imprevistos, como cuando pregunta a David unos segundos antes de empezar la segunda entrevista si “fornicasteis anoche”, desestabilizándole por completo. Después, el entrevistado hace uso de toda su maestría, forjada en décadas de lucha sórdida por instalarse en el poder desde la nada, y sostiene inanes e interminables soliloquios para mantener a distancia al oponente y no dejarle marcar los ritmos del combate. Todo parece ir de maravilla para Nixon. Está pegándole un revolcón impresionante a Frost… Hay quien entre los asistentes imparciales incluso sugiere que debería volver a la Casa Blanca.
Todo cambia cuando llega la cuarta de las entrevistas, dedicada monográficamente al Watergate. La hipótesis que maneja esta narración no es la de que Nixon se descompuso por la presión de Frost. Una noche antes Nixon llama por teléfono al periodista de forma imprevista. Frost se siente derrotado, pero Nixon, que después no recordará nunca haber realizado esa llamada –al parecer tenía algún problema con el alcohol- le da algunas claves decisivas para la entrevista del día siguiente. Nixon está convencido de su genialidad, pero no cree que sea su conducta ilegal o las matanzas ordenadas en Camboya las que hayan sepultado su carrera, cuyo final se resiste a aceptar. “Nos odian, a usted también, no pueden soportar que tipos salidos del arroyo puedan alcanzar el éxito”. Nixon cree representar la consumación del american dream: es su talento el que le ha llevado a ir escalando cada uno de los obstáculos hasta alcanzar la condición suprema. Si no ha podido seguir es solo por el resentimiento de los señores feudales que dominan la nación, hombres taimados, vestidos con elegantes trajes que conspiran en la sombra para que nadie les quite el sitio.
A la mañana siguiente Nixon entierra delante de la cámara toda su credibilidad. Es su final, y el gesto de su equipo de asesores cuando pronuncia la famosa frase –"If the Presidente does it…"- no deja lugar a dudas, los acaba de sepultar también a ellos. Tras unos minutos de pausa forzados por la violenta irrupción en el plató del primer secretario, Nixon decide hacerse el harakiri, renuncia a las estrategias de púgil tramposo y explica de una vez por todas quien es, por qué hizo lo que hizo y por qué cree estar siendo objeto de una terrible injusticia. Al final de la entrevista, el equipo de Frost celebra mezquinamente con champán su triunfo mientras el campeón derrotado se aleja hacia la jubilación definitiva. Pero Nixon no ha sido exactamente derrotado por Frost.
Hay algo misterioso en el Nixon de Langella, algo como un deseo inconsciente de ser derrotado. Cree ser mejor que Frost, que todos los canallas de la prensa y que las serpientes de Washington… Pero hay algo que le genera un permanente desasosiego y que se concreta en el auténtico McGuffin del relato: unos zapatos italianos sin cordones que usa Frost y sobre los que Nixon parece interesarse. “Son algo afeminados”, le dice su asesor. Esos zapatos, que al final le son regalados por Frost, simbolizan lo verdaderamente crucial de esta historia: Nixon no ha sido derrotado por la Justicia ni por la oposición parlamentaria, ha sido derrotado por la prensa y, más en concreto, por la televisión. “Me sudaba el labio inferior y la gente se dio cuenta, por eso perdí en el debate electoral, la gente lo advirtió a través del televisor; sin embargo los que lo oyeron por la radio me dieron ganador”. Nixon nunca creyó haber hecho nada que no hubiera hecho ya cualquier otro Presidente, empezando por Kennedy, su verdadera bestia negra. Kennedy era atractivo y carismático, era un líder, “yo nunca gusté, es eso lo que nunca me han perdonado”.
Décadas de una carrera deslumbrante echadas al garete en un solo primer plano de labio sudoroso. Horas y horas de combate televisivo derrotando sin paliativos al periodista para acabar por darle la carnaza que desea, reconociendo su delito, y mostrando en primer plano su diente retorcido y su mirada colérica cual Luis XVI: “El Estado soy yo, ¿qué os creíais?”
