Wednesday, April 07, 2021

"SON TODOS UNOS TRUHANES"


 "Son todos unos truhanes", dijo de los políticos Juan Antonio Rallo, un neoliberal español con muchas presencias en las noches de La Sexta. La afirmación refleja un estado de opinión muy extendido entre la ciudadanía, especialmente en los sectores más conservadores. Cuando a un facha le fallan esos políticos a los que vota cada cuatro años con la fidelidad de un soldado, entonces arguye que la política es un lodazal, lo cual no le hará cambiar de voto en los siguientes comicios, salvo que, como últimamente sucede, le dé por votar a unos todavía más reaccionarios. 


Este mecanismo mental tiene causas profundas. Para los autodeclarados "liberales", la sociedad civil -que ellos asocian al parque empresarial y al mercado libre- es el círculo virtuoso desde el que se construyen la prosperidad y las libertades. Más allá de ese espacio arcádico solo están los burócratas, los sindicalistas y los políticos, un hatajo de chupópteros entregados a la teta de Papa Estado cuyo único objetivo es medrar y que se dedican a trabar el comercio con laberínticas regulaciones. Como siempre han dicho los Republicanos de Norteamérica -por cierto con la paradójica intención de apoderarse de las instituciones públicas- "El Estado es el problema". O también -supongo que lo habrán escuchado- la recurrente frase despectiva referida a "todos esos burócratas de Washington".


 En España tenemos versiones muy castizas del asunto. Franco por ejemplo aconsejaba hacer como él, es decir, "no se meta en política". O aquello que de vez en cuando nos recuerdan los patriotas del Poema de Mío Cid: "Qué gran vasallo si hubiera gran señor"... Es como decir que nuestros gestores jamás estuvieron a la altura del honesto y esforzado ciudadano. La caracterización del viril novelista Pérez Reverte de su héroe de los Tercios de Flandes, el Capitán Alatriste, navega por esos derroteros... A los españoles nos encanta creer que la culpa de los males históricos de la nación la tienen los capataces, apoderados y mandarines, entregados a la rapiña de la riqueza que el heroico pueblo celtibérico genera por doquier.  


Todo esto es, obviamente, una falacia, y además una falacia cutre.  No estoy diciendo que los líderes no hayan sido a menudo un hatajo de indeseables; no hay más que pegarle un vistazo al papel de la aristocracia o el alto clero en el desenvolvimiento histórico del país. Lo que yo digo es que es tramposa y oportunista la especie de que el Estado es el problema. El Estado funciona regular y a veces mal, pero si hay algo peor que un Estado que flojea en sus obligaciones es un Estado inexistente. En otras palabras, sin instituciones no podríamos vivir. Y las instituciones requieren gestores. Cuando estalla una crisis -lo hemos visto en las dos últimas de las que no terminamos de salir- los mismos oligarcas financieros que acusaban al Estado de de ser una carga insoportable para sus actividades, acudieron lloriqueando histéricos a él para que les rescatase de los desmanes que ellos mismos habían llevado a cabo. Y ya saben lo que eso significa: se quedaron con una monstruosa cantidad de nuestro dinero después de haber sido ellos mismos quienes provocaron el desastre, cual no les impidió, con una desfachatez tremebunda, advertirnos después que "vivíamos por encima de nuestras posibilidades".

 

Hay otra razón, ya que hablamos de Franco. La derecha española jamás ha aceptado incondicionalmente la democracia. Los conservadores españoles son franquistas o post-franquistas porque lo son sus electores. Esta determina una tendencia viscosa a no aceptar más que a regañadientes la discrepancia y a considerar el poder político como un patrimonio propio, lo cual explica por qué cada vez que la izquierda gobierna ejercen una oposición feroz y desleal, sirviéndose además del mal estilo parlamentario -¿no erais tan "caballerosos"- y convirtiendo en ideólogos de cabecera a auténticos pitbulls mediáticos como Federico, Inda y otros de similar pelaje. 


Voy a las conclusiones. Soy perfectamente consciente del callejón sin salida a la que parece conducir mi argumentación: los políticos profesionales, y tal cosa afecta tanto a la izquierda como a la derecha, suelen ser lo peor de cada casa. Cuando en el ámbito reducido de localidades donde he vivido o trabajado, observo la trayectoria que algunos políticos han llevado desde jóvenes, la impresión pesimista se confirma: las organizaciones partidarias están sometidas a un stablishment despiadado que tritura a las personas honestas y a los librepensadores. Esto es lo que los neoliberales no dicen, pues les interesa deteriorar la imagen de la política, pero los partidos funcionan como corporaciones perfectamente adiestradas en la lógica de la competencia, el marketing y la jerarquización de las instrucciones... vamos, que la lógica del mercado que tanto gusta a aquellos es lo que, por desdicha para la democracia, construye la lógica de la contienda política, convertidos los partidos en organizaciones con un único fin, que no es la representación de la ciudadanía ni el gobierno justo de la polis, sino su propia autorreproducción en tanto que empresa que otorga puestos de trabajo. 


