Friday, June 15, 2012






IN VINO VERITAS

A Pepa, por su aniversario


Un análisis de sangre ha detectado en mis arterias una atroz cantidad de triglicéridos. Esto significa que, a pesar de mi peso más que razonable, voy a caer en las garras de una dieta hipocalórica... Sí, ya ven, de esas que no sabes si van a salvarte la vida pero que pueden conseguir que se te haga muy larga. No es la renuncia a los dulces, el pan o las carnes rojas lo que me ha dejado cariacontecido; ¿lo adivinan? Es mi adiós al alcohol, parece que terminante y definitivo, lo que me está costando reencajar en el alma. No se crean, no soy un borracho, mi relación con las bebidas espirituosas, esas que se definen por contener un mínimo etílico del quince por cien, ha sido más bien discreta a lo largo de mi vida. Respecto a la cerveza, bueno, quizá no sea el fin del mundo, por más que en verano apetece especialmente. No, lo que de verdad desata mis lacrimales es tener que despedirme de una bebida que reverencio tanto como el vino. 





In vino veritas, dijo Plinio el Viejo. El proverbio añade que, además, la salud está en el agua. Esta segunda parte de la frase suele obviarse. Un anciano que conocí vendimiando, hace más de veinte años, ofrecía una versión muy personal del asunto cuando alguien le preguntaba si, además de arrimarse a menudo a la bota, no le apetecía de vez en cuando echar mano al botijo: "yo bebo vino, el agua es para las ranas". Esto explica por qué a las ranas no les salen triglicéridos altos en los análisis, aunque también por qué viven en sus charcas tan lejos de la verdad. 


Otro sabio antiguo, Omar Khayyam -con más mérito que Plinio, pues ya se sabe que el Islam prohíbe la fermentación de la uva- dijo en su legendario Rubaiyat que Dios habitaba el fondo de un vaso de vino. Algún mezquino interpretará que sólo borracho han sido mis pasos capaces de presentir el temor de la Divinidad, pero no es cierto: lo que intento decir es que el espíritu  sólo puede habitar entre las cosas sencillas, esas que, como el vino, el aceite de oliva o la sonrisa limpia de los niños, nos comunican sin mediaciones ni mentiras el más puro e inocente de los sentimientos: la alegría de vivir y la esperanza del nuevo día que se acerca. (Porque eso es Dios, ¿qué se pensaban?) 


El vino captura con una maestría criada entre barricas durante milenios el alma profunda de los pueblos. Sus densidades transmiten al bebedor apasionado matices que no están al alcance de los más sesudos textos de la metafísica. (Lean unas páginas de Ser y tiempo y entenderán por qué creo que Heidegger jamás entendió de vinos) 
Tampoco es preciso "entender", basta saber gozar de la conversación de un buen bodeguero. No es preciso hacer caso de los cánones ni los cursos de cata, basta comprar un vino del Penedés porque sus viñedos te hicieron decir un día de excursión que aquella comarca parecía un vergel. El vino que bebimos deja en nosotros trazas de los lugares en los que estuvimos y las gentes que nos hicieron reír. Por eso, degustar otra vez el vinho verde nos permite recuperar la dulce tristeza de aquel fado cantado por una mujer mozambiqueña en el Chiado de Lisboa. Por eso el Jerez o la manzanilla te recuerdan que lo que en realidad has deseado siempre, secretamente, es vivir en Granada. 


No puedo seguir, no me gustan las despedidas, al menos las de aquellos a los que amo. Si te dicen que tu salud peligra y, a continuación, te prohíben el vino, entonces te lo han quitado casi todo, pues ya ni siquiera tienes la posibilidad de olvidar durante la noche que estás bien jodido. El efecto de no dejarse emborronar la mente por las nieblas del alcohol es que, como sucede durante el día, ves el mundo con absoluta lucidez. Esa luz sin el contrapeso de sus sombras puede llegar a resultar espantosa. El sentido del humor te abandona y no te quedan ganas de reírte de que ha vuelto a subir la prima de riesgo. 


No se hagan un análisis. Les puede pasar de todo.       

9 comments:

Francisco Fuster Garcia said...

Amigo Montesinos, te acompaño en el sentimiento. Hace unas semanas me hice un análisis y me salió "todo normal" según mi médico; hacía varios años que no me hacía ninguno y no tenía ni idea de lo que podía salir ahí. Cuando vi los resultados me dije: pues - si no me lo piden para algo en concreto hasta dentro de otros dos o tres años.

Mi relación con el alcohol es parecida a la tuya. Jamás he sido bebedor (y eso que he trabajado ocho años en la hostelería y lo tenía muy cerca), pero en los últimos tiempos he detectado un aumento del consumo (en cualquier caso muy moderado) de cerveza y vino. Especialmente los viernes, cuando llego a casa agotado después de una semana de trabajo, me cenar con una botellita de tinto o rosado (ayer sin ir más lejos me ventilé una, a medias con mi padre) para acabar la semana contento y coger el sueño más rápido. Cuando trabajaba de camarero tuve la ocasión de probar muchos vinos y me di cuenta de que hay determinadas comidas que no saben igual si no se toman con una copita de un buen vino blanco o de un tinto potente. Soy un adicto a la Coca-Cola, pero reconozco que para según qué cosas no sirve.