En los peores momentos del proceso, cuando el fracaso parece irremediable, uno de los asesores insinúa a Frost que a fin de cuentas él solo es un showman. Y es cierto, Frost ha destacado por entrevistar brillantemente a estrellas de la farándula. “¿Por qué no a Nixon?”, se dice. Hoy sigue siendo un tipo encantador y la encarnación del personaje mediático, con esas fiestas anuales de las que todo el mundo habla en Londres y sus elegantes trajes y zapatos italianos. Con los zapatos que a última hora le regala, Frost está traspasando su secreto a su oponente, pero para Nixon ya es muy tarde. Al menos, a éste le sirve para entender por qué siempre detestó tanto a los Kennedy. Nixon representaba un modelo en extinción. No creía en la democracia sino en el poder, desde luego, pero nunca pensó que fuera la democracia la que acabara con él, fueron esos primeros planos desafortunados, ese trabajo en las cloacas del Washington Post que desató el escándalo, esos zapatos de Frost que él nunca se atrevió a llevar porque podían resultar afeminados.
Eso es lo que deja traslucir esta luminosa y ejemplar construcción fílmica, poseedora a la vez de una sombría belleza. Sabemos que Obama nada tiene que ver con Nixon. Ojalá la suya no sea la sonrisa amable tras la que se ocultan los nuevos criminales. Pero eso, me temo, ahora mismo ni siquiera él lo sabe. De momento da bien en primer plano y no le suda el labio inferior.
9 comments:
Viendo como está desde hace tiempo el panorama periodístico, con la concentración de títulos y editoriales tan pocas manos, los amiguismos e influencias, decir que los periodistas son los últimos guardianes de la moral y de la verdad, me parecería decir demasiado. Sin embargo, veo muchas veces cómo los órganos encargados de esos fines -inspeccionar y certificar que los altos cargos actúan correctamente- se inhiben por completo. No lo puedo entender; me genera una sensación muy grande de indefensión. En ocasiones por exceso de trabajo, en otros por indolencia, por ignorancia o por mala fe... no sé; el caso es que, al final, cuando utilizas los cauces "normales" que las propias instituciones establecen para avisar de la negligencia, descubres que esos cauces te llevan hasta la puerta de atrás, para que salgas sin ningún ruido y muy cansado de protestar inútilmente. Así que, en parte, sí que entiendo que alberguemos en nuestro interior la oscura idea de que la corrupción se haga pública a gritos, justo al contrario de como ellos quieren que suceda.
Hacía tiempo que un comentario en un blog no me dejaba tan con la miel en los labios... Le haría unas cuantas preguntas al anónimo autor o autora que señala tan acertadamente que el cinismo y la pobreza del sistema ha ido trazando los caminos del control democrático para que acaben en la puerta de atrás.
Estoy de acuerdo en que la corrupción debe ser hecha pública, más allá solo quedan la impunidad, de un lado, y la indefensión, del otro. Debemos no obstante plantearnos hasta qué punto algunos que se arrogan la autoridad para liderar la denuncia terminan formando parte -a veces desde el principio- de algún tipo de poder fáctico cuyo objetivo no es otro que quitar al que está para, en primer lugar, vender periódicos y, en segundo lugar, poner a "su" gente. No estoy pensando en el Washington Post, obviamente, sino en un caso cuya historia he seguido, el del Diario El Mundo, cuyas estrategias de manipulación me parecieron diabólicas el día que las descubrí, y muy burdas y casi saineteras a medida que tanto el señor Ramírez como yo nos hacemos mayores.
