Tuesday, November 20, 2018

TODOROV Y EL SIGLO TOTALITARIO

Ya hace mucho que dejamos de oír hablar del Gulag, las revueltas checa o húngara, los disidentes, el KGB, las tiendas desabastecidas o los desdichados que intentaban saltar el Muro y eran ametrallados. 

Cuando estuve en Berlín, una ciudad ya "liberada" y de cuyo Muro apenas quedaban restos a modo de atracción turística, observé con curiosidad que prosperaba un mercado de souvenirs de la etapa comunista: fetiches como sombreros militares o carnets del Partido Comunista o la Stasi. 

El bloque del Este se desplomó súbitamente sin apenas hacer ruido... Como dijo Baudrillard con evidente ironía, se diría que "las libertades se han descongelado al microondas". El entusiasmo y la esperanza con que recibimos la Caída del Muro se convirtió en desconfianza y xenofobia cuando empezaron a llegar ciudadanos del antiguo Telón de Acero. Ahora ya no eran refugiados políticos a los que recibíamos como heroicos símbolos de la perversidad marxista, ahora eran migrantes tan viscosos e inquietantes como los que llegaban del sur del mundo. Convendría analizar con detenimiento las circunstancias de cada uno de esos países que en su momento, devastados por la guerra y sin pedirles opinión, cayeron bajo la negra sombra del Camarada Stalin. Ese análisis ha de singularizar de igual manera la evolución que cada una de esas naciones ha experimentado en el último cuarto de siglo, es decir, desde el final del comunismo en Europa, sin olvidar la feroz conversión china al capitalismo. El proceso rumano, el polaco, la tragedia balcánica, la descomposición del imperio soviético y sus inquietantes consecuencias, que siguen amenazando la estabilidad y la paz mundiales... Es un laberinto, sí. 

Me asalta una profunda desazón cuando recaigo en la lectura del indispensable ensayo del disidente búlgaro Tzvetan Todorov, quien debo puntualizar que no se ha mordido la lengua en los últimos tiempos a la hora de criticar el sesgo neoliberal del proceso globalizador. Todorov es inmisericorde en su relato de la experiencia del totalitarismo, que describe como una atroz y sistemática persecución de las libertades y los derechos humanos. El comunismo "real" fracasó porque convirtieron los países del Telón de Acero en gigantescos campos de prisioneros donde la delación y el terror formaban parte sustancial del sistema. La corrupción y la existencia de castas de privilegiados en un régimen basado en la violencia no eran anomalías o desviaciones, ni siquiera patologías del sistema, eran su clave constitutiva. La vida cotidiana de un joven búlgaro consistía en no dar pasos en falso que pudieran hacerte caer en desgracia ante la burocracia del Partido o en someterse a la profunda iniquidad mortal que te podía ayudar a disfrutar de las ventajas de la casta. 

El comunismo empezó a caer antes de que el Muro fuera derribado, antes incluso de Gorbachov, ese "hermoso vencido" de la Historia contemporánea al que con tanta mezquindad parece que nos hemos empeñado en olvidar. El comunismo fue derrotado porque en algún momento empezó a hacerse insostenible la esquizofrenia entre la representación doctrinal y entusiasta del colectivismo difundida por la nomenklatura y la realidad vivida por los millones de ciudadanos que despotricaban en privado. El estalinismo se marchitó y terminó desplomándose, avergonzado de sí mismo, ridículo, patético, porque destruyó la fe en las instituciones públicas tanto como destruyó a los individuos. 

Recupero la lectura de Todorov en las mismas semanas en que leo "Correr", de Jean Echenoz, biografía novelada del mítico fondista checo Emil Zatopek. El relato contiene muchas revelaciones interesantes sobre la vida de quien, sin duda, fue un sincero comunista. En una ocasión, y con motivo de una competición en
París, un periodista de un diario orgánico praguense le hizo una entrevista sobre sus sensaciones respecto a la capital francesa. Zatopek dijo que había sentido "curiosidad" y una mezcla de morbo y desazón ante el colorido de las calles de Pigalle o con la abundancia de tiendas de lujo en las barriadas céntricas. Las opiniones que después publicó el diario ponían en boca del héroe nacional de los checoslovacos la denuncia indignada por el inmoral libertinaje de la prostitución o el vergonzoso consumismo de la burguesía de Occidente. Unos meses después, se le hizo idéntica solicitud a propósito de una competición en Brasil. Ya resabiado y esforzándose en evitar malentendidos, manifestó sin ambages que le parecía un gran país y los brasileños una gente encantadora que le había acogido con formidable simpatía. Dio igual, el periódico en cuestión puso en boca de Zatopek críticas atroces hacia el país, su gobierno y sus ciudadanos. Emil habría pensado que era una situación kafkiana... Si la lectura del novelista judío -por cierto, checo- no la hubiera prohibido el Partido por "reaccionaria", claro. 

El otro incentivo para regresar a Todorov se llama Pavel Pawlikowski, Oscar en 2013 por "Ida". A punto de ordenarse monja y renunciar definitivamente a las vanidades mundanas, la novicia Ida es convocada por su tía, una jueza de pasado antifascista y que ha caído en desgracia ante los altos burócratas del Partido Comunista de Polonia, probablemente por no haber contemplado suficientemente en sus sentencias la pureza doctrinal. Este desgarrado personaje, tras hacerle saber que es judía y que sus padres fueron asesinados por los nazis, acompañará a Ida en busca de los restos y le ayudará a conocer la verdad sobre su trágico final. 


Un lustro después de este film de una delicadeza majestuosa, el ya sobradamente experimentado Pawlikowski estrena otra obra maestra "Cold War", una historia de amor a través de tiempos y paisajes que desafía con una contumacia digna del más honroso romanticismo la gélida prosa de los burócratas, las doctrinas y tantas y tantas trabas como las delirantes construcciones totalitarias del siglo XX han opuesto a la libertad de los seres humanos. La sombría dulzura de este film lo convierten a mis ojos en una joya comparable a "Ida". Su final es uno de los más hermosos que he visto jamás. 

"¿Por qué nos abandonasteis?" Temo que Todorov seguirá con esta pregunta en los labios hasta la muerte. Jamás entendió por qué los Sartre, Montand y tantos otros izquierdistas a los que admiraba despreciaron e incluso persiguieron a los disidentes, a aquellos que, como Todorov y tantos otros, tuvieron el coraje de resistirse a siniestros mandarines empeñados en deshumanizar a medio mundo. 

... Porque de eso se trata, de seres humanos, de individuos con sus contradicciones, sus gestas, sus sufrimientos, su intransferible capacidad para sentir y obrar en libertad. Si no entendemos esto no merece la pena seguir leyendo novelas ni viendo películas... me parece a mí, vamos. 


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