De todas formas, y aunque cada vez soy más escéptico en esto de cuidarse tanto, te recomiendo que sigas la prescripción médica; aunque solo sea para dar ejemplo y que cuando crezca Carmen se dé cuenta de que tiene un padre serio y responsable que quiere vivir muchos años para cuidarla.

Un abrazo a la familia y una felicitación a Pepa.

David P.Montesinos said...

Hombre, qué alegría verte por aquí, Paco, hacía tiempo que no hablábamos. Me hace mucha gracia lo que cuentas de tu adicción a la coca-cola, debe ser un rastro de tus abundantes investigaciones sobre la cultura norteamericana. Intento que mi vida no sea un rollo. Supongo que este tipo de tempestades hay que saber encajarlas y seguir adelante sin despeinarse en exceso. Respecto a lo que cuentas del aumento en tu ingesta del líquido sagrado, recuerdo que una noche, hace ya muchos años, me pimplé una botella de blanco yo solito en el mítico bar Arandinos.

Con Carmen no hay esperanza, antes o después, si me sale lista, se dará cuenta de que su padre es cualquier cosa menos un tipo serio, pero voy a ver si la engaño.

Me alegra que estés bien.

Anonymous said...

Gracias. Es todo lo que necesitaba por mi cumpleaños.

De lo tuyo no sé que más decirte. "Te acompaño en la pena" creo que es lo apropiado. Si te sirve de consuelo, desde que se descubrió lo del negocio este que tenemos a medias -y no hablo de la hipoteca-, yo tampoco es que vaya de juerga en juerga; bien es verdad que lo mío es tan sólo una interrupción temporal de la fiesta salvaje que es mi vida y que se acabará cuando el "asuntillo" en cuestión tenga dientecitos y coma bocatas de jamón.

Valor, licenciado Montesinos! En cuanto se nos pasen nuestros respectivos sustos te vuelvo a invitar a mi fiesta.

Gracias, Paco, por tu felicitación. Yo te debo varias por tu libro -que me gustó mucho, y que aprovecho para recomendar- y por tu tesis.

Anonymous said...

Querido Sr. Montesinos, todo mi ánimo. Que te priven de algo es jodido. Pero que no pueda uno alegrarse moderadamente..., pues es más jodido. Usted es una alegría, no se me entristezca.

Un fuerte abrazo, Justo

David P.Montesinos said...

Gracias, Justo, sobre todo por pasarse por aquí justamente hoy. No sé si bajaré los dichosos triglicéridos, pero voy a intentar que no merme mi sentido del humor.

Ricardo Signes said...

Te entiendo bien, amigo Montesinos. Una vez nos hicieron una revisión médica en el trabajo de la que resultó que tenía el colesterol por encima de lo normal. Me pasé un año sin catar la morcilla ni el chorizo, lo cual no es tan malo como privarse del vino, pero fastidia, especialmente a la hora de las lentejas o del arroz al horno. Al año siguiente, cuando se lo comenté al médico me respondió tan campante: ah, no te preocupes, a todo el mundo le salió alto el colesterol, es que la máquina estaba estropeada. Yo no sé si tu máquina de triglicéridos está estropeada o no, pero de lo que sí estoy seguro es de que si no te lubricas de vez en cuando con un poco de vino el que acabarás estropeado serás tú.
Un beso a Pepa.

David P.Montesinos said...

Gracias, Ricardo. Tiene narices lo que cuentas, a alguno le daría un pasmo por el errorcito de marras. También he pensado lo de ese poquito de vino con efectos terapéuticos. Enhorabuena por tu blog.

Anonymous said...

Leyendo tus cómicas historietas sobre la fragilidad del ser humano sujeto a una tras otra pérdida hasta la definitiva, advierto que no tienes aprecio a las ranas tan felices en su nicho ecológtico, y sin embargo el inolvidable Omar Keyan valoraba en ásw el eructo de un beodo que el rezo de un hipócrita y con estas cosas me traes a pantalla cabeza cuántas imprtantes personas estan cayendo entre sus espectaculares rezos. ¿Estaremos aprendiendo en la crisis?.
Detella

David P.Montesinos said...

Bueno, Detella, digamos que ahora sí tengo una razón para envidiar a las ranas, al menos ellas no sufren por perder algo que desean, de manera que pueden seguir croando sine die felices por no haberse preocupado jamás de buscar a Dios en el vino. En cuanto a lo del eructo del beodo, rescata usted uno de los mejores aforismos del sabio persa en el Rubaiyat, es una prueba de que el Dios que buscamos, persas, bosquimanos o esquimales, viene a ser el mismo.