Saturday, January 17, 2009








CIRUGÍA

La Preysler no es envidiada por las demás mujeres. En realidad les cae mal, pero la aceptan porque encarna el destino secreto de lo femenino: convertirse en esposa a través de un camino de perfección que, en forma paródica, lo es de santidad. Como las santas, Isabel ha pasado su vida luchando por superar sus contradicciones: el demonio en forma de arrugas, marcas en la piel y sequedades. Pese a la leyenda que le atribuye cierta técnica sexual de oscuro origen asiático, Preysler no ha enloquecido a los hombres con los que se casó por su poder de seducción. En realidad no lo tiene, no lo ha tenido nunca, no es el juego de la seducción el que domina, sino el de su escena simulada: jugar a bella y seductora sin serlo, sin seducir a nadie (¿Quién imagina una aventura con Isabel? ¿Hasta que profundos hastíos podría encaminarse mi vida al lado de Isabel?) Para las mujeres que todavía juegan la partida del poder desde la distinción drástica de los roles sexuales, Preysler es la efigie invertida de Don Juan: la obtención de su objetivo –dinero, lujo, distinción- ha ido tramándose a partir de la boda con un cantante prometedor, con estaciones de paso en el linaje aristocrático hasta llegar a la oligarquía de la política y las finanzas. Hombres patéticos convertidos en jalones de una biografía atravesada por una ambición sin límites, un proyecto calculado y estratégico, la liberación de la mujer, al fin, en forma de parodia.

Preysler es en realidad una figura extática. Éxtasis de los signos que no remiten a nada, sino a su propia forma vacía, histeria del cuidado de sí transformado en vigilancia totalitaria sobre los signos del envejecimiento corporal. Preysler es un monstruo, una figura terrorífica. Su aparición publicitaria es la de Mortycia Adams, pero sin gracia ni autocaricatura. Los gays no la aman porque no conciben un proyecto de autoconstrucción tan ensimismado y tenaz sin sombra de duda ni parodia. Los mejores travestís salen del armario en noches petardas vestidos de Celia Cruz porque su discurso es el del glamour, que en realidad solo es una burla del juego de los signos que ha constituido eternamente la seducción. El travestido es una diosa, una reina, exagera los signos de lo femenino para poner bajo interrogantes las categorías con las que el mundo serio ha separado en nosotros los roles. Todos somos secretamente travestidos, todos nos maquillamos y nos vestimos de mujer por las noches porque no sabemos lo que significa eso que nos enseñaron de que había que ser varón.

¿Y ser mujer? Ser mujer es ser Isabel Preysler. Pero su lucha oculta un destino que no solo afecta a las ya cada vez más exiguas lectoras de Hola. Preysler no es bella, es un monstruo de la belleza. Su apariencia adolescente, suspendida en el tiempo, es la de Dorian Gray, cuya imagen reflejada en el cuadro revela la verdad de que el paso del tiempo es, pese a todo, su destino cruel. Aterrados por los efectos del tiempo, la enfermedad y la muerte, Gray y Preysler convierten el propio cuerpo en fetiche autista. El diablo o la cirugía estética a la que venden el alma conjura ese destino intolerable de la vejez.

¿Por qué tanto espanto en la vejez? ¿Por qué la tememos tanto como ellos, aunque no tengamos la obscenidad con que exhiben su pírrico triunfo sobre el tiempo? Y aún peor, ¿por qué ya no queremos a los viejos, que nos echan a la cara la evidencia de lo que terminaremos siendo? En las culturas tradicionales, y la nuestra lo ha sido hasta hace muy poco, el anciano es la base simbólica del grupo. Sus achaques y la cercanía de la muerte se cobran su precio a cambio de un prestigio incuestionable, superado tan solo, claro está, por el prestigio de los muertos, únicos que gozan de autoridad absoluta sobre los individuos.

La histeria de la cirugía estética en la era del consumo es la manera patética y morbosa con que se asume la apuesta moderna de Kant, Baudelaire o Nietzsche de determinarse a uno mismo. Como todo gran moralista, el Dorian Gray actual asume la empresa histórica de acabar con el Mal, aniquilando de raíz cualquiera de los signos con que aparece una y otra vez. Mi cuerpo es irreductible, es singular, quizá vosotros me veis vulgar o me otorguéis alguna valoración de guapo o feo, pero mi cuerpo demarca el reino de mi intransferible singularidad. También mi atuendo, mis tatuajes, mis heridas, mis perforaciones, todas las muescas que deja el paso del tiempo…Sometido a la barbarie tecnológica de la cirugía, el nigromante que maneja el bisturí consigue exterminar las arrugas de mi cara, “solución final” en el Auschwitz del quirófano, genocidio de todo signo que atestigüe que he tenido una vida y que los palos me han dejado cicatrices en el cuerpo y en el alma. La uniformidad del concepto puro impuesta por el bisturí, los implantes y el botox -la nariz más pequeña los labios más carnosos, la sonrisa hierática- somete al reinado del terror todo lo que es capaz de singularizarme. Los signos del envejecimiento –que son los del dolor de vivir y de amar- pasan por la turmix del principio clínico de que soy culpable de mi propio descuido, de haber dejado crecer el Mal sobre mi dermis. En forma de corrección política de la belleza, la cirugía estética aplasta en mí la insolencia de lo que –bueno o malo, ¿qué importa?- me hace único.

