Desde la Cueva del Gigante, lugar perdido en un territorio árido donde antiguamente se refugiaban los bandoleros, esta página intenta echar luz, y también alguna sombra, sobre los fenómenos sociales contemporáneos: las nuevas tribus, los simulacros culturales, los movimientos de masas, etc...
Thursday, October 25, 2012
LA CARGA DE RICK GRIMES
Vuelve The walking dead, uno de los pocos placeres adolescentes que aún me consiento. Al inicio de la tercera temporada, encontramos al grupo de Rick hambriento, exhausto y desesperanzado. Se hallan además literalmente acorralados por miles de zombis en un territorio que tiende a hacerse a más reducido y asfixiante. Lori está a punto de parir, llegan a una penitenciaría y deciden aprovechar las características del lugar, que se halla eficazmente cercado y cancelado por todas partes para confinarse temporalmente en su interior a modo de refugio seguro contra los caminantes.
En nada el lugar recuerda a la granja de Hershell Greene donde pasaron los últimos meses, un lugar que crece en la memoria como un paraíso perdido y que ahora se presiente invadido por las pestilentes legiones. Inútil soñar con el regreso. Pero la empresa de apoderarse de la prisión tampoco es sencilla. Supone abrir un agujero en la alambrada, volver a cerrarla y, sin pausa, lanzarse furiosamente a exterminar a los zombis que la ocupan. El riesgo es máximo, desde fuera no tienen manera de saber cuántos hay exactamente en las dependencias del recinto -ven docenas, pero puede haber centenares-, y tampoco disponen de excesiva munición. En cualquier caso hay que hacerlo y, sobre todo, alguien tiene que convencer a los demás de ello, animándoles para que ni por un fatal instante se dejen abatir por el desánimo o paralizar por el terror.
No creo que haya nada especial en Rick Grimes que le incline a encarnar ese papel dentro del grupo. Es decidido, sensato y no se deja llevar fácilmente ni por el miedo ni por la crueldad. Sin embargo ya ha demostrado varias veces a lo largo de la odisea que es un tipo falible, que puede vacilar en ocasiones y que no siempre controla sus filias y sus fobias. ¿Por qué le toca siempre a él dirigir a los demás? Su prioridad es idéntica a la de cualquiera: defender su vida y la de su familia. De alguna manera los otros se han acostumbrado a obedecerle, lo cual les trae una buena cuenta, pues no son ellos los que han de tomar las decisiones; es Rick quien tiene el poder ejecutivo, nunca mejor dicho porque ello supone, entre otras muchas responsabilidades, ordenar el exterminio de miles de caminantes y, a veces, incluso de humanos que por alguna razón ponen al grupo en peligro.
Insisto en la pregunta: ¿por qué Rick?
No creo tener vocación de líder, me falta templanza; no soy particularmente equilibrado, puedo dejarme arrastrar por la cólera tan fácilmente como por el afecto, y soy particularmente vulnerable al estrés y no especialmente tenaz ni dado al reproche insistente. ¿Por qué entonces -y disculpen la carga de soberbia que incorpora el sólo hecho de preguntármelo- me toca a menudo llevar a mis compañeros al combate? ¿Por qué yo y algún otro tan imprudente como yo tenemos siempre que iniciar huelgas, convocar asambleas y promover manifiestos y otras iniciativas con el fin de plantarle cara a un poder que a cada momento se asemeja más impúdicamente a la tiranía? Todos mis compañeros de trabajo, con la excepción de algún facha irredento, comparten la impresión de que los departamentos de gestión educativa son entregados a un hatajo de ineptos, cínicos e irresponsables. Tal cosa no habría de preocuparnos tanto si no fuera porque si los gobiernos colocan a lo peor de cada casa a dirigir la escuela es precisamente porque han decidido exterminarla, al menos la escuela pública. Si en vez de al actual ministro del ramo, el Presidente del Gobierno hubiera colocado a un tipo preparado, con músculo político, fibra moral y disposición al diálogo, la tentación de éste habría sido antes o después esforzarse para lograr que las escuelas funcionen. Si lo que se pretende es que no lo hagan, entonces mejor llamar con el nivel previsible en un habitual de tertulias reaccionarias.
¿Soy el único que se da cuenta? No, todo el mundo te reconoce en privado que ocho años de derecha gobernándonos suponen un peligro letal para el futuro de los servicios públicos más básicos, empezando por el educativo o el sanitario, lo cual lesiona terriblemente a sus usuarios, es decir, a casi toda la ciudadanía, empezando por los niños, además de a quienes trabajan para ellos. ¿Por qué entonces he de ser yo quien actúe en consecuencia? Quiero que se entienda que no estoy lloriqueando. No simpatizo con los sindicalistas, no me interesa nada eso a lo que llaman liderazgo, no tenga fibra de revolucionario, mi ideario dejo de ser radical hace ya mucho y cada vez que tengo que preparar una reunión o pasar dos tardes elaborando panfletos y carteles o redactando pliegos de firmas me acosa la sensación de que lo que me apetece es irme a mi casa a ver la tele.
Me pasan dos cosas. Una es que soy un tímido consecuente, es decir, no soporto esas situaciones en que varias personas se miran en silencio dentro de un ascensor, de manera que suelo ser yo el que termina diciendo que no se marcha el verano -"hay que ver qué calor hace aún"-; como no aguanto los silencios y las inacciones inaguantables simplemente doy el paso para acabar con ellos. La otra razón es más básica: creo que soy gilipollas. Siempre recuerdo aquella escena final de El coloso en llamas. El arquitecto explica al bombero que hace falta que alguien suba a la azotea del rascacielos y coloque una carga explosiva sobre las conducciones de agua, lo cual puede servir para sofocar el incendio. El plan es perfecto, excepto por un pequeño detalle: quien coloque la carga no tiene manera de salir del atolladero, no habrá tiempo para rescatarla cuando estalle la carga y se desate el aluvión de agua.
