Friday, January 10, 2014

EL REY LEAR




1. Desde que descubrí siendo niño que Chespir y Shakespeare eran el mismo, creo que no he dejado nunca de presentir una grandeza colosal en aquel cómico británico que parecía escribir directamente inspirado por los dioses. Asisto a la representación de una de sus tragedias inmortales, El Rey Lear. La primera vez que la leí, en una de aquellas ediciones de la entonces omnipresente Austral, sufrí una ligera decepción: frente a la solemnidad de las angustias del Príncipe Hamlet o la locura del usurpador Macbeth, aquello se me antojaba como un cuento infantil. Ya saben, un viejo rey tenía tres hijas y decidió repartir su reino. El paso del tiempo ha agrandado a mis ojos este escrito de tal manera, que por momentos llego a pensar si no estamos ante una de esas poquísimas obras de arte donde uno, si ajusta bien la mirada, encuentra todas las respuestas. 

Lear encarna el drama de la herencia malversada, una herencia espiritual que, convertida en despojos por dos hijas mezquinas, termina desatando la maldición sobre el reino. Sólo Cordelia se atreve a amar al padre como es debido, es decir, diciéndole la verdad, intentando inútilmente hacerle ver que premiar a quienes nos dicen lo que queremos oír nos deja a desnudos y a merced de las tormentas. Pero no es tan sencillo, los demonios no se escampan por el reino de Lear cuando las desagradecidas Regania y Gonerila lo envían con su bufón a vagar por estepas heladas, sino cuando anteriormente es precisamente él quien envenena su propio legado entregándolo a quien nada ha hecho para merecerlo. 

Llevo años sospechando que el mal de nuestro tiempo consiste en que las nuevas generaciones no terminan de asumir la herencia de sus padres -como si hubieran de vivir en un limbo perpetuo de adolescencia-, pero no son ellas las auténticas culpables, sino más bien los legatarios, en la medida en que nunca terminaron de desarrollar en sus herederos el sentido de lo que supone ser libre y adulto. El destino de este colapso del tránsito generacional puede ser la catástrofe. 



No me gustó demasiado la representación, dicho sea de paso. Ante un texto cualquiera, y más ante un clásico, uno está obligado a hacer una propuesta escénica, y no es fácil representar el proceso que conduce a Lear a la locura sin hacer el ridículo. Sin embargo, me pasa como a Borges. El argentino dice haber acudido en un suburbio de Buenos Aires a una representación shakespeareana: le pareció infame, sin embargo "salí henchido de pasión trágica, Shakespeare se había abierto camino a pesar de todo".

2. Cuando encuentro mi localidad en el teatro me preocupo un poco porque veo entrar a varias docenas de chavales de 4º de la ESO. Empieza la obra, su comportamiento es exquisito de principio a fin, a pesar de que la representación justifica el hastío. Quienes consiguen amargármela son el grupo de ancianos que tengo al lado, cuyas burlas, comentarios estúpidos, risas y otras mamarrachadas por el estilo me dan a pensar si es justo que yo pague 18 euros para aguantar a tanto deficiente mental que debería estar en casa tomando sopitas y buen vino o jugándose la pensión en el bingo. 

3. "Daría el mundo entero y todo Shakespeare por una brizna de ataraxia". Para Cioran, el más atormentado, el nihilista patológico, el más hastiado de la vida y maldecidor de la fortuna que le ha deparado ser hombre y no cardo o coliflor, es capaz de "cualquier cosa" con tal de alcanzar un instante de esa paz interior de la que llevan milenios hablando los místicos. Y junto al "mundo entero" pone a Shakespeare... Imagino el terrible esfuerzo que le supuso cometer esta traición, caer en semejante blasfemia, porque nada, ni el mundo entero mismo podía ser tan amado para el rumano como los textos de aquel genio que acaso no merezcamos. 


4 comments:

Ricardo Signes said...

Es llamativo que siendo el teatro isabelino un teatro pensado para un tipo de representación en la que prácticamente no hay ninguna apoyatura escenográfica, muchos directores se empeñen en llenar el escenario. A mí esto me molesta, porque es como si se nos quisiera subrayar sentidos que temen que se nos escapen. De todas las obras de Shakespeare que he visto -y son muchas, al cabo de los años-, de la que guardo un recuerdo más emocionado y contundente es del montaje de "Hamlet" que, bajo la direccion de Rafa Cruz interpretaron unos actores jóvenes del Teatro Off de Valencia. Era una sala minúscula donde no habría más de treinta espectadores. Sin decorados. Podíamos tocar casi a los actores. Fue una experiencia catártica y genial. Nunca con menos he visto llegar a tanto en una obra de Shakespeare.
Post data: he leído tu texto sobre el dinosaurio tejano: excelente.

David P.Montesinos said...

Señor Signes, dada la imperdonable tardanza en contestar me dirigiré a su blog para hacerlo.

Ricardo Signes said...

Lo bueno de los blogs como el mío es que en ellos no cabe la prisa ni la urgencia. A diferencia del tuyo que está íntimamente asociado al aquí y ahora y cuyo pulso tomas con valentía y hasta con gracia, el mío es cosa de ayer la mayor de las veces, conque toda tardanza y todo silencio quedan disculpados. Pero el meollo de mi comentario era tanto el testimonio de mi gratitud de espectador (hacia el "Hamlet" de Off-Tatro y Rafa Cruz) como el de lector de tu dinosaurio tejano. Y aquí sí, amigo David, no disculpo tanto tu silencio.

David P.Montesinos said...

El dinosaurio tejano es un escrito de juventud que dormía olvidado en un rincón hasta que tú tuviste la generosidad de quitarle el polvo y leerlo. Respecto al Hamlet del que hablas, si fue bueno te envidio porque no lo presencié. ¿Urgencia? Quizá sí, creo que lo que propone la urgencia es una aceleración que tiende a bloquear la reflexión.Lo que intento es justamente rebelarme contra ello. Respecto a tu blog, suele gustarme, a veces mucho.