No tenemos derecho a escandalizarnos de que las niñas pidan operaciones para su cumpleaños. Construyo un ideal de cómo quiero ser y exige mi derecho a realizarlo. Quiero que mi cuerpo me identifique, no quiero ser extraño respecto a mi propio cuerpo. Quiero pulverizar, estrangular a ese Otro que me muestra el espejo, esa extrañeza que me mira a los ojos y que no corresponde a lo que yo había proyectado para mí. No es la voluntad de atraer lo que está en juego, eso sobrevive a todas las estupideces de las distintas épocas, porque solo las civilizaciones agotadas pierden definitivamente la necesidad de suscitar esa tensión misteriosa de la seducción. Es más bien la voluntad pueril de convertir mi propio cuerpo en fetiche. Un fetiche autista y autorreferencial. El tiempo arrinconado y derrotado en la cirugía estética, regresará sin embargo para vengarse. Como el señor Valdemar, con su cuerpo durante años suspendido en la intemporalidad del ante mortem… Como Dorian Gray cuando aparece el cuadro, todo se vendrá abajo lastimosamente de pronto, saltarán los puntos, nuestra propia monstruosidad saldrá a la superficie.

La Preysler es un monstruo porque su criatura, creada para proclamar en su carne el triunfo de la intemporalidad, termina devorando a su madre. Constituidos por lo efímero, perderemos la batalla si no aprendemos a tiempo a entender el valor de esa sonrisa triste y cansada pero hermosa y sin botox que nos devuelve el espejo.

8 comments:

Anonymous said...

Solo quiero comentar dos cosas:
- Tenemos un incansable afán por dejar de ser quienes somos... para ser aquellos que la sociedad admira, para ser al 100% como al resto le gustaría, para seguir unos cánones que nosotros mismos, como un masoquismo no reconocido, nos hemos impuesto. Para convertirnos en un Brad Pitt o en una Angelina Jolie... porque pensamos que así nadie se atrevería a cerrarnos la puerta en la cara cuando intentáramos vender una termomix a domicilio o no nos despidirían en época de crisis. Pero lo que no sabemos es que somos nosotros mismos los que hemos decidido lo importante que es no solo el físico sino estar perfect@ en cualquier situación.
- También tenemos un incansable afán por apartar de nosotros aquello que nos hace recordar que somos seres mortales, que no somos eternos... que de repente un día todo se acaba... o peor... que llegará un momento en que dependamos totalmente de los que nos rodean. Tenemos un increíble miedo a no ser perfectos, a no ser aútonomos siempre, a ser seres corruptibles. Intentamos alargar nuestra vida, hasta leí hace poco en un periódico que un hombre creía que de aquí a poco encontraríamos el modo de vivir 1000 años... vamos una auténtica locura; además según dice uno de mis profesores, acabaríamos llenos de tumores.

Alba said...

El otro día cuando en clase salió el tema de la cirugía pensé en escribir alguna cosa sobre ello, pero al ver tú blog casi que ya no escribo nada jaja

Sin duda las operaciones se están convirtiendo cada vez mas en una moda que no hace mas que alejarse de una personalidad y rasgos propios para adquirir los "ideales" de otra. Me hace gracia escuchar a esas chicas que a veces se sientan a mi lado en el metro, cuando hablan de peinarse como tal famosa, o de una operación de pecho para tener las tetas de tal cantante. Después hacen chistes sobre Michael Jackson, pero no se dan cuenta que están en las mismas que el, no se quieren aceptar tal y como son y prefieren “mejorar” su “belleza”. Si con 18 años ya estan así, no me quiero ni imaginar las operaciones que se harán de aquí a 30 años.

Anonymous said...