-"Ya", dice el bombero, " y está buscando a un tipo lo suficientemente estúpido como para subirse a esa azotea."
Es él el que se sube, claro. Constituye un acto de vanidad por mi parte sentirme un poco Steve McQueen, entre otras cosas porque él es más sexy. En lo demás somos iguales el bombero y yo: igual de gilipollas, quiero decir.
Saturday, October 20, 2012

EL NUEVE MENTIROSO
Unas horas antes de iniciarse el España-Francia los expertos debaten sobre las ventajas de jugar sin delantero centro. La sabiduría de los más finos estrategas aconseja fingir que tienes un ariete que no lo es, digamos que sólo lo simula. A tan sugerente figura se le denomina "nueve mentiroso". La retórica futbolística ha dado lugar a metáforas tan ingeniosas como "defensa escoba", "carrilero", "enganche" o "trescuartista", pero ésta del nueve mentiroso arrastra una connotación moral que convierte al individuo que la desempeña en una figura sospechosa, el producto de una treta perversa urdida en la pizarra de un fétido vestuario. Recuerdo a aquel amigo de la infancia que dijo que quería ser portero. También habría podido contestar, cuando nos preguntaban qué queríamos ser de mayores esperando que dijéramos médico, cajero de banco o abogado: "Yo quiero ser un nueve mentiroso"
No termino sin embargo de verle mayor maldad a este truco de entrenador. Si he terminado disminuyendo las atenciones que toda la vida he dedicado a este juego del fútbol es por la convicción, cada vez más atosigante, de que está habitado por desaprensivos. De hecho he comprobado que algunos de las peores hijos de perra que traté en mis años mozos han terminado buscando su fortuna en las oficinas de los clubs de fútbol, los despachos de los managers o las delegaciones federativas, por no hablar de la tropa que llena los estadios o la prensa especializada.
Siguiendo la lógica del Dante, situaría el mundillo balompédico en el círculo más profundo del infierno de no ser porque existen los políticos. Comparado con los procedimientos comunes en las estancias de los partidos políticos, la treta del nueve mentiroso es poco más que una broma de chiquillos. En la política el simulacro es por definición intolerable, sin embargo nos la encontramos como clave constitutiva de ese gran escenario por el que deambulan los profesionales del Poder obsesionados con obtener votos y ganarse un puestecito de por vida.
En las últimas semanas asisto a frecuentes debates sobre la cuestión catalana. He participado en alguno de ellos. Quedo insatisfecho, sospecho que nunca enfocamos la cuestión correctamente porque los protagonistas de la escena nos están timando. ¿Independencia? ¿Federalismo? ¿Unidad sacrosanta del Estado? No es que no estemos ante un problema serio: el derecho de las comunidades a autodeterminarse y, en el trasfondo, la necesidad de deliberar sobre qué modelo institucional diseñamos para propiciar la convivencia. Me cuesta mucho sintonizar con los sentimientos secesionistas porque los nacionalistas de toda índole que conozco tienden a deslizarse demasiado a menudo hacia actitudes tan reaccionarias como el patrioterismo, la insolidaridad, el etnicismo o el segregacionismo, sin que termine nunca de vislumbrarse un proyecto realmente consistente para transformar la sociedad y hacerla más justa, pacífica e igualitaria. No excluyo de esta caracterización, todo lo contrario, a los prebostes de la derecha española, los cuales hablan sobre la unidad de la nación para calificar despectivamente de quimérica cualquier alternativa que no se ajuste a la suya, como si sólo hubiera una manera correcta de identificarse y todas las demás fueran impostadas o perversas.

La velocidad a la que actualmente se agranda la brecha social en España resulta aterradora. Las cifras del paro -que por cierto no son simples cifras- es intolerable, y cada vez se destejen más rápidamente las redes desde las que protege a los ciudadanos mediante la sanidad y la educación. ¿Y al otro lado del Ebro? Exactamente lo mismo, aunque por aquellos andurriales el nueve mentiroso -para más señas Leo Messi- hace auténticas diabluras con unos defensas rivales que nunca saben por donde les va a salir el muchacho. Estamos siendo gobernados por unos señores que no sólo son unos ineptos. Además son unos farsantes.Y nosotros les dejamos.
Friday, October 12, 2012
AUTOAYUDA
Cayó recientemente en mis manos un libro con cierta traza de manual de autoayuda, sí, de esos que te dicen que eso que te pasa de que a veces te das un poco de asco en realidad es porque no te miras con buenos ojos. Los manuales de autoyuda no funcionan por la misma razón por la que no funcionan los psicólogos: no es que digan sólo mentiras o que las instrucciones que proporcionan sean erróneas, es que su ideario se basa en el principio completamente erróneo de que se puede estar vivo sin estar jodido. Por eso no hacen especular con la esperanza más inútil que existe: es posible ser feliz.