En cuanto a la indefensión respecto al uso de cauces de defensa del ciudadano comparto su frustración, que he experimentado muchas veces a lo largo de mi vida, pero no su pesimismo, no al menos si es un pesimismo "paralizante". Creo que las instituciones, y de entre ellas, las leyes sobre todo, están por lo general bien planteadas. La inercia que hace que no funcionen y que se comporten como una especie de pastoso "blandi-blup" que lo engulle todo sin ofrecer respuesta se debe a los hombres que trabajan para dichas instituciones. Y hay personas de muchos tipos, como sabemos y como comprobamos diariamente. Creo sin embargo que nos equivocamos si aceptamos la verdadera intención de ese círculo vicioso: la disuasión. El sistema se estremece cada vez que le plantamos cara con las armas adecuadas. ¿Sabe por qué Iberdrola está relativamente tranquila después de la bestialidad que ha cometido con las facturas? Porque si hace usted un breve sondeo descubrirá que hay muchísimas personas que ni siquiera han mirado dicha factura, muchas que lo han mirado y no saben si les han robado, muchas que lo saben pero no van a las oficinas a quejarse y a poner una denuncia. Este asunto debería acabar con mucha gente trajeada en la puta calle -sí, en el paro, como tantos españoles menos afortunada-. No ocurrirá seguramente, pero imagínese lo que ocurriría si nadie hubiera denunciado este expolio, de millones y millones. En fin, creo que me voy del tema, no se pierdan la película y gracias por escribir.
Unos pocos meses de trabajar para Telefónica atendiendo varios teléfonos de información me bastaron para enterarme de una de las reglas bien asumidas del diseño de, llamémosles, Los Cauces (así, en mayúscula, y severamente señalados y subrayados): la disuasión es su primer y principal objetivo. Nunca lo diré suficientemente enfadada como ciudadana. En contra de lo que dices, David, aceptarla o no me parece que no es cuestión que esté sujeta a nuestra decisión, porque me temo que incluso el más decidido y cabezota se acaba agotando en la impotencia de la falta de recursos. Los Cauces no sólo se pierden en la ineficacia de personal con poca formación o pocas ganas de trabajar; es que además entran en bucles y paradojas, nos venden que somos Aquiles y nunca alcanzamos a la tortuga; torticera tortuga que centímetro a centímetro y céntimo a céntimo nos roba y nos gana infinitamente más de lo que aceptaríamos perdonarle a la cajera que no nos dió bien el cambio. Y es un modelo que creo que se ha extendido también a gran parte de los ámbitos en que un ciudadano debe relacionarse con las instituciones. La aparente apertura de las instituciones ("haga ud. mismo el trámite, no necesita instancias medias ni asociaciones que le respalden, llámenos y le atenderemos") conlleva el riesgo de la indefensión ciudadana, que no tiene por qué ser experto de aquello de lo que nadie le ha informado, ni conocer los vericuetos de Los Cauces. Para qué hablar entonces de la denuncia de la corrupción y la falta de limpieza política... Soy pesimista, sí, un poco como creo que apunta el interesante comentario de Anonymous: creo que Los Cauces nos derrotan a los puntos por falta de recursos, no por falta de tenacidad. El valor justicia y el valor eficiencia no son vecinos bien avenidos. Dedicarte a tener razón o dedicarte a tener una vida es una decisión excluyente que lamentablemente tiene que tomar mucha gente cada día.
(En Telefónica trabajaba sobre todo de 12 de la noche a 7 de la mañana. A veces, en momentos de pocas llamadas, me sobrevenían ensoñaciones en las que alguien se levantaba llevado por la ira más furibunda y comenzaba a lanzar ordenadores contra las paredes mientras gritaba enloquecido. Nunca sufrí ni presencié una violencia empresarial -hacia clientes y trabajadores por igual- tan sibilina y astuta como la de aquellos meses.)
Bueno, en primer lugar, estoy sorprendido de que dos personas se hayan tomado la molestia de leer mi pequeño comentario. Les he de decir que ha sido una pequeña alegría (no ocurre lo mismo en todos los blogs). Intervengo nuevamente porque, a pesar de que agradezco su respuesta, no estoy de acuerdo con usted, señor Montesinos, en algunas cosas.
