Friday, January 24, 2014

ADULTOS



Durante una relajada conversación con un alumno me percato de que ser mayor es un handicap de partida si lo que uno pretende es resultar interesante. "¿Hasta qué edad se es joven?", me pregunta, como queriendo saber cuando se le escapará la coartada para seguir viviendo en esa dulce irresponsabilidad que asociamos con la inmadurez. Le contesto que hoy se evalúa el fin de la condición juvenil al entrar en la treintena, lo cual es fiarlo muy largo, pero dada la situación de precariedad e inutilidad a la que estamos condenando a nuestros jóvenes, mejor que, puesto a ser pobre,  uno pueda darse excusas a sí mismo durante más tiempo.

¿Por qué los adultos resultamos tan plomizos? ¿Por qué nos convertimos en presencias ingratas y viscosas hasta el punto de no desatar más sensación positiva que la del alivio cuando desaparecemos de la escena? Sí, lo sé, no siempre y no todos provocamos ese hastío entre los jóvenes, pero temo que sólo tendemos a atraer cuando nuestro comportamiento parece desnortado y espontáneo, es decir, cuando nos comportamos como lo que no somos, como jóvenes.

La primera razón por la que aburrimos es que se nos asocia al mundo de las normas. Como a nosotros nos toca hacerlas cumplir -lo cual implica ser los primeros en cumplirlas o en esconder escrupulosamente nuestras faltas- se extiende la creencia de que amamos las normas, especialmente las prohibiciones. No creo que nadie, ni los que son padres ni tan siquiera los que trabajan en las fuerzas del orden, sepan tanto de esto como los docentes, que estudiaron para enseñar ciencia pero sienten que su papel es mucho más afín al de un carcelero que al de un auténtico maestro, en el sentido más estricto que contiene tan noble palabra.    

La segunda es que no somos divertidos, o mejor, nuestras vidas, lo que de ellas se conoce y lo que se oculta, tiene pinta de ser una plasta rutinaria y repleta de renuncias y hastíos. Acaso ello no sea del todo cierto, pero -reconozcamoslo- tiene mucho de verdad. 

Para empezar no somos personas, somos padres de familia, lo cual supone que vivimos repletos de obligaciones y que aparentemente no tenemos deseos propios, pues la urgencia de satisfacer las de nuestros vástagos ahoga los trazos más contundentes de cualquier personalidad, es decir, aquellos que aluden a lo que uno prefiere, a lo que detesta, a lo que le apetece hacer o decir. Se detecta igualmente en nosotros una tediosa tendencia a institucionalizar relaciones humanas tan poco burocráticas como el amor, por eso formamos matrimonios y caemos en mezquindades tan colosales como las de firmar separaciones de bienes o acuerdos de divorcio. Vivimos permanentemente pendiente del reloj, esa máquina siniestra inventada por algún calvinista y que se encarga de destrozar las almas y convertirnos en máquinas esclavizadas por el sistema productivo. Para colmo, cuando te incluyen en el grupo de la mediana edad resulta que no solo tus hijos son demasiado inmaduros para cuidar de sí mismos, sino que además tus padres se encuentran también en edad de requerir tus atenciones. 

Ser mayor es una horrísona putada. Cuando lees alguna atrocidad en el periódico, que está llena de ellas, sabes que de alguna manera va a afectar a tu vida, pues supone que te van a subir la luz, te van a echar del trabajo o vas a tener que buscar un refugio porque van a llover obuses sobre el frágil tejado de tu casa. Ser mayor es saber que vas a morir, que el mundo ya construido al que llegaste resulta ser en realidad mucho más feble y precario de lo que creíste en la candidez de tu infancia, cuando todo parecía tener sentido y estar en orden, como si fuera a durar para siempre. Lo peor es que eres tú quien va a tener que cargárselo a las espaldas para que no termine de desmoronarse. 

No soy joven, no quiero caer en el error de quienes quieren aparentar una invulnerabilidad al paso del tiempo que jamás existió más que en la fantasía y los mitos religiosos. ¿Como librarme de la carga de resultarle un plasta a mis alumnos o a mis hijos? No lo sé, quizá sea una batalla perdida, pero me viene a la memoria una de las frases más celebradas de Alexandr Pushkin: "Feliz aquél que fue joven en su juventud, feliz aquél que supo madurar a tiempo."

2 comments:

Justo Serna said...

Impecable disertación. Habría que preguntarse cuántos jóvenes la leen. Les iría bien: por el sentido moral y compasivo que de sus palabras se infiere, y por la sorna que inevitablemente acuden a sus escritos. David, usted no es viejo ni joven. ¿Joven? Desde el punto de vista sociológico dejó de serlo hace tiempo, pues tiene las responsabilidades cargadas, asumidas. Pero desde el punto de vista emocional, permítame esta intromisión, usted sigue siendo joven. Le molestan el estado del mundo, la tontería, la soberbia, el acoso de los fuertes, la ramplonería, la estupidez, la hipocresía. No sé eso, y unas cuantas cosas más. Ojalá, yo reaccionara como usted. Me veo más acomodado o integrado. No sé qué me salva. No tengo pelo y ya tengo achaques, que es palabra odiosamente anciana.

David P.Montesinos said...

No sé si es muy correcto decir de usted que está acomodado, yo creo que lleva un demonio dentro que no le deja en paz y le obliga a estudiar, a husmear, a posicionarse, a entregarse a eso a lo que Savater llama "la vieja manía de opinar". Tampoco sé si le conviene reaccionar como yo, sospecho que estoy enfadado demasiado a menudo. Gracias por su amistad y por dejarse caer por aquí de vez en cuando.