La felicidad es imposible porque el alma humana la asocia indefectiblemente con la eternidad, lo cual se explica por la terrible candidez de no asumir que nuestra condición existencial es la caducidad. No es que seamos efímeros, es que, sin que por lo visto nos queramos dar por enterados, lo que nos constituye es la finitud. Es esa finitud lo que da a la vida el sentido que le atribuimos, lo que somos y lo que creemos ser, el pavor a la extinción y la consiguiente incapacidad para asumirlo. Por lo demás los que escriben libros de autoayuda venden un producto similar al de los psicólogos o las masajistas, querernos y ocuparse de nosotros durante un ratito, lo que, bien pensado, equivale a la única dosis de felicidad propiamente dicha que nos pueden proporcionar nuestros semejantes.
El libro se llama El arte de no amargarse la vida, he consultado algunos tramos, no está mal, tiene su gracia, y lo digo yo que, como filósofo, peleó descarnadamente con todos estos farsantes -incluyo a los curas- por un terrenito en el mercado del espíritu. El Corte Inglés tiene la costumbre de poner la autoayuda en el estante contiguo al de filosofía y al de esoterismo, también llamada en algunos lugares "ocultismo", "new age" o "parapsicología". Refiere el libro de marras cierta parábola de Woody Allen que está muy bien traída. Un hombre pregunta al rabino cómo puede encontrar la paz; el rabino le invita a girar la cabeza y, a continuación., le suelta un estacazo tremebundo, tras lo cual le pregunta: "¿Te parece bastante paz?" La conclusión es que sólo los estúpidos van por la vida calentándose la cabeza para intentar solucionar problemas insolubles. Aquel rabino es en realidad un honesto consejero, pues su brutal respuesta esquiva la artera maniobra habitual en los vendedores de crecepelo: inventar el problema y, a continuación, presentarse como el artífice de la solución.
Debo aclarar que no tengo nada contra quienes se dedican al noble oficio de buscar respuestas a la pregunta sobre cómo vivir mejor, ser más decente o dejar de navegar a la deriva, preguntas que siempre son más urgentes que la de si Dios existe o si la vida tiene algún sentido trascendente, las cuales, por cierto, sólo surgen -y con ellas las religiones- porque antes nos hemos hecho las preguntas anteriores. A fin de cuentas, los filósofos empezaron a ser de verdad populares, y no simplemente un hatajo de aguafiestas o de charlatanes cuando, durante el helenismo, se entregaron a reflexionar y aconsejar sobre cómo vivir, o lo que es lo mismo, cómo enfrentarnos a nuestra conciencia y qué hacer con nuestros temores y nuestros sueños.
Y bien, ¿podemos seriamente autoayudarnos? El momento histórico es propicio para formular la pregunta, pues en general a la gente le va de puta pena. No disertaré aquí sobre las medidas políticas que habrían de implementarse para solventar o al menos aliviar el gran problema que nos acucia, que cada vez la mayoría somos más pobres y que las redes que protegen a la gente están cada día más debilitadas. Sí me gustaría no obstante, más allá de la política convencional, decir algo sobre las turbaciones de alma que padecemos.
Dice Descartes en el Discurso del método que es cuestión de pura sensatez aprender a renunciar a lo propios deseos antes que insistir en la porfía por conseguir que el mundo se adapte a estos. Cuando algunas personas me escuchan citar ese pasaje, cuya genealogía nos lleva desde el racionalismo cartesiano hasta los antiguos estoicos, suelen tacharme de predicar el conformismo. (Creo que alguna novia incluso me dejó por ello). Ridículo: llaman poco ambicioso a alguien sólo porque tiene el coraje de aplicar un principio de acción que le permita mejorar su vida y no pasársela golpeándose la cabeza contra un muro, que es en lo que suelen acabar los tontos y los ciegos. Cargando con las demandas de mi oficio, voy a permitirme darles tres consejos. Seguirlos no le hará feliz, pero le pueden ayudar a quitarse esa cara de desilusionado permanente con la que amarga las mañanas a sus amigos.
El primero es que deje de pretender que todo el mundo le quiera. Haga usted lo que haga va a granjearse enemigos siempre. No se angustie por ello, quienes nos odian cuidan de una extraña manera de nosotros con una tenacidad dudaríamos en exigir a nuestros amigos.
El segundo es que renuncie de una vez por todas a la idea de que los políticos -y esto vale, en general, para todos los oligarcas- están ahí para solucionar sus problemas. No saben o no pueden. Yo esto lo intuyo desde hace mucho, pero la evolución de la sociedad en los últimos años nos ha quitado definitivamente el derecho a la ingenuidad. Nos las vamos a tener que arreglar solos. Es duro, pero nos irá peor si no lo asumimos y extraemos las conclusiones oportunas.
Y el tercero y más importante: no se va usted a hacer rico, cenutrio. Deje de creer que le va a alcanzar el soplido del calvo imbécil ese de la lotería de Navidad, acostúmbrese a la idea de que va a tener que vivir con poco, que las tías buenas sólo le ponen el parasol a los pilotos de Fórmula 1 y que cuando los banqueros le invitan a sumarse a sus planes lo único en que piensan es en sacarle a usted las perras.
Asuma estos tres consejos, pero sobre todo el tercero, especialmente si vive usted en el País Valenciano y ha creído alguna vez en el paraíso en que los políticos iban a convertir estas tierras. A lo mejor con eso echamos de una vez a la derecha del poder. Con ello vamos a autoayudarnos un huevo.
