Tuesday, March 02, 2021

TIEMPOS INTERESANTES

 


Es sobradamente conocida la especie según la cual los chinos te maldicen -ignoro si es cierto- deseándote "que vivas en tiempos interesantes".


 El sarcasmo es evidente. Lo que un historiador considera una época "interesante" es en realidad una sangrienta serie de convulsiones, guerras, invasiones, saqueos, genocidios y, en definitiva, toda forma de crueldad que ayude a hacerle la vida imposible a la mayor cantidad de gente. Recuerdo lo que me dijo un día mi dentista: "tienes una boca aburrida, David". Supe entonces que el destino de mi dentadura no era suscitar atención odontológica a costa de mi felicidad. (Sabido es que una dentadura "entretenida" puede destruir tu vida) 


Yo entiendo que si vives tiempos de grandes emociones tienes más posibilidades de ser recordado por los estudiosos del futuro, pero también se incrementa la expectativa de que te toque dormir bajo un puente, recibir bombardeos, sufrir una plaga mortífera o acabar devorado por una horda famélica de zombis. Lamento decepcionarles, pero prefiero una vida aburrida. Como dijo Woody Allen, "ya tuve bastantes emociones cuando me crucé con Bing Crosby por la Séptima Avenida" Además, qué quieren que les diga, aunque pueda parecer gris e incluso miserable, las mayores aventuras que a duras penas toleran mis nervios tienen que ver con las fisuras que se abren en las bajantes del edificio donde vivo, o con el color marrón que toma el agua del grifo cada vez que Aguas Potables corta un rato el suministro. 



Pero, claro, no depende de mí, y mucho me temo que sí, que vienen tiempos interesantes, por no decir que estamos ya en ellos. Los síntomas son numerosos. Deterioro de la calidad de una democracia que parece venderse barata y ha normalizado el incumplimiento de sus propias promesas; proliferación de plagas y pandemias; precariedad laboral; incertidumbre biográfica; quiebra del estado del bienestar y, lo que es peor, del estado social; crecimiento de la desigualdad; cambio climático; catástrofe ecológica; conflictos bélicos cronificados... No creo que haga falta continuar. 


Cuando Voltaire predecía hace dos siglos que el avance científico- tecnológico conduciría sin lugar a dudas al progreso moral, no valoró suficientemente las advertencias de Rousseau, su íntimo enemigo, quien sabía que con el conocimiento se pueden hacer incluso mayores males que con la ignorancia. Porque sí, hemos alcanzado avances impresionantes, pero no parece que estemos sabiendo hacer uso de nuestros inmensos recursos actuales para conseguir una comunidad planetaria pacificada y hospitalaria. Más bien se diría que cuanto de más poder e información disponemos, más dispuestos estamos a complicarnos la vida y a pegarnos tiros en el pie. 


¿Jeremiadas? Bueno, sí, quizás el paisaje que bosquejo es algo catastrofista. Aparte de que estratégicamente es poco recomendable dejarse vencer por el desánimo, tampoco es justo afirmar sin más que somos un desastre y que vamos sin remedio hacia un abismo que es lo que a fin de cuentas nos merecemos. La cantidad de relatos distópicos o directamente apocalípticos que se emiten por las televisiones dicen mucho sobre el imaginario que está construyendo la posmodernidad sobre el destino de la especie. Quizá exista cierto mesianismo en la pretensión de vivir tiempos dignos de mención... El caso es no pasar desapercibidos ante el tribunal de la Historia, y si no es por la gloria, que lo sea por las plagas. 


De acuerdo, pero, no nos engañemos, las aguas vienen turbias. Una cosa es no ser tremendista y otra no percatarse de que las cosas se están complicando mucho para la mayoría de la gente. España misma, sin ir más lejos, ha tenido que ser rescatada ya dos veces en pocos años por las autoridades europeas para no sucumbir a la ruina. Podríamos hablar de las colas del hambre, de las obscenas -casi surrealistas- cifras del paro, de la desesperación juvenil, que tiene en realidad poco que ver con Pablo Hásel, de la impunidad de los corruptos cuando forman parte de los cenáculos del poder... Entiendo que haya quien se rebote contra la más precaria suposición de que de todo este escenario puede salir algo bueno. 


Y sin embargo...


Se me ocurre preguntarme si ya nos hemos dado cuenta de que, durante los años del boom, lo que entendíamos como crecimiento económico era en realidad insostenible y no solo por motivos ecológicos. Podemos ser cándidos y pensar que entonces nos iba bien y ahora mal, como si fueran fenómenos independientes entre sí, pero mucho me temo que los desperfectos actuales son en gran medida resultado del colesterol que acumulamos en nuestras arterias en los años de una bonanza tramposa. El "milagro español" fue un fraude tan grande como su supuesto responsable, el simpar Rodrigo Rato. Acuérdense del refrán sobre aquellos polvos y estos lodos. 


Quizá se nos haya gripado el motor porque esa es la manera de avisarnos de que íbamos a estamparnos. Acaso aún haya una oportunidad de salir de ésta. Pero eso, para España y para el mundo, sólo ocurrirá si somos capaces de entender que necesitamos cambiar drásticamente nuestra manera de vivir. Para empezar, en vez de espantarnos por la violencia nocturna de unos cuantos alborotadores o enfurruñarnos con el vicepresidente porque dice que nuestra democracia no carbura -ay, qué irresponsable-, deberíamos considerar intolerable que personas cada vez más jóvenes y preparadas se acerquen a las colas de la beneficencia en busca de comida porque ya no aguantan más la situación. Es el indecente espectáculo de la pobreza lo que verdaderamente debe conmovernos para asumir, de una vez por todas, que o transformamos drásticamente las reglas del juego o nos abocaremos hacia un futuro pavoroso. 


Y eso no es una jeremiada, me temo. Ojalá los tiempos, después de todo, no resulten todavía demasiado interesantes. 

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