Saturday, November 10, 2018

BANQUEROS

Pronto hará dos décadas que decidí comprar la casa donde actualmente resido. Por razones que sólo se entienden con un neanderthal como yo, cuando empecé a trabajar me costó un rato asumir que el salario solo se me podría pagar a través de una cuenta bancaria. Decir esto es mi manera de hacerles ver que mi inclinación natural a entrar en un recinto bancario es tan grande como la de pasearme por los peores barrios de Caracas. Si lo hago es porque, de una u otra manera, me he visto obligado.

Nunca olvidaré lo que ocurrió aquella mañana estival de 1999. Entré a "mi" sucursal, en pleno centro de la ciudad. Iba yo muy ufano, con mi pelo más bien largo y mis vaqueros cortados por la pantorrilla. Estaba algo contrariado porque se habían comprometido a finiquitar el procedimiento de concesión de hipoteca por la vivienda que iban a financiarme y no terminaban el papeleo. Pedí ver al director de la sucursal, quien, al observar mi pinta, me miró de arriba abajo con evidente gesto de desprecio. Fumaba un puro, iba en mangas de camisa y era un cerdo repugnante con pinta de acosar a las empleadas. Cuando se dio cuenta de que aquel chico con aire informal tenía considerables ahorros en el banco y estaba a punto de firmar una hipoteca le cambió el gesto drásticamente y se dio cuenta que había metido la pata. Me cogió del hombro -el tío gorrino-  y me habló con cariño, pidiéndome humildes disculpas por su actitud, de la que acusó a sus empleados, que no "me han informado bien de quién es usted".  Su sincero arranque de cortesía no pudo evitar que yo, obviamente indignado, rompiera todo trato y cancelara urgentemente mis cuentas de aquella cueva inmunda. Tampoco pude evitar yo entonces que me robaran por última vez, cobrándome una comisión abusiva y brutal por la cancelación. 

Esa misma mañana, preso de ira, y como seguía queriendo comprar una vivienda, me dirigí justo a la sucursal que estaba al lado de la anterior. Este director, bastante más astuto y menos dispuesto a juzgar al posible cliente por su vestuario, me dijo, cuando yo le pregunté si el préstamos incorporaría muchos gastos: "No olvide nunca que la función de un banco es robarles a ustedes, los ciudadanos". Un crack, el tío, estuve a punto de firmar porque pensé que un cabrón al descubierto es más fiable que un hipócrita.  Terminé haciéndolo con otro banco que estaba justo abajo de la casa que hoy ocupo y que durante los dieciocho años ha estado haciendo lo mismo que hubieran hecho los dos anteriores, es decir, cobrarme unos intereses y aplicando unas comisiones que, según la RAE, cumplen las condiciones de lo que la lengua castellana define como "usura". 

Esta no es "mi" historia, es la de cualquier español que decide pedir un préstamo, especialmente, un préstamo para algo tan básico como es la propiedad de una vivienda. Usted trabaja para financiar un banco y ellos no le dan nada a cambio, simplemente esperan tranquilamente a cada principio de mes para cobrar su cuota. ¿Tres y medio de interés? ¿El euribor por los suelos? ¿Sabe lo que significa eso? Que usted va a terminar pagando por su casa cerca del doble de su valor, lo cual convierte la profesión de prestamista en el negocio mejor planeado de la historia. 

Claro que, esto ya lo sabemos, vivimos en democracia y nadie me puso una pistola en el cuello para querer una casa en propiedad. También se puede alquilar, algo que en España hacen los locos, o vivir bajo un puente, que tampoco es mala opción dado el buen clima del que gozamos. 

Lo han adivinado, supongo. También yo tenía alguna remota esperanza de que el pleito resuelto en estos días por el Tribunal Supremo supusiera que mi banco me devolviera una parte de lo que me obligó a pagarle en contra de toda justicia y, obviamente, de mis deseos. La sentencia, y, sobre todo, el patético procedimiento seguido por el alto tribunal en los últimos días, demuestran que la desconfianza hacia las instituciones es perfectamente legítima. 

Otra cosa es que a unos les dé por vociferar esperando a un Trump y que otros, espero que muchos más, entiendan que lo que necesitamos no es menos sino más democracia, lo cual pasa, entre otras muchas cosas, por acabar con la manipulación partidaria de los tribunales de Estado y denunciar los vínculos con las élites financieras de sus miembros. Creo que tenemos derecho a una justicia independiente y no al esperpento que hemos vivido.

La Gran Recesión, como le llamaron los economistas anglosajones, fue fundamentalmente producto del descontrol de los agentes financieros. Vicente Verdú, recientemente fallecido, se burlaba de quienes, "cándidos", acusaban a los especuladores de haber provocado la crisis por ser "codiciosos". Que el capitalismo persigue el enriquecimiento lo damos por hecho, pero lo que Verdú no quería ver es que lo que denunciábamos, por ejemplo en el 15M, no era la "maldad" de los banqueros, sino la vergonzosa renuncia de los agentes políticos a controlar y regular la especulación financiera. El capitalismo se volvió loco y desencadenó un desastre del que aún luchamos por recuperarnos porque, entre otras cosas, los partidos políticos, financiados por ellos, no quisieron poner coto a un sistema cuyo objetivo era operar con la excusa de la globalización un colosal traslado de riqueza desde las clases asalariadas hacia las élites. El incremento de la desigualdad en países como el nuestro es resultado de ese mecanismo tan siniestro que heredamos del apogeo de la ideología neoliberal, esa que, tras la Caída del Muro, se declaró "pensamiento único", considerándose incontestable.   
No deja de ser curioso que aquel cacareo incesante de las élites económicas y sus voceros de los think tanks liberales, para los cuales el Estado era el problema y había que miniaturizarlo, han corrido después como gallinas a pedir a las instituciones que les rescataran. Sería algo así: "he sido un niño irresponsable y codicioso, pero soy demasiado grande para caer, de manera que si me dejas caer me cargo el sistema... rescátame o nos hundimos todos". Y ya sabemos lo demás, les dimos una enorme cantidad de dinero bajo el supuesto de que luego nos lo prestarían... Ellos no tuvieron ningún inconveniente en desahuciar a todo cristo que no pudiera pagar la cuota hipotecaria, como tampoco lo tuvieron en ponerse unos sueldos y unas indemnizaciones por despido o jubilación astronómicas. No me consta que vayan a devolvernos lo que tan generosamente les regalamos por su incompetencia y su falta de ética.

No sigo, que me estoy calentando mucho y hoy ha salido una mañana muy chula. El ex-Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, dijo recientemente en la comida de despedida de su puesto como registrador de la propiedad en Santa Pola que "siempre he estado del lado de los banqueros, todo el mundo los critica, pero yo no". Esta es la altura moral de quien nos ha gobernado durante unos años decisivos para la suerte de este país, toda una declaración de principios. Después se dedican a prevenirnos contra la tentación del populismo. Todo esto me recuerda a cierto momento de "El relato de la criada". Es un mundo de pesadilla donde se explota y maltrata a la gente con las maneras del fanatismo medieval. Una sargenta repite una y otra vez a las esclavas: "todo lo que ahora no lo parece, terminará pareciendo normal cuando os acostumbréis a ello". Pues debe ser eso: hemos de acostumbrarnos a la idea de que una partida de bandidos llamadas élites financieras gobiernen nuestras vidas. 

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