“Llegado el momento, y ya al irse acercando, por lo común se prefiere la vejez a la muerte. Sin embargo, a distancia, consideramos con más lucidez a esta última. Forma parte de nuestras posiciones inmediatas, nos amenaza a toda edad; a veces llegamos a rozarla; con frecuencia le tenemos miedo. En cambio nadie se vuelve viejo en un instante: jóvenes o en la fuerza de la edad, no pensamos, como Buda, que estamos habitados ya por nuestra futura vejez, separada de nosotros por un tiempo tan largo que se confunde a nuestros ojos con la eternidad; ese futuro lejano nos parece irreal. Y además, los muertos no son nada; se puede sentir un vértigo metafísico ante esa nada, pero en cierta manera tranquiliza, no plantea problema. ‘Ya no seré’: conservo mi identidad en esa desaparición. A los 20, a los 40 años pensarme vieja es pensarme otra. Hay algo aterrador en toda metamorfosis. De niña me quedaba estupefacta y hasta me angustiaba cuando imaginaba que un día había de transformarme en persona mayor. Pero el deseo de seguir siendo uno mismo generalmente queda compensado a esa tierna edad por las ventajas considerables de la condición de adulto. En tanto que la vejez aparece como una desgracia: aún entre las gentes a las que se consideran bien conservadas, la decadencia física que entraña salta a los ojos. Porque la especie humana es aquella en que los cambios debidos a los años son más espectaculares. Los animales se consumen, se descarnan, se debilitan, no se metamorfosean. Nosotros sí. Se nos encoge el corazón cuando al lado de una joven hermosa vemos su reflejo en el espejo de los años futuros: su madre.
(…) No sigamos trampeando; en el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja. Así tiene que ser si queremos asumir en su totalidad nuestra condición humana. Por lo mismo no seguiremos aceptando con indiferencia la desventura de la postrera edad, nos sentiremos incluidos: lo estamos. Denuncia de modo flagrante el sistema de explotación en que vivimos. El viejo incapaz de subvenir a sus necesidades representa siempre una carga, pero en las colectividades donde reina cierta igualdad (…) el hombre maduro, sin querer saberlo, sabe sin embargo que mañana su condición será la que asigna hoy al viejo.”


‘La vejez’
Simone de Beauvoir

David P.Montesinos said...

Coincido contigo en todo, Amanda, estupendo post.

Creo Albapitu que das en el clavo. Michael Jackson es un monstruo que ha enloquecido, por eso todos contemplamos sus excesos como con lástima. No nos damos cuenta de que se trata de un delirio, un éxtasis de alguien que a fuerza de querer reinventarse y remodelarse a cada momento, ha perdido el sentido mínimo de la cordura. ¡Tan lejos estamos de esa locura? Quizá menos lejos de lo que nos creemos.

David P.Montesinos said...

Hola, Isabel, el texto de Simone de Beauvoir es bellísimo y la verdad es que no lo conocía. Una curiosidad, precisamente Albapitu me preguntó el otro día en clase por "El segundo sexo". Siempre sufro la misma contradicción interior con esta autora. La aconsejo a mis alumnos -y en especial a mis alumnas-, pero luego, cuando me preguntan, les digo que es algo difícil. Quizá el texto que incluyes -bellísimo insisto- se ajuste mejor a un lector joven de ensayos. Gracias, he conocido pocas personas con tanta fe en poder mejorar el mundo a través de la lectura como Alejandro Lillo y tú.

Anonymous said...

Hola David. He estado estos días algo liadilla en el trabajo, y no he podido comentarte algunas cosas que apuntas en tu última intervención respecto a Simone de Beauvoir, por lo que ruego me disculpes.

‘La vejez’ es un magnífico ensayo que escribió la filósofa (aunque ella nunca se consideró como tal) cuando contaba con 64 años. El fragmento que transcribí en tu blog se trata de una pequeña parte de la introducción del citado libro. El ensayo analiza la vejez como una nueva clase social de marginados, como los pobres, los inmigrantes... El libro se divide en 3 partes:

- ‘El punto de vista de la exterioridad’: vejez y biología, la vejez en las sociedades históricas, la vejez en la actualidad.
- ‘El ser en el mundo’: descubrimiento y asunción de la vejez, vejez y vida cotidiana, ejemplos de vejez.
- ‘Apéndices’: quién se ocupa de las personas de edad; la condición de los viejos trabajadores en los países socialistas; sexualidad en las personas de edad.

Creo al igual que tú, que este ensayo se ajusta más a los lectores jóvenes que por ejemplo ‘El segundo sexo’, donde quizás se requiera una mayor formación. No obstante, el volumen correspondiente a ‘Los hechos y los mitos’, que contiene un estudio más histórico, puede ser más comprensible para los chavales.