Saturday, October 06, 2012

COVERS
Una portada de la Revista Life de 1963 me permite enterarme de que Frank Sinatra tuvo un hijo cantante. El "Nuevo Sonido Sinatra" de aquellos años era claramente un movimiento de adaptación de las viejas sensibilidades ante la tormenta del pop, ya definitivamente imposible de esquivar, incluso para el clan Sinatra. No sé qué fue de Frankie Jr, lo que sí sé es que las nuevas formas -cuyo momento fundacional encontramos en los primeros años de la década anterior, y muy especialmente en la explosión sociológica que supuso la eclosión del mito Presley- vinieron para quedarse y transformar definitivamente las sensibilidades.
Apenas una década después del fin de la Segunda Gran Guerra, e instalada Norteamérica en una gran prosperidad económica asociada a una arrolladora hegemonía cultural, la impregnación generalizada entre los jóvenes de Occidente de los ritmos y los gestos del rock marca la clausura definitiva de un gran trayecto histórico . Podemos llamarlo "victorianismo", "sociedades tradicionales", "fordismo" o "culturas represivas"; da igual, lo que asoma tras todas estas denominaciones es la incapacidad de las sociedades desarrolladas a partir de la Revolución Industrial y la moral puritana para entrar en diálogo con una forma de estar en el mundo cuya banda sonora asoma en los ritmos un tanto histéricos del rock y las caderas de Presley, una música que, por cierto, nos hemos acostumbrado a escuchar -o a no escuchar- bajo el fragor de los gritos enardecidos de las fans. No es extraño que quienes escuchaban a Sinatra vieran en aquellos jóvenes a una turba desenfrenada de fanáticos poseídos por un ritmo no se sabe si agresivo o afeminado, pero en cualquier caso insolente e incomprensible.

Viene a cuento esta reflexión porque en estos días, muy significados porque se cumple medio siglo desde que los Beatles editaran Love me do, la Universitat de València presenta una exposición que merece muchísimo la pena: Covers. Cultura, juventud y rebeldía. El que los dos comisarios de la exposición, Justo Serna y Alejandro Lillo, sean historiadores, ofrece alguna ventaja: los miembros de ese gremio tienen la buena costumbra de no interpretar las claves de un fenómeno histórico si no es a la luz del marco social donde germina. En otras palabras, Lillo y Serna no han halagado los oídos de los especialistas ni de los fanáticos del rock, estos en realidad no tienen ya remedio, por lo que es probable que les decepcione la exposición. Se trata más bien de hacernos entender que el rock es, ante todo, la banda sonora de una época, un tiempo en el cual todo -los objetos de consumo, los electrodomésticos, los gestos, el lenguaje, las portadas de las revistas, la ropa..- estaba imbuido de los ritmos del rock, tanto como estos lo están a su vez de algo que está pasando en las calles y que en ningún caso ha sido inventado por los urdidores de patrañas que después tuvieron la astucia de explotar el fenómeno.
La exposición es magnífica, desde luego, aunque no quiero dejar pasar que, si no leemos con atención lo que los objetos expuestos nos invitan a pensar, hay algo que se nos puede escapar, con el lamentable efecto de pensar que lo que se expone son ya sólo sombras del pasado del que apenas quedan los ecos y esa sonrisa irónica que aparece en los mayores cuando el cover de algún viejo disco o un antediluviano tocadiscos le hacen asomarse a los temblores de una juventud ya muy remota. Me refiero al carácter de experiencia comunitaria que tiene el rock, y que, al menos en su orígenes, la tiene de manera absolutamente vocacional.

He tenido alguna vez esa sensación, me refiero a la de formar parte de una corriente emocional colectiva a partir de la música. Algunos llaman a esto borreguismo o lo asocian incluso al fascismo, un poco como esos coros ultra que la lían en los campos de fútbol: es un diagnóstico pacato y miope, no entiende nada porque está preso de unas premisas supuestamente en favor de la racionalidad y el individualismo que le impiden ver que sólo empezamos a ser sujetos y a entendernos a nosotros mismos a partir de la comunidad, de un sentimiento muy atávico que nos hace contagiarnos y sentirnos parte de algo que, de alguna forma, nos trasciende. Hay algo de eso en los gritos de las fans, en la multitud que corea un viejo tema mientras el cantante guarda silencio, en la nube de marihuana que aspiraban los participantes de Woodstock, convencidos de que aquella esperanza de una comunidad feliz y un mundo sin mentiras ni hipocresías era algo más que un fugaz fin de semana a unos kilómetros de la urbe.
It´s only rock´n roll but I like it, cantaba Mick Jagger. Nos gusta, pero no es sólo rock´n roll, desde luego que no.
Friday, September 28, 2012
LO RAZONABLE
LUNES. Lo razonable sería que las figuras menos deseables de nuestro pasado se fueran difuminando en la dulce tiniebla del olvido y la irrelevancia. Sin embargo, numerosos personajes que en el pasado nos ofendieron, lesionaron nuestra confianza o colmaron sobradamente nuestra paciencia, se instalan en nuestra memoria con tal firmeza, que tienen el mal gusto de reaparecer cada mañana con los ecos de sus frases o sus poses más irritantes. No suelen ser bandidos o tipos que nos pisotearon para robarnos el bocadillo, no son como los malvados de las novelas, es decir, carnívoros que ponen tu vida en peligro con decencia, de cara y sin mariconadas, como aquellos antiguos abusones del patio del colegio. No, quienes regresan son más bien irritantes, gente gris a la que hicimos caso y prestamos atenciones que no merecían, gentes que parecían hablar muy en serio cuando decían querer conquistar un imperio y a las que tuvimos que aguantar jornadas interminables de patrañas y reprimendas que ahora despacharíamos en décimas de segundo, feministas petardas, revolucionarios de pacotilla, novias fidelísimas que amenazaban con suicidarse si nos las queríamos, charlatanes que nos sedujeron sin contraer ningún mérito para ello. Indica la prudencia que de todo ello aprendimos, que las adhesiones inconvenientes son la verdadera escuela de la vida. Y, sin embargo, algo dentro de mí maldice cada segundo que perdí con cada uno de ellos, cada momento que -como ahora mismo- les dedicó una vez más a pesar de su brutal mediocridad. Dijo Cioran que "si no quieres sucumbir a la rabia, renuncia a hurgar en la memoria". Hay más sabiduría en ese aserto que en toda la literatura de autoayuda.
