Tuesday, March 09, 2021

ISABEL SAN SEBASTIÁN, PERIODISTA



Una mañana llegué a pensar que en Isabel San Sebastián había un poso de bondad y sensatez. En una tertulia de ladradores de algún canal para franquistas, una alimaña a la que prefiero no nombrar fue pillado off the record insinuando toda suerte de cochinadas sobre la sexualidad de las adolescentes. La pestilente toxicidad del estudio se incrementó gracias al ínclito Alfonso Ussía, que le reía las gracias al contertulio. San Sebastián aludió a su propia hija, a la que "espero  mantener alejada de enfermos como vosotros". En mi opinión fue insuficientemente enérgica en sus recriminaciones, pero al menos fue la nota discordante ante aquel lodazal odioso, y eso la honra porque no debió ser fácil. Creí que a San Sebastián le faltaba poco, no digo para volverse una seguidora de Judit Butler, pero, demonio, al menos sí para construir un discurso razonable sobre la causa de la igualdad entre los sexos. 


Su intervención de las últimas horas sobre la ministra Irene Montero me ha dejado estupefacto... No voy a analizarla ni a ponerle adjetivos. Me limito a adjuntarla para que juzguen ustedes. 



Verán. Yo no soy feminista. Me produce apuro declararme como tal porque soy un varón, lo cual no es óbice para entregar todo mi afecto a pensadoras que me han iluminado tanto como Hannah Arendt o Simone de Beauvoir. Siento un enorme respeto por la historia del movimiento de liberación de la mujer e identifico la feminista como una tradición intelectual seria y fecunda. 


No soy ni siquiera "hembrista". Una amiga lesbiana me dijo hace muchos años que creía que "las mujeres somos más guais que los hombres". Yo le contesté que le pasaba como a mí, que las mujeres me gustan más, pero "lo de que  más seáis más guais... pues, mira, eso no, lo siento". Conozco la suficiente cantidad de mujeres hipócritas, tóxicas, amorales, crueles, codiciosas o corruptas como para sentir algún complejo de inferioridad por tener pene, cosa que por cierto yo no he elegido y de la que no pienso desprenderme, más que nada porque dicen que duele un montón. En cualquier caso, y como dijo Wilder, "nadie es perfecto". 


Ya que empiezo a ponerme un poquitín mezquino, voy a seguir tirando del hilo de la sinceridad y expondré dos razones egoístas a favor de la celebración del ocho de marzo y, en general, del movimiento feminista. No es por ustedes, amigas, es por mí.



La primera es que gracias a ustedes, señoras, la derecha no prospera tanto como le gustaría. Fueron mujeres las primeras en movilizarse en los USA contra Donald Trump, entendiendo desde el primer instante que su presencia en la Casa Blanca era, como se ha demostrado, una amenaza para la democracia y los derechos humanos. En nuestro país, y sospecho que en la mayor parte del viejo continente, el porcentaje mayor del voto de izquierda es femenino. Habla en favor del buen gusto de la mayoría de las señoras que sea poco más que residual el porcentaje del electorado femenino que vota a Vox, lo cual, por cierto, también indica cosas respecto a qué tipo de sociedad quiere construir la ultraderecha. 


No sé si ven por donde voy... Vamos, que grosso modo y asumiendo la injusticia de la generalización, se puede decir que la sensibilidad política femenina es más progresista e ilustrada y menos reaccionaria que la de mis compañeros de sexo... (A ver si va resultar que sí son más guais... Según escribo me voy replanteando mis creencias... es lo que tiene)


Segundo motivo egoísta. Verán, a mí eso de las "nuevas masculinidades" me parece un poco cursi. Pero debo reconocer una cosa: me he pasado la vida entera teniendo que demostrar mi hombría... y estoy un poquito hasta los cojones, ya ven. Voy a poner un simple ejemplo... uno solo entre muchos servirá para que ustedes, amigas, entiendan que, si muchas veces en la vida les pesa el rol femenino, a mí también me han hecho cargar con el mío como un fardo de los gordos. Lo advertirán mejor con un pequeño ejemplo. 


Aprobé el carnet de conducir a la séptima. Como lo oyen: a la séptima. Con cada nuevo suspenso mi tensión se incrementaba de tal manera que la obtención de mi carnet llegó a convertirse en un caso de interés psiquiátrico: me sentía completamente incapaz de sobreponerme a los nervios que me producía el hecho de ser examinado para conducir un automóvil por una ciudad, así de sencillo. En uno de aquellos ejercicios de tortura, sería el cuarto o quinto examen, un joven y yo fuimos evaluados por una vieja hija de perra que, tras humillarnos con evidente crueldad durante el trayecto con cada uno de nuestros deslices, nos calificó en rojo con ese disfrute tan característico de quienes son tan insignificantes que solo destruyendo la autoestima de los demás sienten que la suya vale algo. Recuerdo su frase final: "dos hombres hechos y derechos como ustedes, descompuestos por un examen de conducir, qué vergüenza". Un plato de gusto para mí y para el otro chaval lo de aquellos minutos, pueden imaginarlo. 


Podría contarles otras muchas como aquella... Hay episodios de fracaso testosterónico en mí desde el momento mismo en que estrené uso de razón hasta mi cincuentena actual. Pero es un paseo de los horrores y no quiero aburrirles. Además creo que se me ha entendido. Simone de Beauvoir explica que la lucha feminista no pretende mejorar la situación de las mujeres, sino operar una transformación profunda de la sociedad al completo, lo cual significa combatir el rol de la mujer tanto como el del varón. La casualidad determinó que yo no perteneciera al "segundo sexo", pero me siento absolutamente interpelado por las pretensiones revolucionarias de El Castor, como Sartre llamaba a su amada.



Supongo que Isabel San Sebastián ha conseguido su objetivo, que hablen de ella y la vuelvan a contratar en una tertulia de tipos execrables en alguna televisión para ciudadanos rabiosos. Pero me temo que la historia no está ya de ese lado. Como reza uno de los mejores eslóganes del ocho de marzo: "Ahora somos imparables". 



 


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