¿Qué es una persona tóxica? En realidad, todos somos algo tóxicos. Los seres humanos ejercemos poder los unos sobre los otros. Lo hacemos en el sentido más foucaultiano de la palabra... Como afirmaba el filósofo francés, "el poder está en todas partes, o mejor, viene de todas partes". De nuestros actos y de nuestras palabras se deriva la facultad de influir sobre los demás, y con ello, de forma intencionada o no, les hacemos mejores o les intoxicamos. Las consecuencias de lo que hacemos son incontrolables, y eso nos convierte en un peligro para nuestros semejantes. Yo soy potencialmente tóxico, sospecho que lo soy especialmente para mis alumnos o para mis hijos. La cuestión es si los venenos que les inoculo son auténtica e insistentemente nocivos y pueden dañarlos.

Como no he contestado aún a la cuestión esencial, trataré de ser más concreto. Una persona tóxica no es, por ejemplo, Donald Trump. El actual ocupante de la Casa Blanco es malo, pero se le ve venir, se detectan sus embustes, su agresividad y su demagogia a kilómetros. De ello se deduce que el tóxico es, por encima de todo, un tipo de intenciones dañinas y maniobras soterradas. A menudo su conducta corresponde a un tartufo, manifiesta valores santurrones para desviar la atención sobre su verdadero propósito, que siempre es hacer daño. ¿A quién? Sencillo: a aquellos que, con su conducta, amenazan con desvelar la mediocridad y la pequeñez del santurrón. El tartufo es un acosador de manual. Le aterra que la nobleza y la audacia de otro le haga reconocerse como inferior. Por eso, en vez de intentar ser mejor, se esfuerza por convencer al otro de que sus sueños no pueden realizarse, que no será capaz, que no vale, que por más que lo intente nunca llegará a ningún sitio.
Sólo hay una solución para que una persona tóxica no te dañe: ignorarla... Y, si es posible, alejarse de ella.
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