MARTES. Empieza a ser demasiado frecuente en estos años de crisis que asistamos a escenas en que la labor de la policía parece consistir en conculcar el derecho de manifestación y protesta. No tengo ninguna duda de que, en situaciones de alta tensión, resulta extremadamente difícil para un agente interpretar adecuadamente el equilibrio entre mantener el orden e imponer la ley del más fuerte, o lo que es lo mismo, entre actuar con la sensatez propia de unas instituciones de vigilancia propias de un estado democrático y convertir la acción policial en ensaladas de golpes. Y sé también que bajo el paraguas de un supuesto radicalismo se guarecen grupos de personas que respiran confortadas el aire tóxico de la violencia, como si la maldad del enemigo convirtiera en pobres ingenuos a quienes creen firmemente que lanzar piedras o quemar contenedores sólo agrava las cosas y extiende la animadversión popular hacia cualquier reivindicación, por justa y legítima que sea. Y, sin embargo, episodios como el de la manifestación ante el Congreso, con imágenes tan estremecedoras como las de la carga indiscriminada en el interior de la Estación de Atocha, animan a pensar que la función que los gobernantes otorgan a las fuerzas de seguridad no es posibilitar el ejercicio de la libertad y la democracia, sino más bien conculcarlo. Se diría que el Partido en el poder -y en esto sí sirven las comparaciones con el Gobierno de Zapatero, por ejemplo en relación al 15M- ha percibido el riesgo de que la crisis va a hacer crecer la conflictividad social, y que lo más estratégico es amedrentar a los disidentes para que no salgan a la calle a expresar su malestar. No ayudan mucho manifestaciones como las de Cospedal, que comparó la concentración ante el Congreso con el golpe del 23-F, lo cual da idea de la calidad de la cultura democrática que tienen algunos dirigentes de la derecha española. Más calado tiene la frase de Rajoy, quien desde el extranjero optó por elogiar a la mayoría silenciosa, ésa que no sale a las calles a manifestarse, como si guardar silencio y resignarse a la obediencia o a la pasividad fuera lo mejor a lo que puede dedicarse la ciudadanía. Quizá cambie de opinión el día en que dejen de votarle.
MIÉRCOLES. Condenar -siquiera moralmente- a Ana Tarrés es tan imprudente como obviar la evidencia de que el deporte de alta competición alberga, por debajo del oropel de la gloria y las medallas, prácticas profundamente tóxicas. Una alumna me contó un día que su entrenador le gritó "eres una mierda" después de haber fallado una jugada. En el mundo del deporte, junto a tipos excepcionales, he conocido a verdaderos sádicos, personas que, apoyadas en su posición de poder y en una insana cultura competitiva, sometían a niños y adolescentes a toda suerte de humillaciones y maltratos. "Eres una mierda", me pregunto qué pasaría si yo, amparado en la exigencia de obtener mejores notas en Selectividad, me dedicara a utilizar este tipo de fórmulas para "estimular" a mis alumnos. Temo, sin embargo, que lo que con toda la razón no me perdonarían los padres de mis alumnos, sería mejor aceptado si yo fuera uno de esos entrenadores que gritan como energúmenos a sus hijos durante los entrenamientos. Claro, es que yo sólo tengo que aprobarles la ESO, en cuanto al energúmeno, les va a sacar de la pobreza convirtiendo a su hijo en Cristiano Ronaldo, esa es la diferencia. Todo este asunto me recuerda a aquel Sargento de instrucción en La chaqueta metálica, cuyo método consistía en aterrorizar, vejar y destruir la dignidad de los reclutas. Él al menos tenía una excusa: aquellos chicos iban a la Guerra del Vietnam; por el contrario las chicas de la sincronizada sólo aspiran a hacer piruetas sobre una piscina. Luego hay reparto de medallas, sí, y todos nos alegramos cuando las ganan, pero no me parece que baje la prima de riesgo ni se venza al paro con eso.
JUEVES. Freedom for Catalonia. Conviví hace un par de años durante unos días con una familia de la alta burguesía barcelonesa que creía firmemente que la CIU de Artur Mas estaba destinada a solventar los problemas más serios de Catalunya. Soy menos hostil al secesionismo catalán de lo que parece a simple vista, tampoco a mí termina de convencerme eso de España. Es más, creo que si una Catalunya independiente supusiera acabar en el Principado con la injusticia social, los abusos de la oligarquía, la explotación de inmigrantes e infortunados en general, la manipulación informativa o el deterioro de los servicios públicos, yo me sumaría al proyecto y pediría asilo político en la embajada que el nuevo estado independiente habría de abrir en mi ciudad. Mi bola de cristal me hace pensar, sin embargo, en un país independiente de España pero con los mismos abusos, la misma brecha social, las mismas mentiras de políticos corruptos... Eso sí, al inicio de los partidos del Barça los jugadores escucharían Els segadors. Por cierto, ¿con qué selección jugaría Iniesta?
