Thursday, November 04, 2021

LOS FINES DE LA EDUCACIÓN (I)



¿Qué les hemos hecho?, pregunta mi compañero de Departamento en relación al enésimo ataque perpetrado a la enseñanza de la Filosofía. Reducción drástico de las horas en bachiller, eliminación en la ESO, supresión cuasi-absoluta de la Ética. Cada vez que el PSOE diseña una ley de educación, nuestra materia sale seriamente malparada. Bien visto, yo no creo que les hayamos hecho gran cosa a los socialistas. La ex-Ministra Celaà es demasiado estúpida como para diseñar tramas conspirativas orientadas a evitar que los alumnos cultiven el pensamiento crítico y todas esas cosas que los filósofos presumimos de enseñarles. Yo creo que en realidad es una mezcla de indigencia intelectual y tecnocracia. Para que parezca que hacen algo diferente, necesitan colocar en el currículo materias supuestamente innovadoras, por lo general con nombre rimbombantes con los que se pretende ocultar su vacío y su inutilidad. La consecuencia es que la pagamos, como otras veces, los de Lenguas Clásicas y nosotros. 


Voy a dejar pasar la tentación de defender aquí la importancia de las enseñanzas que vengo impartiendo desde hace casi tres décadas. Desempeño mi trabajo -y a mí por cierto nadie me regaló mi plaza- con ilusión y afecto, pero también con un creciente desaliento, pues compruebo en mi larga experiencia que no voy a convencer ni a las multitudes ni a quienes las gobiernan que lo que esta sociedad necesita es más Platón y menos Prozac. Además, tengo comprobado que este tipo de protestas, a veces incluso entre algunos compañeros, huelen mucho a defensa de intereses corporativos o sectarios.  


Ya que vamos a estrenar la octava ley de educación desde la llegada de la democracia, permítanme hacer algo más filosófico que defender mi carga lectiva. ¿Se han preguntado alguna vez cuál es la finalidad de la escuela? Quizá no se hayan percatado, pero en el fondo es la misma pregunta que esa que se hacen ustedes cuando con gran sensatez observan que cada gobierno suprime la ley vigente para imponer, normalmente sin acuerdo, una nueva y que lleva su sello. El disturbio consiguiente a pie de obra es fácil de imaginar. Eso a los políticos les importa bien poco. El PP considera enemigos a los docentes, en especial a los de la escuela pública; el PSOE piensa que somos mercado electoral cautivo, pues desoye nuestros consejos y nos engaña de forma sistemática, a pesar de lo cual -o eso creen en el Partido- se les sigue votando sin mayores resquemores. De otro lado, la política siempre tiende a ser cortoplacista. De lo que en educación planta un legislador ahora recogeremos frutos dentro de mucho, cuando a él ya nadie le pida cuentas, ni siquiera aunque esos frutos sepan a demonios o estén envenenados. Por eso, en ningún terreno se advierte con más claridad que en educación la conversión de la política en marketing o, como diría Baudrillard, en simulacro. Hay cambios continuos porque, en el fondo, no se quiere cambiar nada en profundidad... la comunidad escolar es rehén de una batalla partidista, por eso llevamos treinta años dando vueltas como una ratita en la rueda de la jaula, sin saber nunca ni siquiera bajo qué marco legal estamos agarrando una tiza. 


Insisto: ¿para qué enseñamos? ¿Por qué ustedes, señores ciudadanos, me pagan fielmente al final de cada mes? ¿Qué pretendemos conseguir cuando construimos un establecimiento educativo? Muy a menudo presenciamos debates sobre el modelo educativo. El diario El  País, por ejemplo, cuya empresa matriz sostiene grandes intereses en materia educativa, nos ilustra casi a diario con expertas apreciaciones sobre los más revolucionarios métodos para enseñar. Se nos habla de los grandiosos descubrimientos de las ciencias cognitivas, de lo sabios y felices que seremos cuando terminemos de informatizar las aulas, de la importancia de que los profesores nos reciclemos, de los premios que tal o cual banco o corporación de especuladores entrega con no sé muy bien qué criterios a cierto proyecto educativo que "va a revolucionar la docencia"... 


Imaginen la siguiente situación. En una oficina ferroviaria los supuestos expertos discuten larga y sesudamente sobre cómo incrementar la velocidad de los trenes. Al cabo de un rato ya han resuelto el problema: los trenes van a ir más rápido y van a ser incluso más bonitos y a servir café de más calidad... El pequeño problema es que nadie se ha preocupado de pensar sobre la dirección de dichos trenes. Irán muy rápido, pero no sabemos a dónde. 


Este es el gran problema actual de la educación: no sabemos cuál es su finalidad.  


(CONTINUARÁ EN BREVE)

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