Thursday, December 27, 2018

MR SCROOGE Y YO

Tengo una costumbre navideña: leer a Dickens. Ahora estoy con Tiempos difíciles, un relato con tanta intensidad emocional como los celebérrimos Oliver Twist o David Copperfield, pero acaso más preciso y descarnado, más indignado, diría yo, en cuanto a la descripción de los desperfectos de la primera revolución industrial. 

El hábito proviene -lo habrán imaginado- de cuando, siendo niño, me enamoró "Canción de Navidad". Publicada en 1843, esta novela corta obtuvo un enorme éxito en un momento en el cual asomaban en Europa tímidos intentos de restaurar las antiguas costumbres conmemorativas asociadas al nacimiento de Cristo. El duro corazón de Mr Scrooge encarna el invierno del nuevo capitalismo industrial instalado en las islas británicas. Tan destinado estaba el nuevo orden a construir grandes fortunas desde los parámetros de la eficiencia productiva como a desencadenar intolerables formas de explotación y provocar colosales desórdenes sociales. Los fantasmas que pueblan las pesadillas de Scrooge en Nochebuena revelarán el auténtico espíritu navideño, recordándonos -una constante en la novelística dickensiana- la necesidad de poner los sentimientos por delante de la prosperidad y el egoísmo. 


Hay algo en Mr Scrooge que siempre me provocó simpatía, y no estoy seguro de que sea su rectificación final, tan astutamente planeada por Dickens, tan improbable... 

¿Me estaré convirtiendo en Mr Scrooge? La pregunta me asalta en las últimas horas, cuando en medio de las aglomeraciones de los centros comerciales y con la saturación delirante de gambas y regalos, me acuerdo de por qué, en años anteriores, terminé aborreciendo las Navidades y deseando que acabaran. 

En vísperas de Nochebuena, y como todos los años, me visita mi amigo más antiguo, José Luis, a quien traslado mi impresión de que, con el envejecimiento, temo estar convirtiéndome en uno de esos cascarrabias al estilo Javier Marías que parecen vivir permanentemente irritados. José Luis me conoce, y sabe que mi cordialidad y mi buen humor puede dejar lugar, cuando el mundo menos se lo espera, a una feroz agitación. "Relájate, tío, no te conviene enervarte, este planeta no tiene arreglo", me indica sabiamente después de referirle algunas peripecias de las que he sido protagonista en los últimos días. 


Verán. Recientemente visitó el instituto donde trabajo el alcalde de la localidad. Vaya por delante que le considero un digno gestor, pero lo que hizo aquella mañana me parece repugnante. Vendido el acto con la excusa de favorecer la "participación ciudadana", en especial la de los jóvenes, hizo que se pararan las clases para colar a los alumnos, que entran en breve en edad de votar, lo que a todas luces era un mitin. El mensaje fundamental consistía en que él era estupendo y su antecesor -por supuesto del partido rival- un incompetente. Lo segundo es verdad, lo primero es más discutible, pero en cualquier caso la escena resultaba fea, muy fea... máxime cuando sus empleados habían convertido el gimnasio en una especie de recinto televisivo destinado a la mayor gloria mediática del mandatario en cuestión. En un momento determinado, cuando una de sus concejalas, con muy buenas palabras, me invitó a que cambiara a mis alumnos de sitio, supongo que para que dieran correctamente ante la cámara, yo le contesté que estaban bien porque preferían quedarse juntos. La señora me espetó entonces, con más contundencia, que los cambiara de lugar sin más discusiones. Sí, tienen ustedes razón, la debí haber enviado a la puta mierda, pero mis padres me han llevado a colegio de pago, de manera que cumplí la instrucción obedientemente. 

El cabreo y la vergüenza por mi ridícula sumisión de aquella mañana me duraron días. Los acontecimientos posteriores -y disculpen que me psicoanalice- se explican por la furia que aquel episodio desató en mí. 

A la mañana siguiente vino el padre de un alumno cuyo boletín estaba repleto de suspensos. Sin levantar la voz, el caballero pasó cerca de media hora repitiendo el argumento de que los culpables de que su hijo no pegara palo al agua somos los profesionales del centro. Traté tímidamente de hacerle ver que el chico también podía poner algo de su parte, que el boli está para escribir, que en una clase repleta uno no puede estar dando clases particulares... Nada, todo fue inútil... Hasta que cambié el tono y fui, al fin, el hombre sincero y honesto que deseé ser el día anterior: "Mire, no tiene usted razón y estoy harto de que me insulte a mí y a sus compañeros. Si no le gusta el Instituto váyase a las monjas". 
El hombre abandonó la sala de visitas visiblemente indignado. 



Unas horas después... Me toca acudir al banco para llevar a cabo la sencilla operación de pagar un recibo. Dispongo de poco tiempo. El cajero no acepta la operación, el recibo necesito el cuño de un empleado de caja. Pido ayuda en la sucursal, me la niegan porque a partir de las diez y media en este país los cajeros humanos no cobran recibos. Empiezo a enervarme. En la tercera sucursal a la que acudo me vuelven a ningunear. Les estoy importunando, no entienden por qué insisto en pedirles una ayuda que no piensan otorgarme... Su hostilidad es directamente proporcional a la afabilidad con la que te acogen cuando quieren colocarte un seguro o un paquete accionarial de riesgo. Cuando entiendo que no voy a solucionar el problema esa mañana dejo a la empleada y a sus estúpidas excusas con la palabra en la boca y me sorprende a mí mismo la violencia con la que enfilo la puerta mientras, mirando a los empleados, les espeto que "sólo sabéis robar". 

No se equivoquen, no estoy orgulloso de ninguna de mis dos agresivas reacciones. Pero dejen que siga... 

Nochebuena, a medio día. Me dirijo con mi vástago a una fiesta para niños en los Viveros. Aparecen dos señores de Vox que me ofrecen propaganda de su Partido. Están convencidos -y no les falta razón- de que van a obtener éxito en toda España después de la triunfal aventura andaluza. Pienso entonces que mi vástago comparte aula y juegos con un niño colombiano, con la hija de dos lesbianas, con la hija de una mujer islámica... Me entra una rabia incontrolable y, tras negarme a coger el panfleto, les indico que "arderéis en el infierno". La señora voxiana me contesta que no me ponga así. 

Es verdad, no debería ponerme así, los arrebatos de cólera no sirven para nada y hacen llorar al Niño Jesús... Lo siento, pero el espíritu de Mr Scrooge se ha apoderado de mi alma. 

Feliz año. 
    

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