Usted habla de que deberíamos interrogarnos acerca de la legitimidad de los medios de comunicación para liderar una denuncia contra las instituciones públicas. A lo que yo me refería con "oscura idea" es justamente a que estos hechos se produzcan a pesar de que los medios sean dudosos; creo que esa es la venganza. Los que se enseñorean y abusan de su poder lo hacen porque, por el camino, se van encontrando con personas que están en situación de indefensión y, lejos de respetarlas, se dedican a abusar, sabiéndose impunes. En cambio, aparecen en escena los medios de comunicación, tan corruptos como los gestores, sí, con sus mismas aspiraciones, y con capacidad para alumbrar con focos lo que tú sólo vislumbras a duras penas, para amplificar con micrófonos los que tú oyes indignado en soledad. Y todo el mundo los mira... Yo sé que no está bien pero, durante unos segundos, ese "para un hijo de puta, otro", reconforta... qué le voy a hacer.
Por otro lado, lo de la pureza de las instituciones y de sus planteamientos es algo que no puedo compartir porque, sean puras o no, la materialización de esto es lo que nos afecta y, a no ser que le echemos la culpa a dios, no tenemos más remedio que aceptar que esta materialización siempre será humana. Las instituciones son las personas que las componen, ni más ni menos; si la casa en la que vivo se me cae encima y muero aplastado, de nada me sirve que en la mente de alguien fuera perfecta y que el fallo sea de ejecución: el arquitecto, el suelo, el obrero, el aparejador, el del seguro, el constructor,... La mala gestión de la cosa pública no es tan dramática como este ejemplo, pero por el camino se queda uno sin fuerzas y sin fe... que también es bastante preocupante.
Y, para terminar, el ejemplo que usted pone sobre la protesta de los usuarios contra las empresas no sé si se podría aplicar en el caso de la "cosa pública". es decir, una empresa, en última instancia siempre tendrá que valorar la pérdida que le supone desoir la reclamación de sus clientes y actuar en consecuencia. Sin embargo, la relación de los ciudadanos y trabajadores con la administración del estado, no es clientelar; la cuestión es cuándo eso, que a mí me parece una suerte, se convierte en un abuso, precisamente porque los encargados de controlar están comiendo en la misma mesa que los controlados y, si me apuras, van de caza juntos...
Hola,
escribo para decir que yo también he visto la película y para decir que estoy de acuerdo contigo, David, en que es muy buena. Hacía tiempo que no me divertía tanto yendo al cine -incluyendo las dos llamadas de teléfono de una pareja muy simpática sentada cerca de mi-. La recomiendo sinceramente. Aunque a mi me gustaría destacar, más que la interpretación de Nixon, la de Frost; me gusta mucho este actor que yo ya había visto en la película "The Queen" interpretando al primer ministro británico Tony Blair. En fin, nada más. Un saludo.
p
Soy yo el que está agradecido -y sorprendido- por vuestra atención. Difícil discrepar de análisis tan serios y brillantes, de los cuales me convencen muchos aspectos y me ayudan a ver algunas cosas más claras.
Debo no obstante matizar algunas apreciaciones que he realizado. Mi optimismo no es tan ingenuo como parece ("El sistema funciona", decía Carlton, el primo tonto y pijo de Will Smith en El príncipe de Bel Air) No creo que las cosas estén bien, sino que tenemos poder para hacer que lo estén, o al menos, que estén menos mal de lo que están. Pensar lo contrario me sumiría en el cinismo.
Marta da un ejemplo. Yo daré algún otro. Si no engroso actualmente las listas del paro es porque hace muchos años una sola persona impugnó ante los tribunales un proceso de selección para la función pública. Ganó inicialmente, después perdió, volvió a perder... Si finalmente cerca de mil personas vimos materializado el derecho al trabajo que nos habíamos ganado es porque la inmensa mayoría de los afectados nos unimos y batallamos largamente para que los políticos entendieran que si continuaban negándonos ese derecho serían su imagen pública e incluso sus luminosas carreras políticas las que correrían un grave riesgo. Nosotros no nos íbamos a rendir, y hubo un juez que -en mi opinión de forma heroica- se empeñó en que presiones y juegos de poder no iban a impedirle hacer justicia, que es precisamente a lo que se comprometió por juramento profesional. Un derecho supremo, el de la igualdad en procesos selectivos, -que no es otro que el artículo primero de la Constitución española- y otros de tipo administrativo nos amparaban. Fueron políticos, sindicalistas y periodistas los que sustituyeron la justicia por lo "conveniente", lo "prudente", lo "políticamente aconsejable",etc...
