Wednesday, April 07, 2021

DIAKHABY


El asunto se explica rápido. Una insignificante refriega en el área genera un  intercambio de palabras entre el jugador del Cádiz Cala y el valencianista Diakhaby. Repentinamente, y ante la sorpresa general, Diakhaby parece enloquecer y sale disparado hacia Cala generando una trifulca general que acaba con el Valencia en el vestuario y negándose a continuar el partido. Finalmente, y tras las advertencias arbitrales, el grupo regresa al terreno de juego y la contienda prosigue, aunque ya sin Diakhaby, que ha sido sustituido por su entrenador. 

Cualquiera que haya jugado al fútbol, aunque sea mal, como en mi caso, sospecha que Cala miente. Es inimaginable que Diakhaby monte semejante circo para conseguir no se sabe muy bien qué... tanto como que ande tan duro de oído como para confundir "Negro de mierda" con la frase que Cala dice haber pronunciado: "Déjame en paz". De ser así, y hallándome yo en el lugar del acusado, no tardo ni dos minutos en comparecer ante los medios para defender mi honor, que acaba de ser manchado para siempre por unas acusaciones muy graves. Sorprendentemente, Cala tarda dos días en comparecer con su versión, de lo cual algunos maliciosos deducimos que es el tiempo que necesitaba para asegurarse de que no iban a aparecer imágenes que permitieran leer sus labios. 



Creo en la presunción de inocencia y -en esto sí que no tengo duda alguna- ningún tribunal puede condenar sin pruebas, ergo Cala debe salir impune de su affaire con Diakhaby, al menos mientras no se encuentren evidencias de que profirió el insulto en cuestión. No debemos confundirnos aquí. La presunción de inocencia prevalece siempre ante un juez.  Pero esto no es óbice para que yo, como simple ciudadano, tenga derecho a expresar mi creencia de que Diakhaby no miente... Es el mismo derecho de este ciudadano a no quedar indefenso ante una agresión que afecta a derechos humanos básicos. De igual manera que una mujer que denuncia una agresión machista que no puede probar tiene derecho a ser creída y acompañada, me siento perfectamente autorizado para decirle a Diakhaby que no está solo y que la lucha contra el racismo es una causa noble a la que hay que entregarse de forma incansable. 


Bien. Y ahora acudo a las cuestiones que se agitan en el trasfondo y que explican por qué hay tantos que se agitan con furia ante el escándalo que, con su reacción, ha provocado Diakhaby. 


En los años noventa, el actor Charlton Heston, por aquel entonces Presidente de la norteamericana Asociación del Rifle -una institución muy edificante y seguro que repleta de buenos norteamericanos- aseveró que "La corrección política está destruyendo a América". 



Yo no tengo ninguna duda de que tenemos un problema con la corrección política y sus excesos, algunos verdaderamente ridículos y gestados por almas cursis y políticos oportunistas. Pero, verán, esto es como lo de los ecologistas. Algunos son muy pesados, pero mucho me temo es que el problema del mundo no son los ecologistas atorrantes, sino el cambio climático, la feroz deforestación, el deterioro de la calidad del aire, la masiva extinción de especies, la crisis de la biodiversidad, la destrucción de los océanos... De igual manera, mucho me temo que el problema de América no son los pacifistas que piden al Gobierno la restricción del uso de armas. Los problemas son la violencia, el racismo, la desigualdad... Supongo que se ve a donde voy a parar. Pretender que en el escándalo del estadio Carranza hay una serie de sobreactuaciones oportunistas, con políticos incluidos, que Diakhaby es un "llorón" y que, en definitiva, los delirios de la corrección política llevan situaciones "cotidianas e insignificantes" a los extremos de la histeria, implica pasar por encima de un drama social cuyas implicaciones no llegamos a entender por completo porque no nos toca sufrirlas.


Claro que uno siempre puede no sentirse aludido y quedarse tan feliz. El racismo tiene la singularidad de ser una de esas lacras que uno tiende a ver siempre en los demás. Quizá porque en el fondo lo que la gente odia en ciertas etnias no es su tono oscuro, sino lo que se asocia a ella, la pobreza, esa que no afecta a Diakhaby pero sí a tantos que tienen a nuestros ojos su mismo aspecto. Pero el racismo existe. Está en esas siniestras concertinas que Rajoy le puso a la valla de Melilla, en la asquerosa palabra "panchito" con la que algunos denominan a los sudamericanos o en la evidencia constatable de que son en gran medida mujeres inmigrantes las que, sin contrato y a bajo precio, están cuidando de cientos de miles de ancianos en España.   


Seguramente la realidad no da para el optimismo, casi nunca lo hace. Pero, al menos, creo que Diakhaby y sus compañeros nos han enseñado algo: la violencia y el fascismo no se combaten solo con slogans publicitarios más o menos ocurrentes... 


Hay que actuar. Y eso requiere atrevimiento. 


 

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