VIERNES. El próximo martes, a las 20 horas, se inaugura en la Universitat Vella de Valencia la exposición titulada Covers, (1951-1964). Cultura, juventud y rebeldía, comisariada por dos caballeros en los que confío, Justo Serna y Alejandro Lillo. He realizado modestas aportaciones a la exposición, y espero mucho de ella. "Bienvenidos a los años del rock´n roll", así reza el pliego de presentación. Les linkeo toda la información al respecto.
www.uv.es/cultura/c/docs/expcovers12cast.htm - ¿Nos vemos el martes?
LUNES. Lo razonable sería que las figuras menos deseables de nuestro pasado se fueran difuminando en la dulce tiniebla del olvido y la irrelevancia. Sin embargo, numerosos personajes que en el pasado nos ofendieron, lesionaron nuestra confianza o colmaron sobradamente nuestra paciencia, se instalan en nuestra memoria con tal firmeza, que tienen el mal gusto de reaparecer cada mañana con los ecos de sus frases o sus poses más irritantes. No suelen ser bandidos o tipos que nos pisotearon para robarnos el bocadillo, no son como los malvados de las novelas, es decir, carnívoros que ponen tu vida en peligro con decencia, de cara y sin mariconadas, como aquellos antiguos abusones del patio del colegio. No, quienes regresan son más bien irritantes, gente gris a la que hicimos caso y prestamos atenciones que no merecían, gentes que parecían hablar muy en serio cuando decían querer conquistar un imperio y a las que tuvimos que aguantar jornadas interminables de patrañas y reprimendas que ahora despacharíamos en décimas de segundo, feministas petardas, revolucionarios de pacotilla, novias fidelísimas que amenazaban con suicidarse si nos las queríamos, charlatanes que nos sedujeron sin contraer ningún mérito para ello. Indica la prudencia que de todo ello aprendimos, que las adhesiones inconvenientes son la verdadera escuela de la vida. Y, sin embargo, algo dentro de mí maldice cada segundo que perdí con cada uno de ellos, cada momento que -como ahora mismo- les dedicó una vez más a pesar de su brutal mediocridad. Dijo Cioran que "si no quieres sucumbir a la rabia, renuncia a hurgar en la memoria". Hay más sabiduría en ese aserto que en toda la literatura de autoayuda.
MARTES. Empieza a ser demasiado frecuente en estos años de crisis que asistamos a escenas en que la labor de la policía parece consistir en conculcar el derecho de manifestación y protesta. No tengo ninguna duda de que, en situaciones de alta tensión, resulta extremadamente difícil para un agente interpretar adecuadamente el equilibrio entre mantener el orden e imponer la ley del más fuerte, o lo que es lo mismo, entre actuar con la sensatez propia de unas instituciones de vigilancia propias de un estado democrático y convertir la acción policial en ensaladas de golpes. Y sé también que bajo el paraguas de un supuesto radicalismo se guarecen grupos de personas que respiran confortadas el aire tóxico de la violencia, como si la maldad del enemigo convirtiera en pobres ingenuos a quienes creen firmemente que lanzar piedras o quemar contenedores sólo agrava las cosas y extiende la animadversión popular hacia cualquier reivindicación, por justa y legítima que sea. Y, sin embargo, episodios como el de la manifestación ante el Congreso, con imágenes tan estremecedoras como las de la carga indiscriminada en el interior de la Estación de Atocha, animan a pensar que la función que los gobernantes otorgan a las fuerzas de seguridad no es posibilitar el ejercicio de la libertad y la democracia, sino más bien conculcarlo. Se diría que el Partido en el poder -y en esto sí sirven las comparaciones con el Gobierno de Zapatero, por ejemplo en relación al 15M- ha percibido el riesgo de que la crisis va a hacer crecer la conflictividad social, y que lo más estratégico es amedrentar a los disidentes para que no salgan a la calle a expresar su malestar. No ayudan mucho manifestaciones como las de Cospedal, que comparó la concentración ante el Congreso con el golpe del 23-F, lo cual da idea de la calidad de la cultura democrática que tienen algunos dirigentes de la derecha española. Más calado tiene la frase de Rajoy, quien desde el extranjero optó por elogiar a la mayoría silenciosa, ésa que no sale a las calles a manifestarse, como si guardar silencio y resignarse a la obediencia o a la pasividad fuera lo mejor a lo que puede dedicarse la ciudadanía. Quizá cambie de opinión el día en que dejen de votarle.
MIÉRCOLES. Condenar -siquiera moralmente- a Ana Tarrés es tan imprudente como obviar la evidencia de que el deporte de alta competición alberga, por debajo del oropel de la gloria y las medallas, prácticas profundamente tóxicas. Una alumna me contó un día que su entrenador le gritó "eres una mierda" después de haber fallado una jugada. En el mundo del deporte, junto a tipos excepcionales, he conocido a verdaderos sádicos, personas que, apoyadas en su posición de poder y en una insana cultura competitiva, sometían a niños y adolescentes a toda suerte de humillaciones y maltratos. "Eres una mierda", me pregunto qué pasaría si yo, amparado en la exigencia de obtener mejores notas en Selectividad, me dedicara a utilizar este tipo de fórmulas para "estimular" a mis alumnos. Temo, sin embargo, que lo que con toda la razón no me perdonarían los padres de mis alumnos, sería mejor aceptado si yo fuera uno de esos entrenadores que gritan como energúmenos a sus hijos durante los entrenamientos. Claro, es que yo sólo tengo que aprobarles la ESO, en cuanto al energúmeno, les va a sacar de la pobreza convirtiendo a su hijo en Cristiano Ronaldo, esa es la diferencia. Todo este asunto me recuerda a aquel Sargento de instrucción en La chaqueta metálica, cuyo método consistía en aterrorizar, vejar y destruir la dignidad de los reclutas. Él al menos tenía una excusa: aquellos chicos iban a la Guerra del Vietnam; por el contrario las chicas de la sincronizada sólo aspiran a hacer piruetas sobre una piscina. Luego hay reparto de medallas, sí, y todos nos alegramos cuando las ganan, pero no me parece que baje la prima de riesgo ni se venza al paro con eso.