Lo he contado muchas veces. He tenido miles y miles de alumnos a lo largo de mi trayectoria profesional. Desdichadamente no son los mejores de entre todos ellos los que han hecho carrera política, y los que sí lo eran y lo intentaron, salieron espantados del trance. Eran personas honestas, creían -con razón- que desde la política se podía trabajar por la justicia social. Salieron aburridos del laberinto, o los echaron a codazos porque estas organizaciones están repletas de personas mediocres, mezquinas y con proyectos personales perfectamente tramados cuyo fin es, en el mejor de los casos, obtener fama, poder y fortuna, y en el peor, vivir sin trabajar. 


Insisto, ¿cómo salimos de esta lógica sin duda deprimente? Es más deprimente todavía cuando observamos que la misma atraviesa las filas de infantería de los partidos se encuentra por doquier en otras muchas organizaciones, a veces hasta las más básicas y pedestres. Les sorprenderá lo que voy a decirles, pero yo he visto manejos muy turbios en sindicatos, en asociaciones de vecinos, en clubs excursionistas, en asociaciones de padres de alumnos, en colegios... Estamos como ciudadanos absolutamente expuestos a la picaresca de quien, sin ningún escrúpulo, se presenta en el lugar oportuno para apoderarse del cargo que los demás no queremos ocupar... Y ahí es donde empieza el mal, pues al dejar la gestión de lo que a todos nos afecta en manos de un buscavidas, es cuestión de tiempo -de muy poco tiempo a veces- que le dé por poner la mano para sacar tajada. 


Hay un primer amago de solución, o por lo menos, una forma de enfrentarse al problema sin desviar atenciones: debemos dejar de votar a partidos que normalizan la corrupción. Pensarán ustedes que me refiero al PP. Y sí, este es un partido que, al menos en sus delegaciones de Madrid o Valencia, debería haber sido impugnado jurídicamente en su totalidad, por haberse convertido en una organización destinada al bandidaje. Pero pienso también en el PSOE de los peores tiempos del felipismo o, más recientemente, en el de Andalucía, si bien el abandono progresivo de sus electores es ya una parte de la justa penitencia. 


El problema es que no basta con una decisión ante la urna. Debemos exigir cambios muy profundos en los reglamentos que regulan las organizaciones de representación. Pienso en cuestiones como las listas cerradas o la elección de los tribunales, entre otras muchas. Pero quiero ir a parar a otra cuestión más profunda, casi antropológica, pues tiene que ver con la cultura democrática de este país, que intuyo es todavía bastante inmadura, desdichadamente. 


A lo largo de mi vida he ejercido cargos de representación unas cuantas veces. Siempre fue sin vocación y sin la más mínima esperanza de obtener el mínimo bienestar personal. En este país es casi suicida ostentar alguna representación porque los supuestamente representados unen la comodidad de dejar que sea otro a una  actitud de sospecha permanente hacia el elegido, a veces con más saña en la medida en que dicha persona es más honesta y bienintencionada. 


Viene ahora la conclusión: debemos ocupar los cuadros de mando. No hablo de hacerse profesional de la política, ni de la dirección de escuelas e institutos, ni de la condición de liberado sindical...Hablo de que, temporalmente, todos debemos aprender lo que significa gobernar, por pequeño que sea el espacio que gobernamos, y no hay otra manera de hacerlo que cargando con la responsabilidad correspondiente. 


Perdonen si adopto un estilo simplista y casi bíblico, pero esto es en realidad muy sencillo: no podemos dejar los cargos en manos de los malos. Ya sé que, en mayor o menor medida, nadie somos santos, pero yo creo que ustedes me entienden. En el mundo hay aprovechados profesionales, manipuladores, demagogos, pícaros y buscavidas de toda ralea que deambulan por ahí a la espera de encontrar una organización de incautos dispuestos a pagar a alguien por asumir la responsabilidad y a mirar a otro lado cuando empiecen las corruptelas. Si esperamos que los hijos de perra desaparezcan de la Tierra estamos aviados. 


Lo siento, hay que derrotarles. 

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