No creo que las instituciones sean puras. Algunas leyes son malas, y hay otras muchas que parecen bienintencionadas pero que no contemplan las condiciones de su propia realización, lo cual las hace malas finalmente. No hay más que fijarse en los últimos escándalos de corrupción. La partitocracia es institucional. La corrupción es recurrente porque el sistema lo propicia. No es pues solo cosa de personas, tenéis razón en esto. Pero son los jueces, la prensa y la indignación popular la que va a hacer que algunos de estos sinvergüenzas vayan a la cárcel. Desgraciadamente caerán los testaferros y los mandarines se irán de rositas... Sí, es justo deprimirse ante ello. Pese a todo yo no dejo de alegrarme porque, por ejemplo, en el País Valenciano se haya acabado la sensación de que políticos y constructores pueden convertir el territorio en un cortijo donde hacer lo que les dé la gana y reírse de todos nosotros. Seguirán en el expolio, sí, pero ahora mismo tienen dudas: "¿acabaré en la cárcel?", pues quizá sí.
Lo que sí creo -llámenme ingenuo o socialdemócrata- es que el de la ciudadanía es un poder instituyente. Si se ejerce -y hemos de aprender a ejercerlo- entonces "instituimos", es decir, creamos poder desde abajo... Si renunciamos a ocupar los espacios de lo público que todavía no estan estrangulados, entonces dejamos que sean colonizados por fuerzas que se sirven de las formalidades de la democracia para convertirla en puro simulacro y ejercer el poder sin deliberación ni representación posible.
Sigo concepciones aquí como las de Daniel Innerarity: el espacio de lo público ha entrado en situación de incertidumbre por muchas razones en nuestro tiempo, nuestra obligación -o mejor, nuestra necesidad, haciendo de ella virtud- es reconstruirlo.
Creo mucho en el asociacionismo, creo en los mecanismos de coordinación de esfuerzos entre ciudadanos que el cyberespacio nos está poniendo ante las narices.Aprovechemoslo.
Gracias P., acepto la discrepancia respecto a los actores, aunque si me he dejado deslumbrar por Langella es porque su interpretación es deslumbrante. Me alegra que también te gustara la película, no siempre coincidimos, por eso me gusta más cuando lo hacemos, besos.
Todos los géneros periodísticos,llamese información,crónica,entrevista,etc.no dejan de ser una construcción.
A mi me suele divertir que la gente crea realmente que existe un 4º o un 5º ,o el "n" poder,porque además de ser inexacto,es pueril.
Cuando dejan de filtrar,es síntoma de que alguien llamese "los que están en el poder",te soltaron la mano.
Es síntoma también de que estás en el horno irremediablemente,porque ya hiciste algun trabajito,poco edificante y te transformaste en peligroso.Es en esa instancia en que buscan tu muerte social¿para que?,para que digas lo que digas ya quede para siempre la sombra de la duda.
El periodismo no es más que la mano ejecutora de la tramoya política,que habla si ésta se lo permite.
Al periodista se le dan los laureles ,pero ojo,porque ese sudor que logro provocar ,tal vez(ni idea,pero me imagino),le costó seguramente otros tantos ,luego.
No quiero caer en decir que Obama es de color,pero vamos ,si esa es la clave.
Para limpiar los desmadres del anterior se requería un golpe de efecto superimpactante,que además nos recuerde viejos sueños de otros fallecidos presidentes.
Creo que no importa mucho ,si éste labura o hace zaping,con su presencia ya logró lo necesario,que olvidemos.
En los dos casos se da el eterno, hacerte ver la luna en el cuenco.
Creo que "el sueño americano",es solo uno :seguir tramoyando y mandoneando,no conozco otro y no creo en otro.
Un placer leerte.
Elisabet
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