JUEVES. Freedom for Catalonia. Conviví hace un par de años durante unos días con una familia de la alta burguesía barcelonesa que creía firmemente que la CIU de Artur Mas estaba destinada a solventar los problemas más serios de Catalunya. Soy menos hostil al secesionismo catalán de lo que parece a simple vista, tampoco a mí termina de convencerme eso de España. Es más, creo que si una Catalunya independiente supusiera acabar en el Principado con la injusticia social, los abusos de la oligarquía, la explotación de inmigrantes e infortunados en general, la manipulación informativa o el deterioro de los servicios públicos, yo me sumaría al proyecto y pediría asilo político en la embajada que el nuevo estado independiente habría de abrir en mi ciudad. Mi bola de cristal me hace pensar, sin embargo, en un país independiente de España pero con los mismos abusos, la misma brecha social, las mismas mentiras de políticos corruptos... Eso sí, al inicio de los partidos del Barça los jugadores escucharían Els segadors. Por cierto, ¿con qué selección jugaría Iniesta?
VIERNES. El próximo martes, a las 20 horas, se inaugura en la Universitat Vella de Valencia la exposición titulada Covers, (1951-1964). Cultura, juventud y rebeldía, comisariada por dos caballeros en los que confío, Justo Serna y Alejandro Lillo. He realizado modestas aportaciones a la exposición, y espero mucho de ella. "Bienvenidos a los años del rock´n roll", así reza el pliego de presentación. Les linkeo toda la información al respecto.
www.uv.es/cultura/c/docs/expcovers12cast.htm - ¿Nos vemos el martes?
Saturday, September 22, 2012
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SANTIAGO CARRILLO
Dijo Carrillo en una reciente entrevista que lo peor de su longevidad era la sensación de haber perdido absolutamente a todos los que le acompañaron, a toda la gente de su quinta. Es la penitencia de quien sobrevive a mil batallas: deambula a solas entre los restos de mil naufragios, y es probable que de las glorias ya sólo perciba ecos que se van debilitando.
En la reciente Anatomía de un instante, donde se navega entre la ficción y la realidad histórica, Javier Cercas definía como "traidores" a los tres parlamentarios que no se dejaron amedrentar por los golpistas que entraron a tiros en el Congreso, el General Gutiérrez Mellado, que incluso se enfrentó físicamente con el Teniente Coronel Tejero, el Presidente Adolfo Suárez, que tras intentar inútilmente detener a Gutiérrez Mellado permaneció sentado y sin esconderse en medio de la balacera, y el líder comunista, Carrillo, que al contrario que el resto de los congresistas tampoco se ocultó. Tras ser liberado el hemiciclo, dijo haber estado convencido de que iba a ser asesinado de inmediato, y que no estaba dispuesto a que lo hicieran estando tumbado en el suelo como un perro. Yo intuyo que había algo más, no tanto ese porte valeroso y distinguido, aristocrático en cierto modo, de Adolfo Suárez, sino más bien la vocación de testigo de la historia que siempre tuvo Carrillo, cuya cabeza asomaba levemente entre los escaños, como queriendo poder ver lo que ocurría aún a riesgo de su propia integridad. Aquellos tres hombres valerosos habían sido considerados traidores por los "suyos" porque tuvieron en algún momento de sus respectivas trayectorias vitales la gallardía de abandonar barcos en los que ya no merecía la pena continuar, por muy ardorosamente que los hubieran defendido en el pasado.
En Santiago Carrillo convergen dos relatos de una enorme relevancia. Por una parte, el del comunismo,cuya historia a lo largo del siglo XX desemboca en una imponente sensación de fracaso, de lo cual es la metáfora más concluyente la imagen del derribo del Muro de Berlín. Por otra, la construcción de la democracia española, de la que fue protagonista decisivo desde el exilio como dirigente del Partido Comunista -por supuesto clandestino para la Dictadura- y, ya durante la Transición, por su participación en los pactos entre distintas fuerzas políticas que dieron lugar a la Carta Magna y a la consolidación del régimen de libertades más duradero de la historia de España.

Cuando regresaron él, la Pasionaria y todas las demás leyendas de la lucha contra el fascismo, España ya era otra, y también lo era ya el alma de quienes creyeron firmemente en la revolución proletaria. Dentro del relato que se nos ha legado de la Transición Carrillo ocupa un lugar privilegiado. El papel que le tocó jugar y que asumió con determinación y astucia jamás fue fácil. ¿Fue él quien verdaderamente terminó de liquidar el comunismo en España? ¿Se acomodó al pacto con sus viejos enemigos para asegurarse un lugar destacado en el parlamentarismo demoliberal que tanto había denostado? ¿Le salió la vena estalinista después, cuando empezó a "purgar" a todos sus críticos en el Partido acusándolos de no ser leales comunistas? Todas estas preguntas le persiguieron hasta su abandono de la política activa, tanto como, hasta su última hora y aún después, le perseguirá la leyenda de Paracuellos, una cruel matanza de prisioneros por parte del bando republicano en los últimos momentos de la guerra y a la que el nombre de aquel joven oficial se asociará para siempre.

