Saturday, December 22, 2018

LAURA

No sé qué decir del asesinato de Laura Luelmo que no se haya dicho ya, no sé qué argumentación puede servirnos para encontrar soluciones... ni siquiera para encontrar consuelos. Siempre he pensado que el horror tiene su lógica interna, algo así como un orden. La sistemática minuciosidad con que se gestionaba la muerte en los campos nazis es el mejor ejemplo. Por eso Auschwitz se ha convertido en una categoría filosófica, por eso Walter Benjamin nos enseñó que cada huella de civilización es también una huella de barbarie. Sin embargo, crímenes como el asesinato de Laura sólo parecen explicarse por la psicopatía y el delirio de una alimaña incontrolada, un monstruo tan lleno de odio y de indiferencia por el dolor ajeno que, ante su crimen, uno siente que no le queda sino el anonadamiento, la pura impotencia.

Me asalta un intenso deseo de permanecer en silencio. Como si las palabras no pudieran situarse a la altura de los sentimientos. La gente se indigna, suenan tambores de venganza. No falta quien aprovecha la ocasión para confirmar la teoría de que la justicia es blanda y que los malos quedan impunes ante la tolerancia de unas instituciones corruptas que dejan a los ciudadanos a la intemperie frente a gangsters y perturbados. A menudo son los mismos que graznan a diario contra lo que llaman la "ideología de género" y tildan de feminazi a cualquiera que se atreva a reivindicar la liberación de la mujer. 

Sí, quizá sea mejor guardar silencio, sobre todo cuando advertimos la mezquindad con la que los partidos políticos convierten el cadáver aún caliente de Laura en arma arrojadiza contra el oponente parlamentario. Es escandaloso el juego de buscar réditos electorales con la tragedia. Pero, cuidado, que no deba ser una cuestión partidocrática no significa que no sea, en alguna medida, una cuestión política. Siempre lo es la lucha contra la violencia, nada es tan político como la gestión de la convivencia y las formas que elegimos para combatir la violencia y la injusticia. 

Pese a todo no me siento en condiciones de emitir aseveraciones contundentes sobre qué hay que hacer. De manera que, si me lo permiten, voy a trasladarles las impresiones que una allegada me ha transmitió tras conocerse el destino fatal de Laura Luelmo. 

"Hay una lógica sombría tras la violencia machista de la que apenas hablan los medios de comunicación, pero que todas sentimos", me dice. "Desde la adolescencia siempre he sentido que tenía que ser protegida por algún varón. Hubo un tiempo en que yo en el pueblo era la filla de Ramón, el ferreter. Después pasé a ser la dona de Vicent, el mestre. Recientemente estuve en Madrid con mi familia. Tenía que recorrer medio kilómetro hasta la estación de metro más cercana para llegar a la estación del AVE. Pese a que nos hallábamos a plena luz del día mi padre se empeñó en acompañarme... yo terminé aceptándolo. Como si deambular por la capital del Estado a mediodía fuera poco menos que un atrevimiento para una mujer sola. Creo que vivimos en medio de una dictadura silenciosa, un clima difuso de terror que nos convierte a las mujeres en víctimas ideales y en personas destinadas a ser protegidas... siempre viviendo bajo amenaza. Esta es la mayor mentira de la democracia... Y la sufre la mitad de los ciudadanos."   
... Bon Nadal, amics. 

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