Saturday, January 04, 2014




REGRESO A TROYA 

Concluyo la lectura de Homero, Iliada, visita de regreso a la aventura troyana que nos propone Alessandro Baricco, autor de la hipnótica novela Seda o de un ensayo tan importante como Los bárbaros. Baricco, además de un certero manejador de palabras, es un astuto profesional de la literatura. Como conoce perfectamente el texto fuente y sus circunstancias, ha entendido que una aproximación contemporánea a la epopeya homérica requiere soltar bastante lastre, en especial la intervención insistente de los dioses -que ahora apenas aparecen como un vago rumor- y las continuas repeticiones de loas y epítetos a los innumerables héroes de ambos bandos, elementos que tienen un sentido dentro de la cultura oral en que se gesta la Iliada, pero que pueden volver farragosa una lectura masiva actual. Esto no significa en ningún caso que nos encontremos ante alguna suerte de edición didáctica o divulgativa; muy al contrario la sangre, el dolor y la interminable conflagración que Homero relata página a página orienta en todo momento la pluma de Baricco. Se puede afirmar sin ambages que estamos ante la Iliada, sin las comodidades tranquilizadoras de las versiones para niños o de las grandes producciones de Hollywood. 

¿Y qué nos dice hoy esta Iliada que Alessandro Baricco cree necesario rescatar? Debe decirnos algo, porque lo que nos encontramos en la fundación de la cultura europea es esta recitación de atrocidades, rapiñas y venganzas que convierten los veinticuatro cantos en un reguero de sangre. La Iliada, conviene no olvidarlo, es una apología del belicismo, su lógica es la de los héroes, vistos como despiadados matadores que no vacilan en reconocer que cruzaron el Egeo y permanecieron doce años terribles en las playas de Troya porque buscaban oro, bellas esclavas, honor y venganza. Y, sobre todo, pretendían permanecer para siempre en la memoria de los pueblos, erigiéndose en protagonistas de una épica que apunta a la eternidad. 

Releyendo al viejo Heráclito, la afirmación del polemós como causa de todo lo que tenemos, podríamos convenir en que el fuego bélico ha configurado el alma de los pueblos y está en el origen de las instituciones. 

Baricco cree no obstante que  la epopeya homérica sigue siendo valiosa porque es algo más que un escenario bélico. Ciertamente cuando irrumpen en el campo de batalla los héroes se comportan como máquinas ciegas de destripar y degollar, pero en los largos interludios sus parlamentos, sus negociaciones, sus alianzas o sus vaivenes pasionales parecen atemperar la sed de sangre, hasta el punto, según Baricco, que se intuye la presencia de una tentación -humana, demasiado humana- a posponer un combate cuya llegada temen todos en el fondo, incluso el temible Aquiles, quien en algún momento nos sorprende lamentándose ante la certeza de que la muerte que le aguarda en Troya es un viaje del que nunca se regresa. 



Esa ambigüedad de sentimientos, que se refuerza en la tenaz resistencia de las mujeres hacia la omnipresencia de los combates, da a pensar que la Iliada contiene, bajo el fragor de las batallas, los primeros trazos de una civilización que fue capaz de convertir la muerte en poesía y las querellas entre los dioses y los hombres en instituciones tan milagrosas como la democracia.

Yo, les voy a ser sincero, siempre preferí las sinuosidades de Ulises y sus tribulaciones en el mar entre brujas, dioses y gigantes, a la descripción de lanzas atravesando mandíbulas o la cólera semidivina del pélida; siempre, en suma, fui más de la Odisea. Pero ésa, claro, es otra historia.  

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