Esta tarde, releyendo el volumen correspondiente a ‘La experiencia vivida’, he encontrado, en el capítulo IX (‘De la madurez a la vejez), este fragmento que me pareció perfecto para transcribirlo en tu blog:

“Mucho antes de la mutilación definitiva, la mujer está obsesionada por el horror del envejecimiento. El hombre maduro participa en empresas más importantes que las del amor; sus ardores eróticos son menos vivos que en ssu juventud; ya que no se le piden las cualidades pasivas de un objeto, la alteración de su rostro y de su cuerpo no anulan sus posibilidades de seducción. Por el contrario, la mujer suele alcanzar su pleno desarrollo erótico hacia los treinta y cinco años, una vez superadas por fin sus inhibiciones: entonces es cuando sus deseos son más violentos y desea con más fuerza saciarlos; ha puesto mucho más que el hombre en los valores sexuales que posee; para retener a su marido asegurarse su protección, en la mayor parte de los oficios que ejerce, necesita gustar; sólo se le permite tener poder sobre el mundo a través: ¿qué será de ella cuando ya no tenga poder sobre él? Es lo que se pregunta ansiosamente cuando asiste impotente a la degradación del objeto de carne con el que se confunde; no deja de luchar, pero tintes, peeling, cirugía estética, sólo podrán prolongar su juventud agonizante. Sólo le queda hacer trampas con el espejo. Cuando se pone en marcha el proceso fatal, irreversible, que destruirá en ella todo el sacrificio construido durante la pubertad, se siente tocada por la fatalidad misma de la muerte”.

Para finalizar, quería felicitarte ( y agradecerte) por recomendar a tus alumnos la lectura de las obras de Simone de Beuauvoir, una mujer comprometida con la sociedad de su tiempo, que mucho aportó a la filosofía y al desarrollo del feminismo.

Anonymous said...

Seguro que, pese a ser una mujer, esto que voy a decir suena machista pero, en los comentarios, sólo veo a mujeres analizando y/o burlándose de otras mujeres por hacer con sus cuerpos lo que les apetece. No entiendo muy bien cuál es el problema. El autogobierno -a partir de la mayoría de edad- a mi me parece un asunto muy positivo y, creo que a las mujeres hacer lo que queramos, en cualquier aspecto de la vida, nos ha costado mucho.

A mi, lo de la Preysler me parece un ejemplo de coherencia y sensatez digno de admiración. Esa señora tenía una visión de sí misma, unos objetivos, y unos recursos para conseguirlo -igual que yo cuando me planteo estudiar una carrera o aprobar una oposición- y, en ese sentido ha orientado todos sus esfuerzos. Y con éxito; si un minuto antes de morir le preguntaran si ha conseguido vivir la vida como ella quería, estoy segura de que diría que sí, nada de "me he operado porque me he sentido obligada pero me arrepiento". No creo que se opere para parecerse a nadie, ni porque piense que no se va a morir -asociar la transformación del cuerpo con la estupidez me parece muy insultante-, ni porque la presione la sociedad de consumo, ni siquiera para gustarle al marido de turno...La transformación, la mutilación del cuerpo, la perforación, la autoflagelación..., me parecen actos egocéntricos; que haya espectadores es secundario... Y, por cierto, tampoco estoy de acuerdo en que a nadie le guste la Preysler; a mi me parece, David, que el producto no nos gusta porque es objeto de otra época, de otra concepción de las relaciones personales o de otros valores. Pero, no seamos nosotros los egocéntricos: ni nos interesa el producto, ni el producto quiere interesarnos. El objeto, en este caso, ha tomado la palabra y nos ha excluído, no le interesa nuestra opinión, no va a hacer nada para gustarnos, no le importamos, no somos su target, ni nos mira, ni nos piensa... nosotros, en cambio, a él, sí. ¿Qué raro, no? Siempre pensando que estos especímenes que se automutilan lo hacen porque no tienen personalidad, por debilidad y porque desean a toda costa gustar y, ahora, resulta que van y nos excluyen del juego, que no tenemos tanta influencia, que no siempre lo hacen por nosotros... ¡Serán estúpidos! ¡Quién les habrá dado permiso! ¿No es, un poco, como "Blaid Runner" -no sé si se escribe así-? Un bso.

Anonymous said...

"En forma de corrección política de la belleza, la cirugía estética aplasta en mí la insolencia de lo que –bueno o malo, ¿qué importa?- me hace único."

Me ha gustado leer este post.
La gente se opera porque no se encuentra agusto con su aspecto,y respeto eso..pero al fin y al cabo ellos saben que en realidad no son así.
Yo creo que nunca me operaré.Digo creo porque en un futuro podría cambiar mi forma de pensar.

Ayer iba andando por la calle y justamente pensé en las arrugas.
Pasé al lado de unas personas de edad mediana,con arrugas en la cara.Y cuando llegué a casa y le di un beso en la mejilla a mi madre me di cuenta de que ella también tenia,y más en la zona de la boca.
Y entonces pensé: puede que ahora no se ría tanto...pero hace años se debio reír bien a gusto.
Y en ese momento quise que de mayor(como sé que voy a tener arrugas igual y tampoco me importa)tuviese en la zona donde se te ensancha la cara por sonreír.Porque así, si de mayor soy una persona a la que ya no le quedan fuerzas para reír...la gente sepa que hubo un tiempo en el que sí.