No estoy seguro de que Santiago Carrillo fuera de todo punto un hombre admirable. Lo que sí sé es lo profundamente mezquina que resulta la actitud de algunos medios de la derecha, para los cuales la muerte de este figura de relevancia tan incuestionable no ha merecido ni un octavo de portada. Y hay algo más, algo que en personajes como éste, forjados en tiempos que ahora parecen muy remotos, genera una profunda fascinación: Carrillo, como muchos otros de los de su quinta, era de verdad. Rectificó muchas veces, reformuló sus posiciones, pero hay una veracidad, una intensidad en las manera de defender unos ideales que parece intraducible en la cultura postmoderna. Eso se percibía incluso en sus últimos años en cada una de sus intervenciones en la radio o en las entrevistas que seguían demandándole... Ese hablar lento, esa cabeza lúcida, esa vocación de enfrentarse a la voluntad de los oligarcas del mundo de volver a convertirnos a todos en esclavos.
Insistía mucho últimamente en la necesidad de recuperar la iniciativa política frente a la tiranía del entramado financiero global. Quizá no haga falta una vida tan larga e intensa para entenderlo.
O sí.
Friday, September 14, 2012
DE VIAJE
1. Los "no lugares", los espacios dedicados únicamente al tránsito, donde el guión que trazamos para nuestros días no incluye nada memorable, son ocupados por personas de piel oscura, gentes del Sur. Suelen ser ellos los que te hablan o ríen contigo ante algún desperfecto cómico como el de una maleta que se abre inoportunamente. También son ellos los que besan apasionadamente a sus seres amados o danzan juntos en las estaciones. La razón es que sólo los que están lejos de la opulencia saben que es estúpido esperar a la meta para volver a disfrutar de la vida. No otra cosa pretendía Kerouac con aquello de que "el camino era la vida". Hemos ignorado ese mensaje, desconozco si seguiremos haciéndolo ahora que volvemos a ser pobres.
2. Cuando viajo se reafirma la sensación de que el nacionalismo y cualquier otra forma de localismo corresponde no sólo a una profunda estrechez mental sino, además, a una impostura. Algún amigo extrañamente seducido desde niño por el Barça y por Catalunya me indica que "Barcelona tiene mucho más glamour que Madrid", como queriendo buscar una ventaja proporcional a los goles que Valdés encajó de Cristiano Ronaldo en el Bernabeu hace unos días. Todo sea dicho: conozco muchos más que, desde la trinchera enemiga, insiste en la grandeza imperial de la capital del Reino y que los catalanes viven de expoliar las arcas del Estado.
Llego a Madrid, pero no encuentro a Madrid, no veo por ningún lado un Madrid que merezca la pena odiar o reivindicar. Es la misma megalópolis dura e inhóspita que sólo te mira bien si tienes dinero. Ya no hay espacio para experimentar la "ciudad verdadera". Barcelona y Madrid son dos puntos de luz más que se asoman a las fotografías del satélite: las mismas franquicias ocupando las grandes vías, el mismo albedrío caótico de lenguas y etnias, diferentes fetiches con valor histórico pero el mismo fin: atraer al turismo simulando una vida que ya no albergan.

4. En las ocho horas que paso en Madrid recuperó una vieja sensación de obscenidad, algo así como un gigantismo mal entendido y que parece más bien corresponde a la hipertrofia de una ciudad que se sintió históricamente tan sobrada de espacio que creyó poder sobredimensionar todos sus proyectos, construyéndolos a la medida de sus sueños. Esto es inimaginable para un mediterráneo, incluso para Barcelona, que tramó su historia desde la estrechez de una muralla.
Esta obscenidad de la Villa y Corte se advierte en el pulpo abierto que se exhibe en las vitrinas de un bar donde la primera sospecha es la falta de aseo y de discreción. Las calles del centro histórico o del metro enseñan a los zombis más capaces de revolverte el estómago, los mendigos más lisiados y que más sollozan... los yonquis más blancos y escuálidos (no había vuelto a ver a heroinómanos así desde los años ochenta). Ésta hegemonía en el horror parece corresponder a la misma lógica con la que se nos informa que Madrid posee los mejores lienzos, las tiendas más exclusivas o los mimos más hieráticos.
5. Tiene razón Javier Marías: Madrid ya no es un lugar habitable, lo fue seguramente, pero ya no es éste su sentido, ahora es una ciudad-espectáculo, no por sus teatros o sus cines -ya nadie va a Madrid por estos- sino por ella misma, porque sus avenidas y sus aceras se han convertido en fetiches de la política, del arte, del drama de la Historia. Secretamente, Gallardón y sus sucesores les dicen a quienes se empecinan en seguir viviendo en el viejo Madrid que se larguen porque les molestan, pues constituyen un foco de resistencia frente al proyecto de ciudad-espectáculo que es lo que de verdad produce dividendos. Los museos, el Bernabeu y su sancta santorum en la sala de las Copas de Europa, el Congreso, la Gran Vía... todo forma parte de la misma lógica de ciudad simulada. No hace falta construir Disneylandia en Europa, las grandes capitales disimulan mejor que los parques temáticos su condición de artificio diseñado para seducir.
No hay mayor utopía en estos momentos que exigir una ciudad más habitable; simplemente no es rentable, y ello convierte en escandalosa la propuesta.
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